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miércoles, 4 de enero de 2012

PALABRAS MALSONANTES; MÁS SOBRE LA HERENCIA GRECO-LATINA


Por Paco Fernández para El Tribuno.com.ar

Es destacable cómo cambia el sentido de algunas palabras dando lugar a otras, sobre todo cuando constituye frases.

La evolución se dio a lo largo de un tiempo indeterminado, no solo en el castellano, sino también en otros idiomas.

Una asidua lectora me pidió que escribiera sobre las llamadas «malas palabras». Con gusto lo hubiera hecho si no fuera porque el 8 de febrero pasado dediqué al tema el artículo completo, basándome en la autoridad del recordado humorista, el Negro Fontanarrosa. Por ello la invito a consultar la página 15 de El Tribuno, de esa fecha. De todos modos, al tratarse de una fiel seguidora de estas líneas, el amigo Yerba y yo le dedicamos (mas también a todos los lectores) el dibujo de hoy, relacionado con el tema que a ella le interesa. Hoy continuaré con otras consideraciones sobre los orígenes de las palabras, comenzadas en el artículo anterior. Por ello ilustraré, con otros ejemplos, respecto del significado y procedencia de algunas voces provenientes de las lenguas clásicas.

Pimiento y pigmento

Tomando el diccionario al azar, encuentro el término «pimiento», una de las sustancias que se encarga de sazonar nuestras comidas. Procede del latín pigmentum cuyos significados son: 'color para la pintura; afeite; jugo de yerbas con que se componen colores; ornato o adorno', pero, asimismo, 'color, engaño, fraude'. Ha llegado a nuestra lengua por dos vías: la culta (procedente del latín culto), que nos ha provisto la opción «pigmento». Esta forma pasó al castellano casi sin cambio alguno: solo castellanizó la terminación «um» en «o». Por su parte, por la vía popular, tal como se caracteriza la evolución en esta vía de transmisión de palabras, hubo una mutación mayor, aunque en este caso bastante sencilla, puesto que perdió la «g» (la cual, en una pronunciación espontánea, se suaviza o hasta desaparece) y luego la «e» se convirtió en el diptongo «ie». Al decir del DRAE, la voz latina apunta a una «materia colorante que se usa en la pintura», concordando con el sentido del étimo latino. De ella derivan «pigmentación», «pigmentar» y otras. Pero también, «pimentón», «pimentero», «pimentonero» y «pimienta», lo que muestra que ambas raíces, tanto la popular como la culta, han generado derivaciones. «Pimentón» hace referencia al polvo que se obtiene moliendo pimientos encarnados secos. «Pimentero» es la planta que produce la pimienta. «Pimentonero» es el vendedor de pimentón; también, un pájaro de Castilla que, seguramente, se alimenta del fruto. Es destacable cómo se desplaza el sentido de algunas de estas palabras, dando lugar a otras, sobre todo cuando constituye frases: «me importa un comino», «me importa un pimiento»; o bien, «no vale un comino», refiriéndose a algo que carece de valor. En Cuba, el adjetivo «pimientoso» significa divertido o alegre. «Comer pimienta» se refiere a enojarse o picarse. «Ser alguien como una pimienta» se relaciona con que la persona es muy viva, emprendedora y sagaz. Es importante destacar que estos y otros sentidos, que pueden encontrarse en el habla y en la escritura, están ligados, al menos de algún modo, a los significados de la palabra latina. Por ejemplo, en latín clásico, para definir a alguien muy adornado y arreglado, se decía pigmentatus, lo cual correspondería a nuestra forma dialectal popular «pintarrajeado».

Oreja y auricular

Ambas son palabras nacidas de otra latina que, como dije más arriba, ha llegado a nuestra lengua por doble vía: culta y popular. La que tenían los latinos para designar el aparato exterior humano que sirve para escuchar era auris y, para el oído, áuditus (que en el latín vulgar se convirtió en audítus, cambiando el acento). Pero veamos cómo pasó al español la primera. El diminutivo del latín culto auris era aurícula y orícula, de la cual se generó la nuestra. En efecto, en el latín vulgar se eligió el diminutivo latino para designarla normalmente y, por otra parte, tuvieron que inventar otra para el diminutivo. Testimonio de ello es «orejita», derivado de una forma diminutiva desconocida, del latín vulgar. Entonces, la gente común hizo evolucionar el vocablo orícula convirtiendo esta palabra en oricla, luego en orecla, finalizando en la que hoy usamos. Esta evolución se dio a lo largo de un tiempo indeterminado, no solo en el castellano, sino también en otros idiomas romances. En el francés terminó como oreille; en italiano, como orecchia; en catalán, como orella y en portugués, como ouvido, partiendo, en este caso, de audítus y no de aurícula. Sin embargo, paralelamente palabras cultas tuvieron su procedencia de las latinas cultas auris y aurícula, como «auricular». A su vez, audítus, popularmente produjo «oído», pero por la vía culta aparecieron, «audición», «auditor», «auditar», «auditoría», «auditivo», «auditórium» o «auditorio», «audiencia», «audible», «audibilidad»; como también las compuestas «audífono», «audiometría», «audiovisual», «audiofrecuencia», «audiograma», «audiofrecuencia», «audiometría», y otras.

Oro y aureola

Por fin, para redondear estos ejemplos e ilustrar un poco más sobre el procedimiento de provisión verbal de parte del latín a nuestra lengua, tenemos aurum, cuyo significado es 'oro' (por lo general, las terminaciones latinas en «au» fueron al castellano en «o»); prácticamente esta palabra es la única que provino por la vía popular. En cambio, por la vía culta se contabilizan varias: «áureo», «aurífero», «áurico» y «aureola». Es preciso aclarar que esta última proviene de la latina «auréola», que significa 'dorada', pero, también, que deriva originalmente de aurum y, de esta, «áureus», adjetivo que quiere decir 'de oro, parecido al oro, adornado de oro, de color de oro, hermoso, excelente, exquisito, de la edad de oro, puro'. Otra palabra derivada de auris es el adjetivo poético «aurívoro». Literalmente significa el que devora el oro, pero, en realidad, es el codicioso por el oro. Asimismo, designaba a una moneda de oro de la época del Imperio Romano, aunque también lo hizo en nuestra Era, desde la órbita del latín vulgar.

De esta manera, podemos comprobar, aunque sea con un par de ejemplos sucintamente, uno de los tantos procedimientos lingüísticos de los que se valió la lengua en el proceso de transformación, al menos en el aspecto léxico o del vocabulario, con el cual se generaron nuevas palabras en el idioma naciente, permitiendo que realizara el gran cambio hacia un naciente idioma.

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