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domingo, 8 de abril de 2012

Prostitutas de novela


Los avatares artísticos y reales han vuelto a poner a las prostitutas como protagonistas
Repasamos la presencia de la prostituta en la literatura, desde la bíblica María Magdalena hasta la Delgadina de Memoria de mis putas tristes, de García Márquez


SERGIO C. FANJUL - El País

'Naná', de Manet

Pintadas, cantadas, filmadas, esculpidas y, especialmente, escritas, las prostitutas han sido reflejadas en las artes desde diferentes ópticas que van desde la degradación y el poder sutil, pasando como refugio de amores frustrados. Mujeres tan señaladas por la sociedad como inspiradoras de personajes artísticos en una gama que las muestran como personas liberadas, o como viles pecadoras; o como influyentes hetairas y cortesanas; o como crueles mentirosas y ambiciosas; o como seres que se abren paso en la vida; o como consuelo de los hombres. Muchas veces, lejos de la denuncia periodística, la literatura ha dado visos de normalidad e idealización a la prostitución.

Desde la María Magdalena bíblica de la cual san Lucas dice que Jesús la curó de espíritus malignos y le sacó demonios, hasta la Delgadina de Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, las prostitutas siempre han acompañado a las obras literarias. Una presencia que ahora recuerda la reedición de El Libro de Monelle, de Marcel Schwob (publicado por Demipage con traducción y prólogo de Luna Miguel), cuyas narraciones combinan la fantasía del cuento de hadas con la poesía más macabra. Un libro entre tierno y terrible que le fue inspirado al crítico y escritor francés por la joven prostituta Monelle (Louise en la realidad) que falleció prematuramente de tuberculosis dejándole a Schwob el corazón destrozado.

“En la literatura grecolatina hay varias formas de ver la prostitución, desde la más modesta y miserable hasta la más sublimada”, explica Emilio Suárez, catedrático de Literatura de la Universidad Pompeu Fabra. No hay que olvidar que en aquellos tiempos ellas podían ser desde esclavas (alguna se ganaban su libertad prostituyéndose) hasta poderosas hetairas, como Aspasia “que tuvo gran influencia sobre Pericles y, según Plutarco, lo llevó a iniciar la Guerra del Peloponeso. Estas mujeres no eran exactamente prostitutas pero eran músicos o bailarinas, con otras habilidades, que estaban en los simposios de los mandatarios donde no llegaban las mujeres de a pie”, aclara Suárez. En la comedia griega y latina, agrega el catedrático, "aparecen personajes de prostitutas (y prostitutos), generalmente se refieren a ellos de manera irónica y les meten puyas. En el Satiricón de Petronio se describe a veces el mundo más sórdido y masivo de los lupanares romanos. Y el poeta Arquíloco difama a sus enemigos atribuyéndoles a sus hijas prácticas propias de la prostitución”. Sin olvidar a las prostitutas sagradas, como las sacerdotisas en el templo fenicio de Astarté donde “la pasión se veía como el ámbito de dioses como Eros o Afrodita, y Gorgias disculpa así el adulterio de Helena de Troya”.

Las épocas posteriores fueron difíciles para los temas eróticos debido a la preeminencia del poder eclesiástico, pero la prostitución aparece en obras medievales como Los Cuentos de Canterbury de Chaucer o el Decamerón de Bocaccio, en los que frecuentemente se ve a las prostitutas como mujeres que engañan, enamoran y se llevan la fortuna de los burlados. También aparecen obras como La Celestina con presencia, en tono de picaresca, de las meretrices. En el Romanticismo “la eclosión de la mujer y sus derechos, incluso antes de las sufragistas, da una visión idealista de la prostituta. En la novela gótica, por ejemplo, como mujer dueña de su cuerpo y de su destino. La literatura las ve con simpatía, como libertarias”, explica Javier Aparicio, profesor de literatura de la Universidad Pompeu Fabra. Un ejemplo podría ser la Clarissa de Samuel Richardson.

"En todas las épocas en las que la literatura ha tenido carácter social, la figura de la prostituta ha sido frecuente", recuerda Aparicio, quien añade que "en los realismos del XIX se asocia la prostitución al mundo de la marginalidad, como producto de la degradación de la sociedad”, como es el caso de Naná, de Émile Zola. La situación cambia a principios del siglo XX, con la llegada de las vanguardias histórica, donde la prostituta suele aparecer como una mujer liberada y culta, dueña de su cuerpo. “En los años 20 y 30 del siglo pasado vuelve la mujer liberal, que no es necesariamente una prostituta que cobra por sus servicios, pero sí una mujer que frecuenta el sexo de manera natural, algo que no encaja en la burguesía, que tienen una vida fuera de los cánones”, asegura Aparicio. Ya en el siglo XX, algunos ejemplos de su presencia son La Romana, de Alberto Moravia; El palacio de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata; Pantaleón y las Visitadoras de Mario Vargas Llosa; o El lugar sin límites, de José Donoso.

“Por lo demás, en la literatura siempre ha habido interés por las putas, sin duda porque, como decía Engels, la prostitución y el adulterio no son una amenaza para el matrimonio burgués, sino parte de él”, explica el escritor Rafael Reig, cuya tesis doctoral fue Mujeres por entregas: la prostituta en la novela del XIX. “A mí, en literatura, lo que me interesa de las putas es que ofrecen de inmediato su cuerpo, a cualquiera, pero sus sentimientos son inaccesibles para todos. El símbolo de esto es la leyenda de que las putas no se dejan besar en la boca. Esto me parece fascinante y una visión que se subleva contra la norma: la intimidad no está entre las piernas, sino dentro de una misma. En ese sentido, las putas llevan al extremo la alienación que provoca el capitalismo, la ponen en evidencia al convertir su cuerpo en herramienta de trabajo, como cualquier albañil”.

* Recientemente han salido dos ensayos generales sobre el tema de la prostitución: Las ocultas. Una experiencia de la prostitución, de Marta Elisa de León, editado por Turner; y La sabiduría de las putas. Burócratas, burdeles y el negocio del sida, de Elizabeth Pisani, editado por Sexto Piso.


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