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sábado, 11 de diciembre de 2010

Mario Vargas LLosa recibe Premio Nobel de Literatura

Es el sexto premio Nobel para América Latina. En realidad este premio al escritor peruano se esperaba cada año desde hace 27, cuando en 1982 lo obtuvo el colombiano Gabriel García Márquez. Luego pareció inevitable cuando en 1990 lo ganó el mexicano Octavio Paz. De eso hace ya veinte años. Pero nada. Parecía que las moiras eran ciegas y lo tenían predestinado a la misma suerte injusta de Juan Rulfo y Jorge Luis Borges. Pero hoy, día de luna nueva, esa mala suerte se ha conjurado.



Aunque para los latinoamericanos era como si ya lo hubiera ganado hace muchos años.



El recorrido literario de lo que ha premiado la academia sueca a lo largo de su ya pasado siglo es interesante. Sin pretenderlo ha creado una especie de gran arco biográfico de la historia del continente.



Cuando en 1945 Gabriela Mistral obtuvo el Nobel de literatura, el resto del mundo empezó a saber un poco más de América Latina. En los versos de la poeta chilena confluyen los dos mundos, América y Europa. Una poesía tapizada de lo autóctono pero donde resuena la religión y creencias traídas de ultramar. Desolación (1924) es el poemario que empieza poner en boca de todos la obra de esta maestra de escuela. Coloquial, natural, directa, pasional y sensible a los sentimientos y al entorno. La ilusión y el dolor ante la muerte. En Tala (1938) su espíritu religioso vuelve a aparecer y se confirma en Lagar (1954) en cuyos versos late su admiración por la naturaleza. Una poesía que retrata las emociones de sus gentes, de su América Latina que siente desamparada, a veces, incluso, dejada de la mano de su Dios.




Es en 1967 con el premio al guatemalteco Miguel Ángel Asturias cuando se muestra parte del lugar de donde procede el continente y del por qué de su idiosincrasia. Sus narraciones anidaban en lo aborigen, él conectaba esa memoria precolombina con el presente. Es el fundador de lo que habrá de ser conocido como realismo mágico a partir de su libro Hombres de maíz (1949). Su literatura universaliza entonces la mirada autocrítica de los creadores latinoamericanos respecto a la propia historia del continente y su sociedad.




Pero es Pablo Neruda, Nobel de 1971, quien se rebela y pone en versos la geografía política y social del continente. Con él, la política y el reclamo se hizo arte en Latinoamérica. Antes, el amor y los desamores con su famoso Veinte poemas de amor y una canción desesperada en 1924. Con ellos, desde entonces, los adolescentes se acercan y tratan de entender esos primeros sentimientos que creen eternos. Pero fue Residencia en la tierra (1933 y 1935) el que lo puso en las cumbres del mapa literario. Luego vino Canto general (1950). Y otros libros donde miraba al pueblo y transmitía su sentir, el oprobio, la esperanza y la desesperanza. Son versos del presente que responden a una situación real de aquel presente que aún pervive.



Once años más tarde la academia sueca premia, en Gabriel García Márquez, a una generación irrepetible de autores latinoamericanos que desde su propio continente y desde fuera empezaron a reconstruir la memoria de América Latina. Y en su empeño ensancharon los lindes de un idioma. Fueron más allá del final del horizonte visible desde un punto fijo. Rulfo, Cortázar, Onetti, Vargas Llosa, Fuentes, Donoso, Cabrera Infante y otros más que radiografiaron, cada uno a su manera, la experiencia de una tierra aún desconocida para el resto del mundo. Diversos y potentes estilos y originales maneras de enfocar la vida y la realidad. Y de concebir la literatura. Pero la academia se inclinó por el embrujo literario de aquel escritor caribeño que hizo universal su pueblo y sus pueblos en libros como El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada. Mitología, leyendas populares, creencias religiosas y mandatos oficiales que le sirvieron para crear un nuevo territorio donde conviven imaginación, intuición y realidad. Y donde el tiempo y el espacio parecen uno solo.



Hasta que en 1990 llegó el Nobel a Octavio Paz. El poeta y ensayista mexicano trató de entender y hacernos comprender el origen de lo latinoamericano. A finales de la década del cuarenta era un prometedor poeta mexicano. A partir de ahí, lo suyo sería explorar, conquistar y volver a explorar. En su travesía literaria participó en el neomodernimo, el realismo y otros movimientos. Pero todos con un punto en común: desentrañar al hombre contemporáneo, proyectarse en la ruta que habría de seguir hacia el origen de la misma. Soledad, incomunicación, vacío y temas existenciales.

Ahora, en un día que precede a la luna nueva, esas cuatro maneras de mirar el mundo desde América Latina confluyen en la obra de Mario Vargas Llosa. Realidad mirada de frente, intención de entenderla y comprenderla, de aprender de ella. De una prosa que cuenta a la vez que analiza, y que analiza a la vez que hace soñar. Un escritor que siempre ha tomado el pulso de su tiempo, y como un relojero ha querido saber la función de cada pieza en el transcurrir de ese tiempo. Pero hay un aspecto que también es fundamental: la crítica o análisis literario. Su excelente y entusiasta aproximación a los libros que le apasionan. Su amor por la literatura, y su contagioso entusiasmo.





Y este arco de los seis premios Nobel latinoamericanos se condensa en la frase del propio Mario Vargas Llosa cuando dijo que “América Latina no puede renunciar a esa diversidad que hace de ella un prototipo del mundo”.///

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