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miércoles, 21 de marzo de 2012

Hacer los deberes


 

La expresión hacer los deberes es un cliché, es decir, una expresión manida que en su día pudo ser original. He aquí un par de ejemplos, uno de ellos con el infinitivo hacer los deberes (1) y el otro en la forma muy corriente con los deberes hechos (2):

(1) En este sentido, ha instado al Consistorio a “hacer los deberes” en materia de I+D+i y que no “pierda más tiempo en otras cosas” [Europa Press (España), acceso: 13-3-2012]

(2) El Gobierno belga llegará a la reunión del Eurogrupo con los deberes hechos, aunque sea a última hora [El País (España), acceso: 13-3-2012]

Desde el punto de vista estilístico, esta forma de explicarse resulta poco afortunada por lo que tiene de falta de originalidad y de expresividad. Es una fórmula que se ha repetido hasta la saciedad y ya se sabe que lo poco agrada y lo mucho cansa. Forma parte, en realidad, de ese repertorio de lugares comunes y estereotipos que nos ayudan a despachar en un par de golpes de tecla un texto nada ejemplar. Pero si seguimos tirando del hilo, veremos que hay más motivos para recelar.

Está basada en una metáfora que presenta al sujeto, a la persona que tiene que hacer los supuestos deberes, como un niño que está sometido a la tutela de padres y maestros. Ellos son quienes saben lo que está bien y lo que está mal, lo que conviene y lo que no. Aquello de lo que se habla, o sea, los deberes, aparece como una tarea inexcusable que nos viene dada: es lo que hay que hacer y cuanto antes se haga, mejor. Cuanto más protestemos o nos distraigamos, peor, justo como un niño al que le ponen tres sumas y cuatro multiplicaciones que tiene que resolver antes de la merienda. Tampoco el hacerlo tiene mayor mérito; como mucho, nos convierte en chicos aplicados. En los deberes queda poco margen para la creatividad. Hay una solución que es la buena y solo lo habremos hecho bien en la medida en que la descubramos y nos acerquemos a ella. Y, naturalmente, el no hacer la tarea o hacerla mal tiene sus consecuencias: los chicos rebeldes se quedan sin merendar.

En definitiva, hemos de ser precavidos con este tipo de expresiones. En el mejor de los casos son muestras de adocenamiento y en el peor se prestan a funcionar como una píldora en la que alguien puede encapsular un juicio resumido que espera que nos traguemos sin pasarlo por el filtro del análisis racional. Por eso, cuando nos encontremos con ellas conviene que no nos quedemos en el hastío que nos producen, sino que nos preguntemos qué es lo que ocultan en lo que parecen revelar.

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