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viernes, 22 de octubre de 2010

¿Se puede hablar de todo en cualquier lengua?

21 de octubre de 2010




Una vieja cuestión de la lingüística es si se puede hablar de todo en cualquier lengua o, lo que es lo mismo, si todos los idiomas de la humanidad son medios expresivos igualmente válidos, dotados del mismo potencial para poner en palabras lo que queremos decir. La cuestión no es trivial, como veremos, pues las consecuencias prácticas de una u otra respuesta pueden llegar a ser drásticas.



Para despejar las dudas desde el principio, diremos que sí, que todo parece indicar que se puede hablar de todo en cualquier lengua. Esto es, de hecho, lo que se conoce como principio de efabilidad.



Las lenguas del mundo presentan fuertes variaciones en cuanto a su vocabulario y sus estructuras gramaticales. Tan grande es la diversidad que uno puede estar tentado de pensar que cada lengua es un mundo aparte y que cada comunidad lingüística vive recluida en los límites de ese mundo. Un pueblo que habita junto al mar puede tener vocabulario para expresar peculiaridades de su medio de las que carezca un pueblo del interior y viceversa. Una sociedad tecnificada como la nuestra dispone de términos para nombrar los componentes de un teléfono móvil que no se encontrarán en sociedades que desconozcan este artilugio (suponiendo, claro está, que todavía existan tales sociedades en el mundo). ¿Quiere esto decir que las gentes del desierto no podrán hablar del mar o que será imposible explicar qué es un teléfono móvil y cómo está hecho a un grupo de población que nunca haya visto uno?



Lo que nos dice el sentido común y nuestra propia experiencia es que sí se puede. Quizás carezcamos de ciertas palabras, pero en estos casos siempre está disponible la posibilidad de explicarnos por rodeos o de acuñar nuevo vocabulario. De hecho, nosotros tampoco disponíamos del vocabulario necesario para hablar de los teléfonos móviles hasta que no se inventaron. Y otras veces la forma de hacerse con ese nuevo vocabulario es tan simple como tomarlo prestado del pueblo de al lado que ya lo tiene. Es algo que hacemos a diario.



Por lo que respecta a la gramática, hay lenguas, como la nuestra, que cuentan con un complejo sistema de tiempos verbales de pretérito, lo que nos permite afinar muchísimo en la expresión de relaciones temporales de pasado. Piénsese en los matices semánticos que encierran formas como cantaba, cantó, ha cantado, había cantado, hubo cantado… En otras lenguas, en cambio, solo hay disponible un tiempo de pretérito. ¿Limita eso las posibilidades de hablar del pasado? No necesariamente. Junto a las formas que nos ofrece la gramática hay toda una gama de elementos léxicos que también permiten matizar y graduar la narración de hechos pasados, por ejemplo, antes, después, luego, a continuación. Y si todo eso falla, siempre habrá alguna manera de explicarlo con una o más oraciones.



El principio de efabilidad es primo hermano del de traductibilidad. Si el pensamiento humano se puede expresar por igual en cualquier lengua, entonces las lenguas tienen que ser traducibles. Cualquier traductor nos podrá advertir que todo texto está plagado de matices de significado que resulta imposible verter en los moldes de otra lengua. No obstante —y hasta donde tengo noticia—, hasta la fecha ningún texto de una lengua conocida ha sido declarado intraducible. Siempre se encuentra una forma de trasladar el contenido, aunque haga falta un buen calzador o, incluso, unos cuantos martillazos. Pero esto no da al traste con el principio de efabilidad, por lo menos en una versión moderada, pues este lo que postula es que lo que se puede decir en una lengua se puede decir también en otra, pero no que todo se tenga que decir de la misma manera.



Las implicaciones de este asunto van más allá de la mera especulación teórica. Si hubiera limitaciones a lo que es expresable en una lengua, habría que admitir que hay limitaciones culturales que se derivan de este hecho. Sería predecible entonces que ciertas comunidades lingüísticas se encontrarían con dificultades básicas para la especulación filosófica, para el desarrollo tecnológico o para la creación literaria, por citar solamente algunos ejemplos, mientras que a otras su lengua les podría proporcionar una ventaja estratégica en alguno de esos campos. Podría ser que la excelencia en lo uno sólo se pudiera obtener a expensas de lo otro, que las lenguas especialmente dotadas para la lógica tuvieran un rendimiento mediocre en la lírica, o que solo se pudiera alcanzar una extraordinaria aptitud para la abstracción a costa de lo emotivo. La idea, desde luego, es tentadora y se corresponde con muchos de los estereotipos que circulan a propósito de los diferentes pueblos del mundo. Otra posibilidad, más fuerte aún, sería que ciertas lenguas sobresalieran de manera generalizada, que resultaran ser instrumentos especialmente aptos para los más diversos cometidos, de modo que el ser hablantes nativos de una determinada lengua, ya de por sí, les diera una ventaja de partida a sus poetas, filósofos, oradores, ingenieros, economistas o juristas. Un pueblo así no tardaría en convertirse en amo del mundo.



Pues bien, todo esto se ha postulado en algún momento de las lenguas más variadas. En Europa tuvimos incluso todo un discurso seudocientífico que pretendía demostrar la superioridad de las lenguas europeas. Esto implicaba la superioridad de nuestra cultura y, en definitiva, de nuestras sociedades. Si, en cambio, el pueblo X tenía una limitación radical para el pensamiento abstracto y esto constituía un impedimento para su desarrollo espiritual y material, nada más natural que acudir allí a echarles una mano… a nuestra manera. Toda esa palabrería no era sino una más de las tristes justificaciones del colonialismo y el racismo.



Son necesarias un par de advertencias antes de terminar.



La primera es que el principio de efabilidad no implica en modo alguno que todo se puede expresar con palabras. Todos nos hemos topado alguna vez con los límites del lenguaje humano, con lo inexpresable. No, este principio es más modesto. Se conforma con afirmar que si se puede decir en una lengua también se podrá decir en las otras. Y lo que no se puede decir, probablemente no se pueda decir en ninguna.



La segunda es que este principio no está tampoco exento de problemas. Algunos de ellos han sido señalados por los defensores de la hipótesis contraria, la de la relatividad lingüística. Pero de eso nos tendremos que ocupar otro día, que por hoy ya es bastante.

[Blog de Lengua Española de Alberto Bustos, ¿Se puede hablar de todo en cualquier lengua?]







Publicado por Alberto Bustos

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