Enrique Montiel
EL gesto adusto, realmente serio, del vicepresidente español Manuel Chaves, llevándose la mano a la oreja para colocar un pinganillo con el que poder entender lo que el presidente Montilla decía en el Senado, es la foto fija de la España actual. Es una imagen que no tiene precio, impagable, para el imaginario nacionalista. En el Senado de España, el vicepresidente del Gobierno de España entra por el pinganillo, si quiere entender lo que ha venido a decir el presidente de Cataluña. La lengua común de los españoles, llamada "castellano" por transigencia en la Constitución de 1978, será lo común que se quiera pero "los territorios" que la integran tienen su propia lengua que imponer a los ciudadanos, arrinconando la común que nos ha unido desde hace siglos y siglos.
Algunos cotillas han evaluado el esperpento en 7000 euros. Que es lo que ha costado el trabajo de traducir el mensaje a la lengua común. Y viceversa. Es como lo de cierto político valenciano que se llevó a Barcelona un traductor del catalán al valenciano. Era el mensaje, que el catalán y el valenciano son lenguas que requieren de traducción para ser entendidas.
¿Nadie va a mandar parar? Digo a no elevar el disparate a la categoría de tenebroso esperpento. O sea, que si el Senado es la cámara territorial de España, ¿tiene que ser necesariamente una jaula de grillos, una ONU chunga multilingüe con traducción simultánea? Se malician en el tripartito catalán, y en la oposición nacionalista del tripartito, que el Tribunal Constitucional sí o sí va a darle un portazo a su estatuto. Y han montado una carrera de sacos en la feria de los intereses y las vanidades, una barraca de feria cateta en donde el altoparlante aturde a la parroquia con las ventajas de la tómbola que siempre da premio. ¿Y nadie va a decirle cuatro cosas a este señor envarado, cordobés de primera nación, y "recordguinnes" del catalanismo más agresivo y rampante? Digo que si nadie le va a decir que se deje de vainas y no contribuya tan decisivamente a la esquizofrenia patria, en el sentido doceañista del término patria, esa que constitucionalmente los españoles reunidos debíamos amar por obligación moral, así como el ser justos y benéficos.
Con la que está cayendo, por Dios. Y esa certidumbre que no queremos aceptar, que nos negamos a contemplar, de que algo más gordo se avecina. Más peor, dicho en román paladino. Porque si nos dicen que que ahora es el tiempo de la estrechez y el sacrificio, pero nos aguardan días con sol, días felices, pues es como cuando a la espera de la salud soportamos estoicamente la enfermedad. Pero esto, esto… El ahora sí y mañana no, y lo del pinganillo, la España del pinganillo… ¿Se puede soportar?
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