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domingo, 22 de enero de 2012

Carmen Martín Gaite hurga en la Inquisición


«[Este libro] es bastante más que una biografía. Es en realidad toda una historia política de los reinados de Felipe V y Fernando VI y en particular de los quince primeros años del de aquel… Cuando los lectores aseguraron, tanto de Macanaz como de los Usos amorosos, que se leían “como una novela”, la autora recibió ese comentario como el mejor elogio que podían hacerle.» 

Del prólogo de Pedro Álvarez de Miranda



Por:
Tereixa Constenla
20/01/2012 - El País (Papeles perdidos)

En el hilo creativo de Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925-Madrid, 2000) hay una década de sospechoso silencio. Entre las novelas Ritmo lento y Retahílas discurren 11 años, de 1963 a 1974, sin que la escritora suelte palabra. Literaria. En ese tiempo, luego se sabría, cayó en el agujero negro de los archivos históricos, capaces de absorber la atención hasta anular vidas y voluntades de cualquiera que sienta curiosidad por un trocito del pasado. Martín Gaite se fascinó por Melchor de Macanaz, un ministro de Felipe V, el primer Borbón que reinó en España, que acabaría siendo perseguido, desterrado y encarcelado por la Inquisición. Macanaz, piadoso hasta el meapilismo en sus años de estudiante de Derecho en Salamanca, defendió como asesor real la primacía del gobierno del monarca, lo que en la práctica significaba un recorte del inmenso poder del que disponía el Santo Oficio a comienzos del siglo XVIII.

Macanaz era un perfecto desconocido cuando Martín Gaite se encontró con él en la obra Historia del reinado de Carlos III, de Antonio Ferrer del Río. Solo Menéndez Pelayo le había incluido en su Historia de los heterodoxos. Y ya. Cuando el hispanista Henry Kamen publicó en 1969 su obra sobre la Guerra de Sucesión, recuerda el académico y filólogo Pedro Álvarez de Miranda, se sorprendió ante el hecho de que nadie hubiera escrito la biografía de Macanaz. “Lo que Kamen no sabía entonces es que en ese mismo año una animosa escritora –que no historiadora profesional- había puesto el punto final precisamente a una biografía del personaje, a la que había dedicado seis años de trabajo”, escribe Álvarez de Miranda en el prólogo de El proceso de Macanaz, el ensayo escrito por Martín Gaite que ha reeditado Siruela en su biblioteca de la escritora. Ella le sacó del olvido, antes de que el olvido volviera a por él. “Nadie se había atrevido con él”, destaca el prologuista, “nadie ha vuelto a hacerlo después, tampoco”.

Carmen Martín Gaite se atrevió por fascinación: “Mi curiosidad por completar tan confusa y arrinconada historia fue creciendo tan ardientemente que el deseo de ahondar en el inexplicable proceso que llevó a Macanaz a la fama, al destierro, a la cárcel y a la muerte, llegó a sustituir en mí a todo otro proyecto intelectual”. Al principio, según contó ella misma en una introducción a la obra, no perseguía escribir la biografía del político reformista, al que define como un ser ajeno a la realidad y de “imposible clasificación”, si no aclarar las causas que le llevaron a caer en desgracia y al exilio.

Lo cierto es que la novelista logra dos cosas a veces antagónicas: el reconocimiento de los historiadores y el interés de los lectores. El proceso de Macanaz, subtitulado Historia de un empapelamiento, sumerge a los destinatarios en el mismo agujero abisal que atrapó a la autora de Caperucita en Manhattan. Después de rastrear en varios archivos (Histórico, Simancas y el Affaires étrangères de París), Martín Gaite reconstruyó la biografía del político, escritor, pensador y fiscal general del Consejo de Castilla al tiempo que naturalmente construía un ensayo sobre los reinados de los primeros borbones, Felipe V y Fernando VI. De su investigación salió en paralelo además una de sus obras más deliciosas: Usos amorosos del dieciocho español.

Melchor de Macanaz (Hellín, 1670-1760) nació y creció en la España del antiguo régimen. Hijo de una saga con aspiraciones hidalgas sin fundamento y sospechosas raíces judías, Macanaz soñaba con elevarse en la pirámide social y sufrió con las humillaciones que su condición de “manteísta” le deparó en Salamanca, una ciudad atrapada por inercias discriminatorias. Para saltar sus estigmas desplegó una piedad bochornosa que contrasta con el papel de látigo eclesiástico que asumiría más tarde: fue uno de los urdidores de la organización de rosarios y procesiones nocturnas en la Salamanca de finales del XVII. “Lo único que anhelaba era hacer méritos dentro de aquel mismo ambiente cerrado, destacarse de alguna manera, ser alguien allí”, escribe su biógrafa.

Tras estudiar leyes, en 1694 se instaló en Madrid, donde poco después ocurriría algo impensable: una junta especial emitía una consulta, a petición de Carlos II -quien apenas unos años antes había sido el primero en colocar leña sobre una hoguera durante un auto de fe en el que ardieron 118 condenados por la Inquisición-, sobre los excesos del Santo Oficio en el ámbito seglar. Aunque advierte Martín Gaite que la petición “no pasó de ser letra muerta”.

La carrera de Macanaz en la corte despega con la guerra de Sucesión por el trono español. Y aunque Felipe V, candidato francés, había empapado la contienda de “cruzada religiosa”, pronto surgieron conflictos entre el monarca y la Iglesia. Hasta llegar a la ruptura de relaciones entre Madrid y Roma en 1709. Ese mismo año comienza con una excomunión la ofensiva de la Iglesia contra Macanaz, para entonces encargado judicial de confiscaciones en Xátiva. Fue una munición retardada. Sobreseído el pleito, la Inquisición lo retoma en 1716 para aplastar con todo su podería la vida y el destino del antiguo ministro.

Hasta llegar a esa fecha, vive sus años de apogeo. Como fiscal general de la Monarquía impulsa reformas que incomodan por doquier, incluido el Consejo de Castilla. Pisaba arenas movedizas que le engulleron definitivamente cuando escribió en 1714 el Pedimento o memorial de los 55 párrafos, en el que intentaba “cerrarle la puerta a Roma para que dejara de sacar dinero de las arcas españolas a base de invocar argumentos de costumbre o religión”. El párrafo que más escandalizó a la Inquisición decía así:

“El número de religiones y conventos que cada una tiene en España es tan excesivo que casi igualan sus individuos a los legos y han acabado con las haciendas, introduciendo tales modos de sacar dinero, frutos y todo género de bienes que casi el todo de la monarquía viene por uno u otro medio a parar a ellos; y al mismo tiempo se ven niños y niñas huérfanos morir sin tener donde recogerse ni quien los alimente, los hospitales en tan suma miseria que no pueden curar los enfermos, las parroquias tan pobres y desiertas que casi están yermas, la república llena de vicios, escándalos y pecados por falta de fondos para recoger mujeres pobres perdidas, personas miserables y pobres, los eclesiásticos relajados por falta de seminarios”.

En 1715 la Inquisición, envalentonada ante el rey tras la nueva política de acercamiento entre Roma y Madrid, inicia el proceso contra el antaño todopoderoso ministro, exiliado en Francia. Como primera medida investigan su “poco clara” ascendencia en Hellín y pronto le sigue el embargo de sus bienes, una rapiña que se prolonga durante años, y que coloca en una situación de miseria al antiguo fiscal que, según Álvarez del Miranda, “planteó unas reformas de una osadía espectacular, que llegaron a rozar medidas –como la supresión misma del Santo Oficio o la política de desamortización- no afrontadas hasta el XIX”. Su destierro duró 33 años hasta que, octogenario ya, recibió autorización para regresar a España, donde fue detenido de inmediato y encarcelado en A Coruña durante diez años. Hasta que Carlos III se apiadó y decidió liberarle para que pudiese volver a Hellín a morir.

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