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lunes, 27 de junio de 2011

No puedo dormir



Noche tórrida de verano, de un día cualquiera, que bien pudiera ser este, el 26 de junio de 2011

Tras bajar tres veces, de su habitación a la planta de abajo, mi chaval me vuelve a comentar, con una indignación a medias, que no se puede dormir. De nuevo, también con una resignación a medias, le aconsejo que se acomode en su pequeño sofá, enfrente de la televisión, junto con sus juguetes, para que los últimos ecos del telediario consigan, definitivamente, llevarle a los brazos de Morfeo.

Pasan los minutos, no muchos, y en el momento clímax del noticiario (un reportaje inesperado sobre Seix Barral), como de costumbre, surge la llamada de atención del primogénito, pidiendo, una vez más, ser llevado a su lecho infantil.

         El calor es infernal, la temperatura de la calle debe de rondar los 35º C, la casa es un horno y decidimos sustituir, en este momento, el clásico ventilador que cuelga en el techo por la alta tecnología inverter, menos ruidosa y que nos brinda la temperatura de 25º C en un pis pas.

Nuevo diálogo entre padre e hijo. Me voy a permitir ahora romper la confidencialidad que suelen tener este tipo de conversaciones. Seleccionamos los compañeros de viaje de la noche (es la cuarta vez que acometemos esta tarea), los que van a estar con él en la cama y  aquellos que quedan fuera de la convocatoria y verán el encuentro desde la grada. Van a la cama: Woody, el vaquero- grande-(Toy Story); Woody, el vaquero –pequeño- (Toy Story); Jessi, la vaquera (Toy Story), y el Gatito (este no pertenece a ninguna serie o película, no es popular en índice de audiencia). Este proceso selectivo se ve acompañando por preguntas entre curiosas, inteligentes y absurdas a las que yo no puedo dar respuesta más allá de los monosílabos que me salen.
En un momento determinado, -el cuerpo del niño en posición yacente- me comenta que “el cerebro es malo”; a lo que le pregunté que “por qué”, y su respuesta no dejó de ser contundente: “porque no me deja dormir”. Necesito unos segundos para reaccionar y, con los ecos de su pensamiento en el aire, le digo que me voy a quedar sentado, junto a su cama, hasta que consiga dormirse. Acepta, y sabe que aceptando también se acaba el turno de preguntas y respuestas, porque el fin último del pacto es alcanzar el sueño.

Comienza en estos momentos una lucha contra el crono. Mi hijo, que hace movimientos con las manos en el aire, fingiendo una más de sus historias fantásticas, apunta a alcanzar el ansiado premio del descanso. Por el contrario, yo, el padre de la criatura, más castigado por los años y por el cansancio estival, encontrará en esos minutos que dure la tregua el momento para ordenar una serie de pensamientos que han ido surgiendo durante todo el día, lo difícil será hacerlo sin cerebro (el mío, si sigue funcionando, me deja dormir perfectamente).

Perdemos la noción del tiempo y, en ese momento, uno de los dos se constituye en juez de la velada, aunque es el perdedor realmente. Este ha vencido al inexorable paso del tiempo de una noche de chicharras, grillos y sudor. En ese remanso de paz que supone una habitación infantil, sin mácula, con 25º C, notó en el hombro una sacudida y alguien que me susurra, con una sonrisa picarona en la boca, “papi, te has dormido”.

por Emilio Monte

2 comentarios:

  1. Jajajajajajaja Me ha gustado mucho Emilio. Que tengais buenas vacaciones. :)

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  2. Me alegro, Adrián. ¿Podría tener hueco en tu blog de relatos?

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