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lunes, 26 de diciembre de 2011

La juventud está perdida... (Cinco horas con Mario de Miguel Delibes)


No quiero entristecerme más de lo que estoy, Mario, cariño, pero la juventud está perdida, unos por el twist y otros por los libros, ninguno tiene arreglo, que yo recuerdo antes, ¿cómo vas a comparar?, hoy no les hables a estos chicos de la guerra, te llamarían loco, y sí, la guerra será todo lo horrible que tú quieras, 
pero, al fin y al cabo, es oficio de valientes, después de todo no es para tanto, que yo, por mucho que digáis, lo pasé bien bien en la guerra, de acuerdo, a lo mejor por insensatez, pero no me digas, si aquello era como una fiesta sin fin, cada día algo distinto, que si los legionarios, que si los italianos, que si se tomaba 
esto o aquello, y todo el mundo, hasta los viejos, cantando "Los Voluntarios", que tiene una letra bien bonita, o "El novio de la muerte", que ésta sí que es el no va más. Y entonces ni me importaban los bombardeos, ni el Día del Plato Único, que mamá, con ese arte especial que tenía, juntaba todo en un plato y ni pasábamos hambre, te lo juro, como el Día sin Postre, que Transi y yo comprábamos caramelos y ni notarlo. Los que sí eran un poco así, como frescos, ahora me doy cuenta, eran los de los pueblos, a ver, gente sin trato, que yo recuerdo que cuando les clavábamos el Detente, pero en la carne, ¿eh?, todo el tiempo tocándonos y "dadnos suerte", que Transi y yo sin rechistar, a ver, eran tan valientes. ¿Sabías que yo, aunque ya era novia tuya, fui madrina de uno? Pablo, Pablo Haza creo que se llamaba, me escribía unas cartas tronchantes, llenas de faltas de ortografía, un patán de la cabeza a los pies, pero no te den celos, 
porque algo había que hacer por esa pobre gente y yo le contestaba, que una vez se presentó con permiso y empeñado en salir conmigo, figúrate, ya le dije que de eso ni hablar y, entonces, que al cine, y yo que no, menos, imagínate, con toda la gente, y él empezó a dramatizar que lo mismo le mataban al día siguiente y yo 
que qué le iba a hacer, que lo sentiría en el alma y él, entonces, se metió un dedo con toda la uña negra en la boca y me puso en la mano una muela de oro, que yo horrorizada, "¿para qué hace usted eso?", porque eso sí Mario, muy de usted, no te vayas a creer, buena era mamá: "Está bien ayudarles, pero guardando las distancias; los soldados son gente baja", y él que los moros cascaban las cabezas de los muertos, figúrate qué espanto, para quitarles los dientes de oro y que se lo guardara hasta el final de la guerra, que debió ser un presentimiento, porque del bueno de Pablo Haza nunca más se supo, que tuvimos que ir mamá y yo un día a entregar la muela al Tesoro. De esto hubo mucho en la guerra, desgraciadamente, mira Juan Ignacio Cuevas sin ir más lejos, me parece que ya te lo conté, el hermano de Transi, que era así como retrasado, medio anormal, pero le movilizaron y le llevaron a un cuartel, para servicios auxiliares y así, pero lo que pasa en las guerras, debió hacer falta gente o qué sé yo, el caso es que una mañana, los padres de Transi se encontraron un papelito todo lleno de faltas por debajo de la puerta: "Me yeban, figúrate con i griega, a la gerra, sin ú. Tengo muchísimo miedo, a Dios, separado, Juanito". Bueno, pues ésta es la hora, y ya ha llovido, que revolvieron Roma con Santiago, no te vayas a creer, buenos son, pues lo que se dice ni rastro. Claro que, lo que yo digo, conforme estaba, preferible que Dios se lo llevase, una carga, imagina qué porvenir, de peón de albañil o algo parecido, mejor muerto, pero a Transi, hijo, le dio sentimental, "ay, no, guapina, un hermano es un hermano", que eso según desde donde lo mires, pero si piensa así, es absurdo que pusiera cara a Evaristo, un emboscado, que hasta se dejó pintar desnuda por él o a saber cómo, 
que en otra cosa, no, Mario, cariño, pero en este punto bien tranquilo puedes estar, que yo de eso, ni hablar, ya lo sabes, y no por falta de ocasiones, Mario, que los hombres, por si no estás enterado, todavía me miran por la calle y hay miradas y miradas que Eliseo San Juan, cada vez que me echa la vista encima, 
hay que oírle, un torbellino, que no se para en barras, "qué buena estás, que buena estás; cada día estás más buena", que si le diera pie no sé lo que sería, que ni le miro, sigo y como si nada, hasta que se cansa, te lo prometo, como si no fuera conmigo, anda que si le diera pie... 

Miguel Delibes  Cinco horas con Mario Capítulo VII página 39 

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