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jueves, 5 de abril de 2012

Fallos en una exposición oral: no vocalizar


Las condiciones y necesidades de la comunicación formal ante un público están muy alejadas de las de la típica situación de habla cotidiana, que se produce cara a cara y a corta distancia. El discurso que resulta perfectamente audible y comprensible en un momento de charla mientras tomamos café se convierte en un runrún indiferenciado en cuanto empezamos a hablar en una sala.
El secreto para vocalizar está en la respiración. Esa es la base de todo discurso oral. Tendemos a respirar solamente con la parte superior de los pulmones. Un orador, en cambio, necesita acostumbrarse a hacerlo con el diafragma, a llenar los pulmones de aire desde abajo para irlos vaciando poco a poco mientras habla. El movimiento es comparable al del saco de una gaita que se hincha primero para ir encogiéndose al tiempo que se libera la melodía. Si respiras correctamente, el propio aire te irá marcando el ritmo del discurso mientras espiras.
Para que esto se dé, es necesario en primer lugar que estés relajado. Una de las consecuencias de la ansiedad es el famoso nudo en la garganta que nos impide lo mismo hablar que respirar. No nos engañemos: ponerse delante de una clase, de un grupo de posibles clientes o de un tribunal de oposición le da miedo al más pintado. La ansiedad es consustancial con este tipo de situación. Por eso hay que aprender a controlarla. Para ello son decisivos los momentos iniciales de la presentación. Lo primero es tomar conciencia de la ansiedad. En el momento en que percibamos la tensión de nuestros músculos y lo trabajoso de nuestra respiración, sentiremos que, como por arte de magia, se empieza a liberar el agarrotamiento. Entonces hay que aprovechar para llenar bien los pulmones. De esta forma podemos entrar en un círculo virtuoso porque la respiración profunda no solo ayuda a vocalizar, sino que combate la ansiedad.
Para lograr una respiración adecuada es fundamental tener un apoyo sólido. Si estás de pie, planta bien los pies en el suelo repartiendo el peso por igual sobre los dos. Deja los equilibrios a la pata coja para los flamencos. Controla esa necesidad compulsiva de echar a correr. Una vez que estás aquí, no hay escapatoria, y los saltitos y las carreritas solo sirven para empeorar tu situación. Una vez que los pies están bien apoyados en el suelo, deja que el peso del tronco repose sobre la pelvis. Ahora estás en condiciones de respirar y de hablar. Hazlo. Fíjate en cómo las sílabas se van formando al tiempo que vacías los pulmones. Haz coincidir las pausas de tu discurso con las pausas para rellenar tu reserva de aire. Cuando esto empiece a estar controlado, métete de lleno en lo que tienes que decir. Al cabo de unos minutos se habrá desvanecido la tensión y te encontrarás con que las sílabas y las ideas van fluyendo como por sí solas.
Lo anterior es la base fisiológica de una buena vocalización. Además tienes que huir de algunas de las costumbres (no tienen por qué ser vicios) del habla coloquial. Esmérate en pronunciar cada sonido individual, evitando comerte trozos de las palabras. Es posible que cuando estás hablando con tus amigos digas algo así como Ma llamao pa quedá, pero eso, delante de un público, se convierte en Me ha llamado para quedar.
Todo lo anterior se resume así: respira con ganas, deja que el aire te marque el ritmo y no les arranques los cachos a las palabras.

2 comentarios:

  1. Hola Emilio, quería darte las gracias por tu artículo. En mi caso practico la respiración abdominal de diario, sin embargo no vocalizo bien e incluso en una conversación coloquial he de repetir frecuentemente lo dicho, lo cual empieza a agobiarme. Tienes algún consejo? Gracias!

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  2. No soy especialista en la materia, pero lo que sí te puedo decir y aconsejar es que los nervios y tu agobio no son buenos compañeros en tus discursos. Sigue controlando la respiración y, sobre todo, serénate.

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