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lunes, 21 de noviembre de 2011

Don Juan Tenorio (Escena III del Acto III)






DOÑA INÉS: (Lee.)


"Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;
garza que nunca del nido
tender osastes el vuelo,
el diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar;
si es que a través de esos muros
el mundo apenada miras,
y por el mundo suspiras
de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu don Juan."

(Representa.)

¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!,
que me estoy viendo morir?


BRÍGIDA: (Aparte)

¡Ya tragó todo el anzuelo.
Vamos, que está al concluir.


DOÑA INÉS: (Lee.)


"Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía,
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!,
y que a tus pies volaría
si me llamaras a ti."


BRÍGIDA: ¿Lo veis? Vendría.


DOÑA INÉS: ¡Vendría!


BRÍGIDA: A postrarse a vuestros pies.


DOÑA INÉS: ¿Puede?


BRÍGIDA: ¡Oh, sí!


DOÑA INÉS: ¡Virgen María!


BRÍGIDA: Pero acabad, doña Inés.


DOÑA INÉS: (Lee.)


"Adiós, ¡oh luz de mis ojos!
Adiós, Inés de mi alma:
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van;
y si odias esa clausura,
que ser tu sepulcro debe;
manda, que a todo se atreve
por tu hermosura don Juan."


(Representa doña Inés.)


¡Ay! ¿Qué filtro envenenado
me dan en este papel,
que el corazón desgarrado
me estoy sintiendo con él?
¿Qué sentimientos dormidos
son los que revela en mí?
¿Qué impulsos jamás sentidos?
¿Qué luz, que hasta hoy nunca vi?
¿Qué es lo que engendra en mi alma
tan nuevo y profundo afán?
¿Quién roba la dulce calma
de mi corazón?

BRÍGIDA: Don Juan.


DOÑA INÉS: ¿Don Juan dices...? Conque ese hombre
me ha de seguir por doquier?
¿Sólo he de escuchar su nombre?
¿ Sólo su sombra he de ver?
¡Ah! Bien dice: juntó el cielo
los destinos de los dos,
y en mi alma engendró este anhelo
fatal.


BRÍGIDA: ¡Silencio, por Dios!


(Se oyen dar las ánimas.)


DOÑA INÉS: ¿Qué?


BRÍGIDA: ¡Silencio!


DOÑA INÉS: Me estremeces.


BRÍGIDA: ¿Oís, doña Inés, tocar?


DOÑA INÉS: Sí, lo mismo que otras veces
las ánimas oigo dar.


BRÍGIDA: ¡Pues no habléis de él.
Cielo santo!


DOÑA INÉS: ¿De quién?


BRÍGIDA: ¿De quién ha de ser?
De ese don Juan que amáis tanto,
porque puede aparecer.


DOÑA INÉS: ¡Me amedrentas! ¿Puede ese hombre
llegar hasta aquí?


BRÍGIDA: Quizá.
Porque el eco de su nombre
tal vez llega adonde está.


DOÑA INÉS: ¡Cielos! ¿Y podrá...?


BRÍGIDA: ¿Quién sabe?

DOÑA INÉS: ¿Es un espíritu, pues?


BRÍGIDA: No, mas si tiene una llave...


DOÑA INÉS: ¡Dios!


BRÍGIDA: Silencio, doña Inés:
¿No oís pasos?



DOÑA INÉS: ¡Ay! Ahora
nada oigo.


BRÍGIDA: Las nueve dan.
Suben... se acercan... Señora...
Ya está aquí.


DOÑA INÉS: ¿Quién?


BRÍGIDA: Él.


DOÑA INÉS: ¡Don Juan!

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