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martes, 22 de mayo de 2012

"El ajedrez en la literatura" por Antonio Sarabia




chess1.jpg picture by antoniosarabiaEl ajedrez ha sido una de las aficiones de mi vida. Un pasatiempo que por suerte comparto con algunos buenos amigos. Mempo Giardinelli, por ejemplo, a falta de un cuarteto para el dominó, no desdeña cambiar fichas por trebejos y retarme a una partida. Durante los años en que coincidí en París con el colombiano Santiago Gamboa, íbamos por las noches al acogedor bar del hotel Ritz, el Hemingway, donde entonces había instalada una mesita de ajedrez para entretener a los parroquianos. Ahí jugamos multitud de partidas mientras yo paladeaba unos whiskies y él cierta bebida exótica, de la que he olvidado el nombre, con la que nuestro cantinero había ganado un certamen internacional en Shanghai. No voy a decir el resultado de nuestros encuentros para no avergonzar a Gamboa, pero cada nueva noche, mientras acomodábamos las piezas para la primera partida, Santiago, con oportuna mala memoria, repetía una frase que se ha hecho célebre entre los dos: “¿cómo quedamos la última vez… dos a uno, verdad?”.
Otros muchos autores, desde Omar Khayam a Borges y de T.S. Eliot a Nabokov o Arreola, han sentido la misma pasión por el ajedrez. El autor de Lolita, quien elevaba el juego al rango de poesía, hasta se entretenía componiendo mates en dos o tres movimientos. La semana pasada, leyendo a Pessoa o, mejor dicho, a su eterónimo Ricardo Reis, me encontré con un hermoso poema relativo al juego y me distraje traduciéndolo. Por cierto, tuve un problema que tal vez algún lector portugués me ayude a dislucidar. Fue en el verso que dice E o de marfim peão mais avançado / pronto a comprar a torre, ¿Qué significa en portugués, en términos ajedrecísticos comprar a torre? Yo tuve la opción de traducir listo a tomar la torre, pero pensé, mala intución tal vez, que como era el peón más avanzado estaba a punto de llegar a la última hilera y convertirse en torre. Cualquier aclaración al respecto será más que bienvenida. Se me ocurre publicar la traducción ahora junto con un poco conocido texto de Arreola, a quien se le podía considerar un verdadero fanático del juego-ciencia, y los dos poemas inolvidables de Borges que se refieren al juego. Se admiten aportaciones y sugerencias para ampliar la página.
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LOS JUGADORES DE AJEDREZ
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Oí contar que otrora, cuando Persia
tenía no sé qué guerra
mientras la invasión ardía en la ciudad
y las mujeres gritaban
dos jugadores de ajedrez jugaban
su juego continuo.
A la sombra del amplio árbol escrutaban
el antiguo tablero
y, al lado de cada uno, esperando sus
momentos más holgados
cuando había movido la pieza, y ahora
le tocaba al adversario
una jarra de vino refrescaba
frugalmente su sed.
Chessarabs-2.jpg picture by antoniosarabia
Ardían casas, se saqueaban
las arcas y los nichos,
violadas, las mujeres eran puestas
contra muros caídos,
traspasadas por lanzas, las criaturas
eran sangre en las calles…
Mas donde estaban, cerca la ciudad
y lejos su ruido,
los jugadores de ajedrez jugaban
el juego de ajedrez.
Aunque en los mensajes del infértil viento
les viniesen los gritos
y, al reflexionar, supiesen en su alma
que en verdad a las mujeres
y a las tiernas hijas se violaban
en la contigua distancia,
y aunque en el momento en que pensaban
una sombra ligera
les cruzase la frente, ajena y vaga,
pronto a sus ojos calmos
retornaba su confianza atenta
con el tablero viejo.
Cuando el rey de marfil está en peligro
¿qué importan la carne y los huesos
de las hermanas, las madres o los niños?
Cuando la torre no cubre
la retirada de la reina blanca,
poco importa el saqueo.
Y cuando la mano confiada pone en jaque
al rey del adversario,
poco pesa en el alma que allá lejos
estén muriendo hijos.
Aunque de repente, sobre el muro,
asome la sañuda cara
de un guerrero invasor y en breve deba
en sangre ahí caer
el jugador genuino de ajedrez,
el momento antes de ese
(concentrado en el cálculo de un lance
que hará horas después)
sigue entregado al juego predilecto
de los muy indiferentes.
Chess4-1.jpg picture by antoniosarabia
Caigan ciudades, sufran pueblos, cese
la libertad y la vida.
Los haberes tranquilos y heredados
ardan y se despojen,
más cuando la guerra interrumpa las partidas
esté el rey sin jaque
o el blanco peón más avanzado
listo a volverse torre.
Mis hermanos en amar a Epicuro
y en entenderlo más
de acuerdo a nosotros mismos que a él
en la historia aprendamos
de los calmos jugadores de ajedrez
cómo pasar la vida.
Todo lo que es serio poco importe
lo grave poco pese
y el natural impulso del instinto
que ceda al gozo inútil
(a la sombra tranquila de los árboles)
de jugar un buen juego.
Lo que sacamos de esta vida inútil
da lo mismo si es
gloria, fama, amor, ciencia o vida,
como si fuese apenas
la memoria de ganar la partida
a un jugador mejor.
La gloria pesa como grueso fardo,
la fama como fiebre,
el amor cansa porque es serio y busca,
la ciencia nunca encuentra,
y la vida pasa y duele porque sabe…
El juego de ajedrez
prende el alma toda y, perdida, poco
pesa, pues no es nada.
¡Ah! bajo las sombras que sin querer nos aman
con un jarro de vino
al lado, sólo atentos a la inútil tarea
del juego de ajedrez
Aunque el juego sea apenas sueño
y no haya compañero
imitemos los persas de esta historia,
y mientras allá afuera
cerca o lejos, la guerra patria y vida
nos llaman, toleremos
que nos llamen en vano, cada uno
bajo sombras amigas
soñemos, él los compañeros, y el ajedrez
su indiferencia.
Ricardo Reis
(traducción Antonio Sarabia)
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EL REY NEGRO
ChessMagritte.jpg picture by antoniosarabiaYo soy el tenebroso, el viudo, el inconsolable que sacrificó la última torre para llevar un peón femenino hasta la séptima línea, frente al alfil y el caballo de las blancas. 
Hablo desde mi base negra. Me tentó el demonio en la hora tórrida, cuando tuve por lo menos asegurado el empate. Soñé la coronación de una dama y caí en un error de principiante, en un doble jaque elemental…
 Desde el principio jugué mal esta partida: debilidades en la apertura, cambio apresurado de piezas con clara desventaja… Después entregué la calidad para obtener un peón pasado: el de la dama. Después…
 Ahora estoy solo y vago inútil de blancas noches y de negros días, tratando de ocupar casillas centrales, esquivando el mate de alfil y caballo. Si mi adversario no lo efectúa en un cierto número de movimientos, la partida es tablas. Por eso sigo jugando, atenido en última instancia al Reglamento de la Federación Internacional de Ajedrez, que a la letra dice: Inciso 4) Cuando un jugador demuestra que cincuenta jugadas, por lo menos, han sido realizadas por ambas partes sin que haya tenido lugar captura alguna de pieza ni movimiento de peón. 
El caballo blanco salta de un lado a otro sin ton ni son, de aquí para allá y de allá para acá. ¿Estoy salvado? Pero de pronto me acomete la angustia y comienzo a retroceder inexplicablemente hacia uno de los rincones fatales.
 Me acuerdo de una broma del maestro Simagin: el mate de alfil y caballo es más fácil cuando uno no sabe darlo y lo consigue por instinto, por una implacable voluntad de matar. 
La situación ha cambiado. Aparece en el tablero el Triángulo de Deletang y yo pierdo la cuenta de las movidas. Los triángulos se suceden uno tras otro, hasta que me veo acorralado en el último. Ya no tengo sino tres casillas para moverme: uno caballo rey y uno y dos torre. Me doy cuenta entonces de que mi vida no ha sido más que una triangulación. Siempre elijo mal mis objetivos amorosos y los pierdo uno tras otro, como el peón de siete dama. Ahora tres figuras me acometen: rey, alfil y caballo. Ya no soy vértice alguno. Soy un punto muerto en el triángulo final. ¿Para que seguir jugando? ¿Por qué no me dejé dar el mate pastor? ¿O de una vez el del loco? ¿Por qué no caí en una variante de Legal? ¿Por qué no me mató Dios mejor en el vientre de mi madre, dejándome encerrado allí como en la tumba de Filidor? 
Antes de que me hagan la última jugada decido inclinar mi rey. Pero me tiemblan las manos y lo derribo del tablero. Gentilmente mi joven adversario lo recoge del suelo, lo pone en su lugar y me mata en uno torre, con el alfil. 
Ya nunca más volveré a jugar al ajedrez. Palabra de honor. Dedicaré los días que me queden de ingenio al análisis de las partidas ajenas, a estudiar finales de reyes y peones, a resolver problemas de mate en tres, siempre y cuando en ellos sea obligatorio el sacrificio de la dama.
Juan José Arreola
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AJEDREZ
1
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
..Chess61.jpg picture by antoniosarabia
.
2
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Jorge Luis Borges
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P.S. Antes de montar esta entrada, escribí a Santiago Gamboa preguntándole si recordaba el nombre de aquella pócima extraña que con tanto deleite consumía en el Hemingway. Acabo de recibir su respuesta:
Querido Antonio, no solo no la he olvidado (perdona, no tengo tildes, estoy en el aeropuerto de Bangkok) sino que hace poco me tome uno: es el Singapur Sling. Collins, el tenderman del Ritz, que es norteamericano, habia ganado el concurso bianual de Singapur Sling que por lo general ganaba siempre el Hotel Raffles de Singapur, donde fue inventado.
Un abrazo y otro muy fuerte a Lauren,
Santiago
Queda, pues, hecha la aclaración. Tanto en el nombre de la bebida como en el del sitio en que ganó el certamen: Singapur y no Shanghai como yo dije antes. Evidentemente, al enviarme su email, Santiago no había leído aún Los Convidados de esta semana y por eso no hay referencia a los resultados de nuestras partidas de ajedrez. Ahí me toca a mí hacer la corrección. No es cierto que vayamos dos a uno como siempre recuerda Santiago. En nuestra amistad siempre ha habido un empate.


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