5 de mayo de 2011
La metonimia es una figura retórica. Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Pero es mucho más. Se trata de una potente herramienta que amplía nuestras posibilidades expresivas tanto en la lengua literaria como en la cotidiana y que nos ayuda a entender el mundo.
Mediante la metonimia, una palabra o expresión adquiere un significado adicional que se basa en una relación de contigüidad entre la realidad que nombraba originariamente y la nueva. Contribuye, por tanto, a la polisemia. Por ejemplo: uno de los órganos que utilizamos para hablar es la lengua; esta siempre interviene en nuestra producción del habla. No es de extrañar, por tanto, que el nombre del órgano haya adquirido el significado adicional de ‘lenguaje’. Y no solo no es de extrañar, sino que se trata de una metonimia enormemente frecuente. Entre las lenguas de Europa la encontramos, por mencionar solo una de cada familia, en inglés (tongue), en checo (jazyk), en gaélico irlandés (teanga), en húngaro (nyelv) y en griego (tanto clásico como moderno: glossa). La relación que se da en este caso es de tipo instrumental, pero la tipología de las metonimias de la lengua cotidiana es de lo más variada. Así, cuando hablamos de la Casa Rosada para referirnos al gobierno argentino, la relación es de lugar. Cuando llamamos Rioja a un tipo de vino, la relación es de procedencia. O cuando al revisor del tren le llamábamos el pica, el vínculo venía por la actividad: él era la persona encargada de picar los billetes.
Hay que tener en cuenta dos puntos importantes para entender lo que es la metonimia. En primer lugar, se trata de relaciones en presencia, es decir, lo uno aparece con lo otro (por lo menos, originariamente): la lengua como órgano está presente en la producción del habla, el gobierno de Argentina está en la Casa Rosada, en la Rioja hay vino de Rioja y cuando llamamos a uno de nuestros amigos el melenas, la melena aparece con nuestro amigo. En segundo lugar (y esto se deriva de lo anterior), los dos significados se sitúan en el mismo ámbito de la realidad.
Metáfora y metonimia se diferencian en los dos puntos anteriores. Cuando hablamos de las perlas de tus dientes, las perlas no aparecen por ningún lado (si no, sería relativamente fácil hacerse rico). Lo que hay son dientes. Y lo uno y lo otro son realidades que pertenecen a ámbitos diferentes. Son relaciones en ausencia. Por otra parte, las relaciones que se dan en la metonimia son objetivas, reales: están ahí esperando a que alguien las descubra. En cambio, las que se establecen en la metáfora son relaciones subjetivas que creamos nosotros más o menos caprichosamente. No hay nada que vincule de por sí las perlas con los dientes.
La metonimia no solo añade significados nuevos a palabras que ya existen. También desempeña un importante papel en la creación de nuevas palabras. Muchos compuestos se basan en una relación metonímica, como, por ejemplo, pelirrojo, ciempiés o correveidile (y lo mismo ocurre con alguna palabra formada por parasíntesis, como pordiosero).
Jakobson dijo que la metonimia era la pariente pobre de la metáfora. Se refería a que tradicionalmente ha sido esta última la más estudiada, mientras que la otra se tenía que conformar con que la mentaran de pasada. Esto se explica en parte por su naturaleza. La metáfora y la metonimia son dos hermanas, pero a la una le gusta llamar la atención y a la segunda, pasar desapercibida. Si hablamos de los panteras grises, salta a la vista que la expresión no es literal. En cambio, cuando nos dicen que Finlandia y Kósovo han establecido relaciones diplomáticas, hay que pararse un momento a pensar para percatarse de que quienes han dado ese paso son los gobiernos.
Sin embargo, metáfora y metonimia son igual de importantes. Se trata de dos mecanismos complementarios de los que se sirve nuestro sistema cognitivo para aprehender el mundo. En el fondo, cuando nos encontramos ante una realidad nueva, hay dos estrategias básicas para enfrentarnos a ella. Una consiste en decir “esto es como esto otro”. Es lo que se conoce como metáfora. La otra consiste en fijarnos en algún aspecto de esa realidad o de lo que la rodea y utilizarlo para representarnos el todo. Eso es la metonimia.
Ni más ni menos.
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