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jueves, 22 de septiembre de 2011

Cala literaria I: Alberto Méndez, Los girasoles ciegos


Estas calas fueron apareciendo durante el curso 2009-2010 en el periódico Le Puig del IES Matemático Puig Adam.

Aquí tendrán cabida pequeñas joyas de la literatura de ayer y de hoy; obras de las que se habla y no siempre conocemos de primera mano; antes llegan a nosotros a través de la pequeña y de la gran pantalla; los actores dan vida y recrean a unos personajes que vemos nacer, vivir y morir en las páginas de nuestros libros de cabecera; en otras ocasiones, un autor, una obra, se ponen de moda por una conmemoración, una incidencia, una casualidad, aquí también tendrán su sitio las palabras. Espero que os guste la selección.

Este primer fragmento pertenece a Los girasoles ciegos de Alberto Méndez y, el que no ha leído la obra, puede que se haya encontrado de frente con el esbozo que aquí traigo en algún vagón de metro (Libros en la calle) o hayan visto la reciente película de José Luis Cuerda.

Casi todo resulta sorprendente en este libro que la editorial Anagrama publicó en enero de 2004. Su autor, Alberto Méndez, tenía 63 años cuando ve publicada esta primera obra y muere once meses después sin apenas saborear el éxito que tras su muerte tendría el libro. Durante los meses posteriores a su publicación, y a pesar de las buenas críticas que la novela recibe, las ventas de ésta se hacen casi de una forma clandestina. Algunos comentaristas de radio dan la voz de alerta sobre las cualidades de Los girasoles ciegos. Recomiendan su lectura con pasión y, a partir de ahí, el boca a boca termina por convertirlo en un libro de referencia obligada. Como consecuencia, las ventas comienzan a dispararse.

Los girasoles ciegos es un libro de cuentos articulado a lo largo de cuatro historias- cuatro derrotas, dice el autor- que transcurren entre el período quizá más duro de la posguerra, que va desde 1936 a 1942, y que siendo totalmente independientes están hábilmente entrelazadas entre sí. Sus personajes son seres vencidos. Seres que se encuentran en un camino sin retorno recorriendo una senda de dolorosa entrega e ignorantes de en qué momento su ya maltrecha existencia dará de bruces contra el polvo.

Alberto Méndez nos ha dejado con su única obra no sólo un extraordinario ejemplo de composición literaria, sino -y a pesar, de la crudeza de todas las situaciones- una continua muestra de sensibilidad, que puede conmover a todo tipo de lectores. Sencilla, realista y a la vez cargada de simbolismos, Los girasoles ciegos es una obra sobre la memoria. Sobre una memoria colectiva que debe tener definitivamente su asentamiento en el lugar que le corresponde.
EMH


“Yo procuraba no invitar a nadie a casa para que mi padre no tuviera que encerrarse en el armario, pero mi madre, quizás por amor, quizás por estrategia, establecía un ritmo de reuniones con mis amigos en nuestro piso. Cuando esto ocurría, mi padre se encerraba en su armario con un candil de carburo y unos libros hasta que todos se habían marchado. Afortunadamente, la portera, mal encarada y grosera, y su marido, Casto, un albañil silicótico y macilento, montaban en cólera siempre que veían pasar a algún niño que no fuera vecino de la casa que tan celosamente guardaban. Esto, además de añadir un miedo más a nuestras vidas, evitaba las visitas imprevistas de mis amigos y los sobresaltos que siempre producían los timbrazos.

No podré olvidar nunca que en una ocasión en que la reunión tuvo lugar en nuestra casa, mi padre se sintió enfermo y tuvo que ir al cuarto de baño perentoriamente. A pesar de que teníamos la puerta del comedor cerrada, a través de los cristales y de los visillos que la adornaban alguien entrevió una sombra recorriendo el pasillo.

Para salir del paso, mi madre resolvió la situación hablando de un fantasma que de vez en cuando venía a visitarnos. Naturalmente la explicación heló la sangre de todos los presentes, pero estábamos tan hechos al miedo, tan acostumbrados a las imágenes del Infierno, conocíamos tan bien lo aciago y sus horribles moradores, que todos dieron por buena la explicación. Seguimos jugando al parchís y al cabo del rato se oyó el ruido de la cisterna del retrete que, al rellenarse, producía un traqueteo que terminaba en un silbido parecido al ulular del viento. El estupor y el miedo les paralizó, pero mi madre se limitó a comentar con naturalidad: “Siempre hace lo mismo este fantasma. Tira de la cadena y se marcha.” Una sensación de alivio se derramó sobre mis amigos y continuamos jugando.”



Alberto Méndez, Los girasoles ciegos

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