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lunes, 30 de julio de 2012

"Arroz Cocido Frente al Pacífico" por Montserrat Sanz



Texto completo de la intervención de Montserrat Sanz

en la presentación de su libro (extraído del blog El Cuaderno del Náufrago)
Antonio López, José Antonio Abella, Rafael Encinas y Jesús Martínez, con Monserrat Sanz y Tomoko Miyamoto al fondo por videoconferencia / Foto: Kamarero/El Adelantado

FRENTE AL PACÍFICO
(Merece la pena leerlo)

Presentación del libro Frente al Pacífico
Montserrat Sanz Yagüe
21 de junio de 2011
Segovia/Kobe

Cuenta un escritor brasileño amigo mío, Edweine Loureiro, que, en una cena en la que le preguntó a un anciano japonés cómo pudo transformarse Japón tras la Guerra Mundial en una potencia económica, éste le respondió ofreciéndole un tazón de arroz con una sonrisa. Mi amigo pensó que su interlocutor había optado por ignorar la pregunta, pero éste, consciente de la perplejidad de su compañero de mesa, le ofreció una explicación de su metáfora. “Al término de la guerra, no teníamos arroz para comer”, le aclaró. “Entendimos que sólo trabajando juntos e intensamente seríamos capaces de vencer al hambre y a la miseria. Así que nos convertimos nosotros mismos en arroz cocido: cuanto más pegados unos granos a otros, más fuertes nos hacíamos.” El arroz japonés constituye la alegoría perfecta para ilustrar las diferencias entre la naturaleza de este pueblo y la nuestra: mientras nuestro concepto de arroz de calidad incluye como condición indispensable el que sus granos estén sueltos, el arroz japonés es pegajoso. Cada grano, redondo y lleno de almidón, se encuentra pegado a otro, de manera que comer con palillos no supone ninguna dificultad: los granos nunca se caen y el tazón queda invariablemente limpio al final. El señor de la historia le hizo entender a mi amigo que los japoneses, ante una catástrofe de proporciones inimaginables, hicieron lo que mejor saben hacer: poner el bien común por encima del individual. El progreso se derivó de ello por sí solo, y en la repartición de los beneficios también entraron todos.

El arte de anteponer el bien común al propio, tan bien visto, aceptado y predicado universalmente, no es sin embargo practicado con frecuencia en muchos lugares del mundo. ¿Es, pues, inalcanzable para seres que no posean una cualidad humana especial? ¿Cómo se implementa en actos concretos? La lección que recibimos con cierto desconcierto los occidentales que vivimos en Japón es que la cuestión carece de misterio, ya que no requiere de ningún sacrificio heroico ni de ninguna capacidad sobrenatural. Hacer bien el trabajo de uno, sin cuestionar ni eludir sus aspectos más ingratos, cualquiera que sea el oficio y la consideración social que reciba, es la única clave para pertenecer a ese arroz cocido colectivo y beneficiarse al mismo tiempo como individuo. Si todo el mundo sigue el mismo principio de no escabullirse de los aspectos que no le gustan del trabajo y los realiza con la misma diligencia que aplica a aquellos que le agradan --a pesar de inclinaciones propias que motivarían a uno a no hacerlo así-- no hay razón para establecer percepciones clasistas en cuanto al valor del trabajo de cada uno. Todos somos parte pequeña de una gran maquinaria y navegamos en el mismo barco. Una definición simple de respeto al trabajo como un privilegio sagrado y de respeto mutuo que cualquiera puede entender.
La paradoja es que este arte de vivir en colectividad consiste, precisamente, en ser del todo individualista, responsable absoluto y soberano de la tarea a uno asignada. Ser parte importante del grupo parece consistir en asumir una tarea concreta de forma verdaderamente independiente para realizarla en toda su perfección. No existe por tanto pérdida de libertad en la pertenencia a la colectividad, sino precisamente un gran individualismo. Y si esa labor que el destino te asigna no corresponde a tus sueños, tampoco es culpa del trabajo, sino de uno mismo. Mientras se aspira a más, la obligación se ejecuta con respeto y agradecimiento por tener algo en qué realizarse como humano. Esta otra definición de individualismo, diferente a la occidental, destaca el reto personal de realizar bien la empresa que uno ha aceptado, consciente de que lo contrario siempre redundará en perjuicio de alguien. Una realización de nuestras capacidades al máximo que conlleva siempre una gran auto satisfacción. La  base de las sonrisas ubicuas en Japón.
Esta relatividad “cuántica” oriental penetra en las experiencias diarias de los extranjeros que vivimos en Japón y hace que se desmoronen todas nuestras certezas occidentales. A medida que nos adaptamos a vivir en su cultura, vamos relativizando nuestras creencias, despojándonos de algunas y comprendiendo un poco más los conceptos ambiguos que subyacen a esta cultura lejana, donde nada es lo que parece y todo es a la vez transparente de puro básico.
De estas reflexiones filosóficas personales nace Frente al Pacífico, que crece en los trayectos de metro diarios entre mi casa y la Universidad; en mi ordenador portátil se van cuajando los pequeños artículos que lo componen y que se ofrecen periódicamente a los lectores de El Adelantado de Segovia con el convencimiento de que se trata de asuntos humanos simples, generalizables y universalizables. Mientras redacto esas piezas, a veces imagino que una de las líneas que escribo causa un impacto especial en algún lector y le obliga a analizar su realidad y sus actitudes. Esa persona es educador o padre, y decide dedicar una clase o una conversación a un tema surgido de alguno de mis pensamientos, y abre a su vez otras tantas ventanas de aire fresco entre sus alumnos o sus hijos. Cuando llego a este punto, me reprendo mentalmente por mis aires de grandeza y por haber perdido la perspectiva: vuelvo los ojos a la pantalla y regreso al texto, recordándome a mí misma que lo importante es la tarea concreta de encontrar el adjetivo más apropiado o la forma más concisa y elegante de expresar algo. Es importante no confundir los sueños de trascender (por muy legítimos que sean), con los detalles prácticos de la tarea, pues serán únicamente estos los que permitan tal trascendencia, si la hubiera. Mi única obligación es que cada una de las frases de ese artículo estén pensadas y cuidadas al máximo. Una lección aprendida de ver trabajar al revisor del tren, al panadero, al recepcionista de un hotel o al porteador de maletas del autobús al aeropuerto. Todas nuestras tareas, las importantes y las que lo parecen menos, trascienden igual, porque permiten que el engranaje no se oxide, creando así riqueza material y espiritual para todos.
Pero de pronto, esa rutina de escritos y viajes al trabajo se ve alterada por un desastre que nos sobrecoge y sobrecoge al mundo. Las actitudes que he analizado en mis escritos y que he ido adoptando durante años se ponen de manifiesto en horas de cobertura televisiva de la catástrofe. Se producen reacciones de respeto y de admiración hacia un pueblo que enseña su lección al mundo sin querer, simplemente por ser ellos mismos y comportarse como únicamente saben: con integridad. En estas circunstancias, se me ocurre que, ahora sí, es momento oportuno de contribuir a reforzar esa lección tratando de llegar a más lectores para maximizar el efecto moralizante de las imágenes con mi visión de observadora externa e interna a la vez. En una era en la que se comenta la escasa altura moral de dirigentes, poseedores de los medios económicos y de la comunicación, no está de más que todos  aprovechemos para analizar los valores propios, la contribución personal de cada uno de nosotros a la calidad de la sociedad en la que participamos. Es un buen momento para auto evaluarse y sentarse a hablar sobre valores humanos que conocemos perfectamente porque son universales. ¿Debemos admirarlos como si esos valores fueran exclusivos de los japoneses? El mensaje que siento la necesidad de transmitir al mundo en los días siguientes al desastre es: todo lo que veis es más simple de lo que parece. No hay nada que no podamos aplicar todos en nuestra vida diaria. El esfuerzo, la dedicación al trabajo, la integridad, el respeto mutuo, la nobleza del alma, están en todos nosotros porque son nuestra esencia como humanos. En realidad, mis artículos anteriores no presentaban nada extravagante ni heroico. El desastre japonés ocurre, pues, en un momento oportuno, cuando la eurodecadencia empieza a ser evidente. Siento que es hora de desempolvar algunos de los artículos y retocarlos para ofrecerlos de nuevo.
Me lanzo entonces a buscar un profesional que pueda materializar ese sueño, y confirmo que los hados y la globalización funcionan estupendamente juntos: un tsunami en el noreste de Japón va a permitir a dos personas de Kobe naufragar en una isla que casualmente se ha creado en mi querida Segovia. José Antonio Abella decide que el riesgo merece la pena y Jesús Martínez se vuelca generosamente en que el proyecto salga adelante. Si en algún momento mi cansancio o falta de capacidad me hacen flaquear, la diligencia y eficacia de José Antonio impulsa el proyecto sin remisión y me obliga a hacer las correcciones con celeridad. Recurro a mi amiga Tomoko para ilustrar los conceptos importantes con su pincel y en un par de días recibo un paquete con las obras. Además, se da la feliz coincidencia de que mis padres se encuentran conmigo en Japón en ese momento y me liberan de cientos de tareas domésticas que me permiten ponerme a trabajar. Su valioso apoyo, la calidad de las obras de Tomoko y el indiscutible gusto estético de José Antonio culminan en un libro delicado que sale al mundo a una velocidad vertiginosa, menos de dos meses después del desastre, y por el que no puedo por menos de sentir un gran agradecimiento y una profunda emoción.  En el proceso de crearlo, me parece estar aprendiendo lo equivalente a diez años de experiencias vitales.
Ni que decir tiene que sería inético que nosotras nos beneficiáramos económicamente de un libro que nace de unas circunstancias que han causado sufrimiento a cientos de miles de personas. Este libro pertenece a las más de 124.000 personas que llevan tres meses viviendo como refugiados, a los 15.400 muertos y a los 7.650 desaparecidos. Pero muy en particular, es para los treinta y cuatro niños y tres maestros supervivientes de la escuela Ookawa, en Ishinomaki. Somos conscientes de que la modesta contribución monetaria que podríamos ofrecer con nuestros derechos de autor sería de todos modos una gota en el océano de las necesidades que se han generado. Por eso tiene mucho valor la actitud de la editorial, pues asumo que lo que le quede después de su generosa donación, que excede con mucho lo que nos tendría que abonar como autoras, servirá para poco más que para impedir que su isla se hunda. También sabemos que no importa cuánto se ayude a esos niños y a sus maestros, su corazón jamás podrá reponerse de la muerte de sus setenta y cuatro compañeros y diez profesores. Pero los padres de los niños, en el rito budista de los 100 días después del fallecimiento colectivo, han optado una vez más por la aceptación, por la vida y por la esperanza y han decidido plantar 121 árboles, tantos como niños y profesores componían la comunidad de la escuela. Así que nosotras también trabajaremos para que algo de nuestro esfuerzo por llevar los valores de su tierra al otro lado del mundo revierta en su bienestar emocional a través de algún material o ayuda al estudio.
Hace tan solo una semana mantuve una conversación con un ex-alumno cuya familia es de Sendai pero sobrevivió sin grandes problemas a la tragedia. Me contaba que el hermano de su cuñada, casado y con un recién nacido, acababa de comprar una casa a tres Kilómetros de la Planta Nuclear de Fukushima. Ahora viven evacuados, sin trabajo y sin dinero para reconstruir su vida. Cuando le pregunté cómo se sentían y si no estaban todos quejándose de las parcas ayudas públicas y de la mala gestión del problema, abrió los ojos asombrado y me contestó: “No, están contentos de estar vivos. Además, querríamos tener tiempo para victimizarnos un poco, pero cuando tienes un problema de estas dimensiones, no hay tiempo para eso.” Otra gran lección. A pesar de haber escrito un libro como éste, yo estaba haciendo lo que mejor sabemos hacer los occidentales: quejarme en lugar de las víctimas y erigirme en defensor de sus derechos por medio de la crítica a responsables externos. Ellos estaban aplicando su serenidad y su filosofía de no esperar que un mesías te resuelva tus problemas. “Me queda trabajo por hacer”, pensé. “Al fin y al cabo, sigo siendo fiel representante de mis prejuicios”. Efectivamente: cuando tienes un pequeño problema, todo es victimizarse. Pero cuando tienes un problema de proporciones ingentes, no hay tiempo para eso. Haber salvado la vida ya es regalo suficiente. El esfuerzo y el trabajo, y el apoyo del grupo, que nunca les fallará porque sus componentes seguirán asumiendo sus responsabilidades personales bajo la premisa de que el trabajo no es un castigo divino, sino un regalo divino, harán el resto. El arroz está cocido. Ellos lo saben y confían.

Muchas gracias.

"Las desconocidas novelas de Azorín" por José María Pozuelo Yvancos


Azorín, pilar del 98 y autor ligado a ABC, hoy solo brilla en el ensayo y la literatura de viajes. Pero sus novelas certifican el vanguardismo de quien supo moverse en la metaficción

Día 23/07/2012 - ABC Cultural
No se ha portado demasiado bien la Historia de la Literatura Española con la obra de José Martínez Ruiz, el escritor que desde 1904 eligió el seudónimo de Azorín, apellido del protagonista de sus primeras novelas. Paradójicamente, esa afirmación coincide con su reconocimiento general como uno de los autores señeros de la Generación del 98, de la que es piedra angular. Pero la formulo por el hecho de que su celebración como ensayista y autor de libros de viaje coincide con la ocultación casi total de su labor como novelista, a la que entregó nada menos que dieciséis títulos, reeditados ahora con cuidado y rigor sobresaliente porMiguel Ángel Lozano Marco en dos volúmenes de la Biblioteca Castro.
El Azorín novelista es muy poco leído en la actualidad. El éxito de Castilla Los pueblos, así como su actividad de ensayista literario, fundamentador, junto a Menéndez Pidal yOrtega y Gasset, de la mejor tradición de ideas literarias españolas de la primera mitad del siglo, no han corrido parejos al de narrador de ficciones. Y esa disfunción provoca otra: se le tiene por un autor tradicional que ostenta una imagen conservadora. Justo lo contrario de lo que fue como novelista.
En esa faceta, se situó en la vanguardia de una renovación del género en el que dio pasos bastante más radicales que los que dieran Valle-Inclán,Unamuno y Baroja. Pero Azorín no posee el aura rompedora del gallego y, como no se le lee realmente, vamos desgranando su figura tópicamente anquilosada en las esquinas recalcitrantes de los aburridos manuales que la gente estudia.

«Annus mirabilis»

Por tal razón, es importante esta iniciativa de la edición conjunta de todas sus novelas. Porque leyéndole completo se ve que es mucho más que el autor de la más conocida de ellas, La voluntad, publicada en el mítico 1902, annus mirabilis de la modernidad española en el que vieron la luz, junto a la de Azorín, Camino de perfección, de Baroja; Amor y pedagogía, de Unamuno, ySonata de otoño, de Valle-Inclán. Aquella novela de Azorín nació al calor de la filosofía de Schopenhauer. Las tituladas Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo, hermanas suyas, comparten protagonista.
Vista en conjunto, su obra narrativa ha construido el más sólido empeño de la modernidad novelística española, por lo menos en los tramos que van desde 1902, pasando por la publicación, entre 1915 y 1925, de la serie conocida como «Nuevas obras» –El licenciado Vidriera (Visto por Azorín)Don Juan y Doña Inés. Una historia de amor–, hasta la trilogía experimentalista que forman Félix Vargas,Superrealismo Pueblo, publicadas entre 1928 y 1930. Animo a leer seguidas esas novelas nacidas entre 1902 y 1930 para comprobar cuanto vengo diciendo de un autor rabiosamente moderno, muy iconoclasta, totalmente ajeno a la imagen que la foto fija de los manuales ha consolidado a su pesar.
¿Iconoclasta de qué? Del realismo. Mucho antes de que la polémica sobre el realismo volviera a nacer en la novela española de la mano de Juan Benet, la planteó Azorín, y curiosamente con parecidos argumentos. Para Azorín, la novela tendría su mejor recorrido presente y futuro si iba pareja, por una parte, con el pensamiento y con la mostración de la vida interior; y, por otra, si sabía conectar con igual ejercicio que el emprendido por las dos artes más vanguardistas de su tiempo: el cine y la pintura.

Paisajes del alma

Respecto al vínculo con el pensamiento, fue Azorín uno de los responsables, por su conexión conSchopenhauer y Nietzsche, de un escepticismo nihilista que se acogió muy bien a la fórmula del primero, según la cual el mundo coincidía con su representación y, por tanto, toda verdad resultaba pospuesta al valor de la conciencia. De ahí que casi todo lo que ocurre en las novelas de Azorín sea interior y se constituya como paisaje del alma. Pero no únicamente se rompía con el realismo en los términos de eso que Ortega, a propósito de su lectura de Proust, saludaría años después como el reino de la novela de clave psicológica, sino que en Azorín se postulaba explícitamente desde el convencimiento de que la imagen de la realidad ofrecida por el arte era mejor, más perfecta y completa que la realidad misma.
No es menor otro componente que no veo que hoy se le reconozca: pocos como Azorín han sido tan audaces en el territorio de la metaficción, no únicamente porque ponga a su personaje a hablar con el autor (en el famoso diálogo de Félix Vargas), sino porque, como ocurre en Superrealismopuede concebir toda la novela como una historia amorfa, hecha de retazos, que va ganando forma con su propia realización, muchas veces meramente reflexiva. Eso y la cercanía de sus novelas con el ensayo –considero un acierto de esta edición rescatar El licenciado Vidriera (Visto por Azorín) como novela– lo sitúan junto a los más modernos.
En cambio, la última etapa suya, la posterior a la guerra, resulta muy inferior. Aunque su diálogo con Ridruejo en El escritor (1941) mantenga todo el interés de una época salvaje y de supervivencia, nada sería ya igual que antes de un exilio parisino rápido y del que se sintió obligado a pagar un peaje excesivo.

SOLFÓNICA SAN ISIDRO 15M


CORO Y ORQUESTA SOLFÓNICA.
15 MAYO EN EL PUENTE DE SEGOVIA. SAN ISIDRO 2012.

La lengua liberada



Los judíos piden sin éxito a la RAE que elimine el vocablo judiada

¿La Academia debe ser guardián del lenguaje o también promotor?


La Academia está dando tiempo a 'perroflauta' a ver si se consolida. / SAMUEL SÁNCHEZ

El diccionario está hecho con el propósito de que se puedan consultar palabras que ayuden a comprender no solo un texto del español actual, sino de aquel con el que Quevedo adornaba sus páginas. Esa es la razón, explican en la Real Academia, de que algunos vocablos chisporroteen en la mentalidad moderna. Son molestos, ofensivos, irritantes, merecedores de cambios o acotaciones. Pero los académicos no encuentran motivos de expulsión: su misión se limita, señalan, a dar cuenta de lo que hay, el diccionario “no es más que un catálogo, nosotros no promovemos un uso ni una palabra”, solo se recoge con pretensión notarial, dice José Antonio Pascual, vicedirector de la Academia. El secretario de la institución, Darío Villanueva, comparte la opinión: “Recogemos las palabras que funcionan y podemos perfeccionar las definiciones, corregir errores..., pero no se puede concebir un diccionario celestial, porque las palabras definen lo conveniente y lo inconveniente, lo justo y lo injusto, como decía Aristóteles”.
 Diversos colectivos y personas llaman cada año a la puerta de la institución proponiendo cambios, matices, nuevas palabras. Estos días fueron los judíos quienes pidieron la expulsión definitiva del término judiada: acción mala, que tendenciosamente se consideraba propia de judíos. La Academia contesta a todos, pero no siempre de acuerdo con sus requerimientos. La respuesta a este colectivo ha sido no. De una forma general, Villanueva dice: “No se puede confundir la palabra con la actitud y el sentimiento. ¿Quién admitiría un diccionario expurgado?, sería inquisitorial”.
Inquisición. Eso le recuerda al escritor Manuel Rivas, académico de la lengua gallega, que también los judíos tendrían alguna palabra para definir el sufrimiento que les infligían los guardianes de la ortodoxia católica, pero ese término no se encuentra en el diccionario. ¿Por qué? “Porque ya se sabe que quien tiene el diccionario tiene el poder”. Rivas no quiere dejarse engañar con “posiciones de supuesta neutralidad, que suelen ser conservadoras” y cree que esto cabe para diccionarios y Academias. “A veces el lenguaje es un elemento de dominación y hay que desenmascararlo”. No cree que sea exacto eso de que el lenguaje recoge la realidad, sino que “el lenguaje agresivo, de dominio, de desprecio, precede a un estado real de desprecio y de dominio. No refleja, anticipa”, dice. “El lenguaje es un campo de batalla, un espacio de lucha, es ingenuo verlo de otra forma; es un espejo de las relaciones de poder, y los que trabajan con las palabras no pueden ser ajenos a ello”, añade.
"Las palabras no reflejan, anticipan", sostiene el escritor Manuel Rivas
Así que, el escritor gallego entiende muy bien “la hipersensibilidad de ciertos colectivos” con algunos términos y “como decía Elías Canetti [el escritor sefardí]: si hay palabras para producir odio y dominar, para la guerra, también las hay para liberarse”.
Pero eso no significa que se expulsen términos, aunque el escritor no lo descarta —“En el diccionario gallego se ha quitado gitanada”— porque, a su parecer, “tirar una palabra también constituye una agresión. En la quema de libros de los nazis en 1933 no se echaba a la hoguera el libro de Freud, en realidad era quemar al propio Sigmund Freud”, ejemplifica. “No hay por qué ignorar un término, pero sí significarlo”. Lo que pide es que se incluyan palabras y que se modifiquen. De nuevo cita al diccionario gallego, donde la palabra matrimonio incluye la unión entre dos personas, independientemente de su sexo. “Eso da cabida a todo el mundo”, dice. La Real Academia también ha modificado esta entrada para ajustarla a la legislación.
Reclama, finalmente, una actitud por parte de los académicos que vaya más allá del mero reflejo de cierta realidad: pide que sean promotores, no solo notarios, a la búsqueda de esas palabras para la paz, porque “hay que llamar a la gente como quiere ser llamada, siempre fruto de un consenso”. Coinciden con él en la necesidad de cierta promoción o de iniciativas sobre la lengua por parte de la Academia algunos colectivos feministas, que han batallado por modificar o incluir algunos términos desde hace años. La economista y editora Ana Mañeru Méndez, algunos años vinculada al Instituto de la Mujer, lo explica con un ejemplo, el de la poeta norteamericana Emily Dickinson: “Se saltó todas las reglas de la lengua, las de puntuación, las mayúsculas, atribuía el género como le parecía, descolocaba las estrofas y no la destrozó ni la afeó, sino que abrió otro universo de expresión”. Cree que la lengua, “una herramienta poderosa de control y poder, no necesita tantas normas —porque se excluye a aquellos que no la usan como queda estipulado—, sino una actitud por parte de los académicos de observación, de admiración, de asombro, incluso de devoción por lo que ocurre, por cómo vive y evoluciona. Sin embargo, la Academia se limita a recoger algunos términos cuando ya es inevitable, porque el ridículo sería grande, cuando el fenómeno está consolidado”. Y finaliza: “Yo tampoco estoy por eliminar palabras, pero sí por introducir algunas, como prostituidor. El papel de la RAE debe ser activo, no de propiedad, de promotores, no de guardianes”.
Los académicos están acostumbrados a las críticas y las quejas desde 1726, con aquel primer Diccionario de autoridades. En 1818, cuando ya Fernando VII había vuelto a España con su absolutismo y su Inquisición, un fraile denunció a la Academia por su definición de caos: desorden antes de la creación. “Antes de la creación no había nada, dijo el fraile, por tanto, el texto era herético”, relata Darío Villanueva. La Academia resistió el envite. Ahora tiene normas para resistir algunos otros, que no son pocos. “Quizá esto es más desconocido, pero las empresas titulares de marcas registradas son refractarias a que esas marcas se conviertan en nombre común; tenemos maicena, teflón, zodiac, y nos piden insistentemente que las quitemos. Alegan propiedad”. La respuesta que reciben es que “la gente las usa ignorando su origen y no se puede expropiar a los hablantes de sustantivos comunes. Una cosa es la patente avalada por investigación o fórmula y otra, la palabra que la designa”, dice Villanueva.
En 1818 un fraile acusó a la Academia de herética por su definición de caos
Y para aquellos que piden una actitud promotora, esta es la respuesta: “Nosotros no inventamos, ni patrocinamos, ni promovemos. Eso puede hacerlo la gente y, si tiene éxito, podemos incluir los términos”, aclara.
Cita también las llamadas marcas del diccionario (en desuso, obsceno, coloquial, vulgar) como matices ilustrativos para aquellos vocablos que pueden resultar insultantes. A la Academia se le ha acusado de muchas cosas, reconoce Villanueva, “de gazmoños y de pacatos en términos de sexo, por ejemplo, y es verdad, se han incorporado muchas palabras que tenían que estar, como mamada”. También se les dice que no están al tanto de lo que se mueve a su alrededor, que son lentos de reacción. “Tiempo al tiempo”, dicen. “Las palabras deben pasar un mínimo de cinco años de cuarentena para ver si se consolidan. El año pasado se presentó a pleno pagafantas, que incluso daba nombre a una película; se discutió y se sometió a la revisión de continuidad: ya no se usa. Estamos viendo también si se consolida perroflauta”, menciona Villanueva. Es decir, si alcanza las condiciones que le darán entrada en el diccionario, sobre todo una frecuencia de uso.
Esta es la función de la Academia, recoger lo que se habla en la calle cuando satisface las normas establecidas. De ahí la existencia de palabras malsonantes, términos incómodos o hirientes. Después de todo, dice Villanueva, “eso no significa que los hablantes tengan la obligación de usarlos”. Cierto, pero así como un uso masivo concede la entrada en el diccionario, el desuso no la hará desaparecer nunca, porque han de quedar como referentes de un habla del pasado.
El escritor Andrés Trapiello deja esta reflexión mediante un correo electrónico: “Las palabras mueren de muerte natural, no porque lo decida ninguna Academia. La palabra judiada respondía a tiempos en los que en la España tridentina se veía a los judíos como responsables de la crucifixión, igual que la palabra jesuítico remite a cuando los jesuitas se apoderaron del Estado con malas artes. La comunidad judía o la Compañía de Jesús, que saben mucho de expulsiones, están en su derecho de pedir la expulsión de esas palabras del diccionario, pero seguirán utilizándose, si hay gente que las encuentra expresivas y en según qué contexto, o se arrumbarán por desusadas. Y como en todo, si hay personas a las que molesta, no cuesta nada, por cortesía, no usarlas; tenemos otras muchas en el diccionario para significar lo que queríamos decir con ellas”, dice.
No se conforma con esa ausencia de uso la escritora “española y judía” Esther Bendahan. “Las palabras responden a un inconsciente colectivo y su percepción sobre minorías. Si no se explican, si se descontextualizan, se las despoja del significado exacto. No digo quitarlas, porque interesa la historia de esa palabra, pero sí desactivarlas, si nos ponemos ciertas fronteras el uso va desapareciendo, hay que explicarlas. Y eso también se hace en el diccionario”.

Palabras que ofenden

ISAÍAS LAFUENTE
Es comprensible que a los judíos no les siente bien el uso de la palabra judiada para definir una mala acción. Como supongo que la Conferencia Episcopal temblará cada vez que repase el catálogo de acepciones surgidas en castellano a partir de su sagrada hostia y no es difícil intuir la indignación de cualquier colectivo de prostitutas cuando se hace referencia a sus hijos como paradigmas de malas personas o a las casas en que trabajan como lugar de desorden. Quienes no nacimos en la capital tuvimos que cargar en otros tiempos con el sambenito de ser provincianos, esto es, poco elegantes o refinados, y entre todos —la nómina a partir de los citados alcanzaría proporciones universales— podríamos constituir una nutrida organización de agraviados por la letra del diccionario si nos ponemos excesivamente finos.
Pero cargar contra él o contra los académicos que lo elaboran sería también una forma injusta de matar al mensajero. Nuestra lengua se articuló siglos antes de que se constituyese la Academia y las palabras nacieron y fluyeron durante ese tiempo libremente antes de ser atrapadas y definidas en un diccionario. En ellas se encierra lo mejor y lo peor del alma de un pueblo, y juntas constituyen un riquísimo catálogo en el que conviven términos nobles e inmundos, cultos y vulgares, hermosos y malsonantes, que proyectan una visión del mundo en parte precisa y en parte cargada de tópicos y prejuicios.
El diccionario da fe —o debería— de todos y es un instrumento que nos permite desentrañar el habla actual, pero también un rico yacimiento en el que encontramos fosilizadas palabras que nos ayudan a comprender el habla que fue. El trabajo de los académicos consiste en certificar el uso asentado de las palabras, para no acoger en el diccionario, que tiene vocación de permanencia, términos con corta fecha de caducidad. Y una vez aceptados, su misión es la de definirlos y contextualizarlos de manera precisa, con indicaciones que hagan referencia, si es el caso, a su carácter vulgar, despectivo o malsonante y a la vigencia o no de su uso. Que una palabra esté en el diccionario no significa que sea recomendable. En el caso de judiada, su carácter peyorativo está en su ADN a través del sufijo —como en alcaldada, sin que eso suponga menosprecio de las acertadas decisiones de los regidores municipales—, pero además en su cuidada definición la RAE subraya la “tendenciosidad” de su uso.
¿Podría matizarse más? Quizá. Pero, aunque todo es legítimamente discutible, pretender que la solución pasa por excluir la palabra del diccionario parece excesivo, salvo que en nombre de lo políticamente correcto mutilemos la mitad del diccionario. Casi tan absurdo como la resistencia de los académicos, que desde luego no son perfectos, a incluir términos globalmente aceptados desde hace décadas como el de violencia de género, usando argumentos que se ignoran al asumir otros neologismos.
Isaías Lafuente es periodista y escritor, responsable de la Unidad de Vigilancia Lingüística de la cadena SER.

Gramática de Twitter: 10 claves para leer mejor por ARIEL TORRES



Una de las primeras cosas que sacrificamos cuando tenemos mucho para decir y poco espacio en blanco es la claridad. Los avisos clasificados son un ejemplo clásico. Pero la civilización viene lidiando con el asunto desde mucho antes.

Los griegos de la época de Sócrates, por ejemplo, escribían todo en mayúsculas y sin espacio entre palabras. Su idioma estaba preparado para aprovechar al máximo el escaso espacio disponible. Con un poco de entrenamiento era posible leer de corrido un texto que parecía extraído de la fantasía más delirante del más osado diseñador gráfico. Puede verse una muestra de esto en la piedra de Rosetta (el fragmento en griego es el que está en la base de la piedra).
Nada de lo que hoy nos ayuda en la lectura existía entonces: mayúsculas y minúsculas, tildes, comas, puntos, espacios entre palabras y párrafos eran un lujo que no podían permitirse. Es más, en muchos monumentos el texto es del tipo bustrófedon, es decir, intercala una línea escrita de izquierda a derecha con otra de derecha a izquierda. Parece raro, pero cuando usted debe descodificar un compacto amasijo de letras y llega al extremo derecho de la línea es mucho más sencillo bajar un renglón y arrancar desde la derecha que regresar a la izquierda y, posiblemente, confundirse de línea.
Las abreviaturas y ligaduras eran también comunes para ajustar lo que pretendía decirse a un espacio que, literalmente, era duro como la piedra. De hecho, esto siguió haciéndose durante siglos y puede todavía verse en muchas iglesias y monumentos europeos.
Tras siglos de progreso, cada persona cuenta hoy con más espacio para publicar que aquel del que disponía toda la especie humana para el nacimiento de Cristo. Nada más piense que en el disco duro de su computadora es posible almacenar el texto de tantos libros que, apilados, alcanzarían la altura del monte Everest.
Fue entonces cuando inventamos Twitter y su límite de los 140 caracteres.
¿Me entiende?
Ya he elogiado los límites, todos ellos, o casi, incluido el de Twitter, de modo que no repetiré esos conceptos aquí. Pero los efectos secundarios que los griegos ya conocían, inevitablemente, se hacen presentes en el servicio de los trinos. Es decir, para el que recién llega a Twitter interpretar algunos mensajes es, cuando menos, imposible. Pongamos un remedio a eso con esta lista de 10 claves de la Gramática Twitter.
1. La sigla RT significa re-tweet, y esto a su vez quiere decir que el mensaje que está leyendo no es obra de quien lo publica, sino de otra persona. El que lo publica está replicando, repitiendo, retuiteando lo que escribió alguien más. ¿Quién? El usuario cuyo nombre aparece al principio, a continuación de las siglas RT. Por ejemplo, si lanzo el mensaje RT @rsametband: Actualicé el blog hace unos minutos no significa que yo lo actualicé, sino que Ricardo Sametband lo hizo. El retuit es, en dos palabras, pasar la voz.
La diferencia no es trivial. Si quiere preguntar o comentar lo que acaba de leer, el primer paso es interpretar correctamente quién originó el mensaje y quién simplemente lo replicó. Digámoslo así: de poco sirve preguntarme cómo está el tiempo en Guayaquil solo porque acabo de retuitear un mensaje de un amigo ecuatoriano.
2. No obstante, hay un caso en que RT no significa retweet, y es cuando aparece al final del mensaje. En esa posición quiere decir que estamos pidiendo a nuestros seguidores que repliquen el mensaje en sus propias líneas del tiempo.
No hay que abusar de esto, de hecho hay que reservarlo para casos extremos, pero lo verá cada tanto cuando alguien busca a alguien (como vimos después del terremoto de Chile) o necesita ayuda con algún problema feo. Como fuere, el RT al final del mensaje, y variantes como RT porfa, RT por favor y RT please (entre muchas otras), es la forma de pedir que se pase la voz en Twitter.
3. Cualquier cosa que empiece con un símbolo de numeral (#) es unahashtag o etiqueta. Pero no toda etiqueta funciona realmente como etiqueta. Sí, ya lo sé, es un poquito contradictorio, pero espere. Por ejemplo, #FollowFriday es la que usamos cada viernes para recomendar personas que vale la pena seguir. Por ejemplo, #FollowFriday @lntecnologiasignifica que estoy recomendando seguir los tuits del canal tecnología de lanacion.com. Para ahorrar espacio hoy se usa solamente #FF.
Sin embargo, el símbolo de hashtag (o tag a secas) puede usarse de forma irónica o burlona para convertir en etiqueta algo que definitivamente no lo merece. Si alguien pone #MeDueleLaCabeza tenga por cierto que no es unatag, sino un guiño. Eventualmente, un guiño puede transformarse en una etiqueta popular y funcionar, así, como hashtag convencional.
4. Las hashtags no están de adorno. Se los usa para reunir los tuits sobre ese tema. Los buscadores identifican tags y los programas como TweetDeckpermiten agregar una columna donde solo aparecerán los mensajes que contengan dicha etiqueta.
5. Que alguien publique una noticia aparecida en un diario o un blog no significa que necesariamente adhiera a lo que allí se dice. Si vemos un artículo o un sitio web interesantes, tendemos a tuitearlos. Eso no significa que los hemos escrito o creado ni que lo estemos promoviendo. Solo estamos informando. Si vemos algo que es noticia, lo tuiteamos. No significa que estemos de acuerdo con lo que está ocurriendo. Solo estamos pasando la voz.
Así, si lee en Twitter una noticia desagradable, no es buena idea ir contra el que la posteó. Eso se llama matar al mensajero.
6. Si mencionamos a alguien en Twitter no usamos su nombre, sino su nombre de usuario en Twitter, si lo tiene (si no lo tiene, es poco probable que se lo mencione en la «tuitósfera»). El nombre de usuario es el que empieza con la arroba.
¿Por qué empleamos usernames en lugar de nombres reales? Porque así matamos tres pájaros de un tiro: mencionamos a la persona, damos a conocer la forma de contactarlo en Twitter, lo que lleva a un perfil donde figura su nombre verdadero (o el nombre por el que se hace llamar) y, de paso, ahorramos caracteres.
La combinación de usernames hashtags resulta en expresiones a veces herméticas. Por ejemplo: Alguien sabe si @arieltorres vendrá a la reunión de #Promocion79 . Al rojo vivo se pone esta práctica cuando alguien lista diezusernames seguidos de un #BuenDia . Vaya manera de saludar la del siglo XXI.
7. Las antiquísima tradición de las abreviaturas y ligaduras, que algunos avinagrados condenan como otro de los males de la modernidad (nada más falso) son normales en Twitter. Subordinantes como que se convierten en q;por, en xde, en d, etcétera. Signos de apertura, obligatorios en la correcta escritura del español, están de más aquí, y llegado el caso reemplazaremos números en letras por cifras y eliminaremos los confortables espacios en blanco después de puntos y comas. Por supuesto, verá cosas como pq (por qué o porque o porqué) e incluso abreviaturas de abreviaturas, como RH por RRHH, así como el clásico TKM.
Llegado el caso, no aparecerán mayúsculas y los signos de puntuación desaparecerán toda vez que la frase pueda prescindir de ellos sin perder o cambiar el sentido.
Algunos veteranos de la red emplean todavía siglas como LOL (Laughing Out Loud) o BTW (By The Way).
8. Dadas las circunstancias, era de preverse, los emoticonos son fundamentales en Twitter. Sin ellos, una frase irónica puede transformarse en insulto, y un requiebro, en ofensa.
Si no conoce los básicos, lo que no es ningún pecado en la internet del MSN y Facebook, la cosa se puede poner peliaguda. Aquí van: sonrisa :), guiño ;), carcajada :D y confusión :S.
9. Las combinaciones aparentemente azarosas que se incluyen en algunos mensajes, precedidos de http:// son direcciones web acortadas. Por ejemplo, un servicio como Bit.ly (http://bit.ly) convertirá la direcciónhttp://www.lanacion.com.ar/tecnologia (37 caracteres) enhttp://bit.ly/bG4UK3 (20). En este caso se ganan 17 caracteres, pero hay direcciones web que pueden tener más de 140 caracteres. En todos los casos, al acortarlas quedarán de 20. Dicho sea de paso, las de lanacion.com pueden escribirse abreviadas reemplazando el dominio web por ln.com.ar seguido por la barra y el número de la nota. Por ejemplo,http://www.lanacion.com.ar/1293900 se pueden convertir enhttp://ln.com.ar/1293900.
10. Las siglas cc /cc significa con copia y va seguido de un username. Se trata de una convención, al revés que las hashtags y nombres de usuario, que son etiquetas activas. Es decir, si hace clic en cc /cc no pasará nada. Más bien están allí para notificar al receptor primario (el que aparece citado al principio del post) que queremos que alguien más preste atención al mensaje, o sencillamente, como en el ejemplo que sigue, para que el receptor no lo pierda en el incansable devenir de la línea del tiempo.
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No es fácil encontrar ejemplos reales que usen en un tuit todas estas reglas de la morfología y la gramática tuitera. Aquí encontré uno del usuario@igcstudios, con quien posteamos información sobre #vinos cada tanto. Observe:
RT @AskAaronLee: Everything you wanted to know about global #Cabernet day Sept. 2nd – http://bit.ly/ahU8Q9 rt @rickbakas /CC @arieltorres
Salvo el último rt , todo cae dentro de las diez claves antedichas. Pero las reglas en Twitter son bastante laxas, como era de prever, y al retuitear es lícito poner las siglas en minúscula (rt) y al final del mensaje, siempre y cuando vayan seguidas de un nombre de usuario (@rickbakas).
Es decir, @icgstudios replicó un mensaje de @AskAaronLee , y este a su vez había replicado el original de @rickbakas, que decía:
Everything you wanted to know about global #Cabernet day Sept. 2nd – http://bit.ly/ahU8Q9 #in #wine #facebook #socialmedia
Cuando @AskAaronLee replicó el mensaje eliminó todo el texto a partir de#in y agregó rt @rickbakas, para consignar la fuente original. A propósito,#in sirve para que nuestros tuits aparezcan automáticamente en LinkedIn (www.linkedin.com).
Por su parte, @icgstudios añadió RT @AskAaronLee antes del mensaje (esta es una función automática del programa que se use para tuitear, en rigor) y agregó al final /CC @arieltorres . Esta mención hizo que apareciera en una columna especial en el programa que usó para Twitter y, de esta forma, no se perdió entre cientos de otros mensajes.
Observe que el mensaje original no utiliza la palabra cabernet sola, sino que la convierte en la etiqueta #Cabernet. Existe algo llamado Cabernet Day (http://cabernet.eventbrite.com), un día de cata que se pondrá en medios y redes sociales el 2 de septiembre. ¿Cómo seguir ese día de cata en Twitter? Por medio de la etiqueta #Cabernet.
¡Salud!

SOBRE EL AUTOR/A

Ariel Torres es columnista y editor de la sección Tecnología del diarioLa Nación de Buenos Aires. Puedes encontrarlo en Twitter. El artículo que se reproduce en esta página fue publicado originalmente en el diario argentino y se trae de vuelta aquí con su amable permiso.