(Los archivos adjuntos con las poesías, están al final del texto)
En nuestra literatura clásica son abundantes los romances, las serranillas,
y hasta las obras de teatro que tienen de protagonistas a las serranas,
a veces también llamadas ‘vaqueras’, porque criaban vacas (como las del Arcipreste de Hita
de la zona de Segovia -archivo adjunto (1)- o la de la Finojosa del Marqués de Santillana
-adjunto (2)-. Se trataba de mujeres que vivían ‘en despoblado’, es decir, en las sierras,
en cuevas o en chozas.
En las obras de teatro de Lope de Vega, de Velez de Guevara o de Tirso de Molina,
la razón de la mujer de irse a vivir ‘a despoblado’ era el despecho originado por una felonía
sufrida de un hombre, despecho que las lleva a una actitud general contra los hombres
y a un deseo de venganza contra el otro sexo. Sus vidas en las sierras estaban dedicadas
al bandolerismo, a atacar a hombres, robarles, zurrarles e incluso matarles.
Leonarda, La serrana de la Vera de Lope, era tan robusta como hermosa, manejaba armas,
tiraba a la barra, regía caballos con las piernas mejor que un jinete con bocado, y tenía
aficiones hombrunas… Leonarda al ser agredida y humillada por un hombre, se embravece
y hace el juramento de vivir siempre en despoblado, de aborrecer a los hombres/y de tratar
con las fieras;/ de salir a los caminos/ y hacerles notable ofensa;/- de matar y herir tantos,/
que haya por aquestas cuestas/ tantas cruces como matas,/ tanta sangre como adelfas…
La serrana de la obra de Velez de Guevara, se llama Gila la serrana, y también por una
venganza jura no vivir más en poblado y matar a cuantos hombres encuentre. Cumpliendo
su promesa, vive entre riscos, despeñando a todos cuantos se le acercan con la esperanza
de disfrutar de sus favores.
Baltasar Enciso, también escribe un auto sacramental La serrana de la Vera o la Montañesa
(1618), y Lope vuelve a tocar el tema en Las dos bandoleras. Tirso de Molina aporta su obra
La condesa-bandolera o La ninfa del cielo, y existe otra atribuída a Calderón titulada
La bandolera de Italiao La enemiga de los hombres.
(No he leído ninguna de estas obras de teatro, lo que aquí cito está recogido en la
enciclopedia Espasa, que da como fuente: Menéndez Pidal y M. Goiri de Menéndez Pidal,
Teatro Antiguo Español)
Esta imagen de serrana salteadora y matahombres contrasta con la imagen que nos
da Góngora -adjunto 3- en su letrilla, que es una estampa bucólica de mujeres que bailan en corro.
En los pinares del Júcar
vi bailar unas serranas
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas;
no es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana;
serranas eran de Cuenca
(honor de aquella montaña)cuyo pie besan dos ríos,
por besar de ella las plantas.
Alegres corros tejían,
dándose las manos blancas
de amistad, quizá temiendo no la
truequen las mudanzas.
¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!
(Luis de Góngora y Argote)
En una cantiga de Gil Vicente (adjunto 4) (que recogía canciones populares y las insertaba
en sus obras de teatro) tenemos quizá la clave:
Dicen que me case yo
no quiero marido, no.
Mas quiero vivir segura
nesta sierra a mi soltura,
Que no estar a la ventura
Si casaré bien o no
…
Madre no seré casada
por no vivir vida cansada,
o quizá mal empleada
la gracia que Dios me dio.
…
No será ni es nacido
tal para ser mi marido;
y pues que tengo sabido
que la flor yo me la só,
dicen que me case yo
no quiero marido, no.
algo que estaba dentro de sus posibilidades, y que no era una reacción de odio y de venganza ante una mala pasada; lo cual no quiere decir que también a veces fuera así, y que si a una mujer le iban mal las cosas con el marido, entonces decidiera irse a vivir a la sierra. Sólo por dar a las mujeres una opción altenativa a la dominación machista, se entiende que las serranas fueran exterminadas. También se entiende que se hiciera el mito de la serrana salteadora y matahombres, para desfigurarlas.
La letrilla de Góngora nos muestra también que no eran casos individuales, sino que había una
relación entre ellas (y además una relación lúdica), con lo cual se entiende lo que dice la mujer de la cantiga de Gil Vicente que no quiere ser casada ‘por no vivir vida cansada’. El aspecto de la opción sexual también se cuenta: por no ver mal empleada la gracia que Dios me dio, a lo que luego añade que la flor yo me la só.
Tampoco debe ser del todo cierta la imagen de las serranas ávidas por llevarse un hombre
a la cama, pues, por ejemplo, la vaquera de la Finojosa del Marqués de Santillana -que también era una serrana como se desprende de lo que dice- le da esta respuesta a las insinuaciones del caballero:
Non es deseosa
de amar, ni lo espera
aquesa vaquera
de la Finojosa
Lo mismo que otra serranilla de Gil Vicente, recogida por Dámaso Alonso (De los años oscuros
al Siglo de Oro, ed. Gredos) :
La sierra es alta, fria y nevosa:
vi venir serrana gentil, graciosa.
Vi venir serrana gentil, graciosa.
Lleguéme hasta ella con gran cortesía.
Lleguéme hasta ella con gran cortesía.
Díjele: "Señora, ¿queréis compañía?"
Díjele: "Señora, ¿queréis compañía?"
Díjome: "Escudero, seguid vuestra vía"
El relato del Arcipreste de Hita de sus encuentros con cuatro serranas vaqueras
(la Chata de Malangosto, Gadea de Riofrío, Menga Lloriente de Cornejo y Aldara de Tablada) ofrece una gran cantidad de detalles concretos que permite hacernos una idea, sobre todo de sus relaciones con los hombres que aparecían por sus territorios. De entrada el hombre se suele mostrar más bien humilde y respetuoso, pidiendo posada por favor, y acompañando su petición con palabras lisonjeras y amables; quizá porque sabían que en el terreno del enfrentamiento físico tenían las de perder (las serranas tenían fama de buenas luchadoras, se menciona su buen manejo de la cayada y de la honda, como armas), y porque también sabían que por las buenas y pagando lo debido, no tendrían problemas. En los relatos del Arcipreste queda también claro que las serranas solían exigir el pago de un peaje por pasar por sus caminos, o por mostrárselos a los viajeros que se perdían por las sierras. Lo cierto es que parece que eran las que controlaban las sierras. Una cantiga recogida por Gil Vicente (adjunto 4) dice: ¿por dó pasaré la sierra/gentil serrana morena?
La descripción del desarrollo de los encuentros es muy parecida en casi todos los casos
(excepto en el romance La serrana de la Vera, al menos en la versión recogida por Menéndez Pidal (adjunto 5), en el que se da una imagen de una serrana cruel). En general el encuentro empieza con un especie de tanteo mutuo para llegar aun acuerdo sobre el precio que ha de pagar el hombre (en general en especies: abalorios, ‘joyas’ vestidos, calzado, zurrones, etc.) a cambio de cobijo, comida, cama e indicaciones de por dónde seguir el camino; alguna vez no hay trato, bien porque se tuerce o bien porque se gustan y se van juntos sin trato. Pero parece que lo del trato era lo frecuente y lo normal. En general, el tema del encuentro sexual suele estar siempre destacado en el relato como algo del agrado de las dos partes. Unas veces es él el que muestra más interés, otras veces es la serrana. Pero tanto el Arcipreste como Santillana, Gil Vicente o Góngora dan una imagen amable de las serranas. El Arcipreste las describe como fuertes, capaces, hábiles, hospitalarias y en el fondo, condescendientes y de trato fácil.
La cantiga de Gil Vicente por dó pasaré la sierra, tiene las características de las canciones de corro
infantiles, en la que casi todo se dice entre líneas.
También tenemos una descripción del modo de vida, los enseres que tenían, las labores de artesanía y
de ganadería que realizaban, su habilidad para la caza y para moverse por los parajes agrestes etc.
Este tema de las serranas permite entender mejor el proceso por el cual se fueron sustrayendo los
hábitos sexuales femeninos, y todo lo dicho sobre los juegos de corro y las danzas del vientre. (Ver el librito Pariremos con placer y la ponencia Por un feminismo de la recuperación).
La caza y captura de las serranas por la Santa Inquisición prosigue el proceso de los primeros
héroes solares, que desde luego no sólo mataron dragones imaginarios. En la cerámica popular en el siglo XVII desaparecen los dibujos de mujeres, de peces, de dragones, de pájaros con huevos y formas uterinas reticuladas, etc., como cualquiera puede observar en una visita a los museos de cerámica, por ejemplo, de Pedralbes en Barcelona o de Valencia.
Esta persecución perdura, pues los alfares que habían empezado a recuperar dibujos antiguos
que hacen referencia a los símbolos de la sexualidad femenina, se están encontrando con algo más que dificultades.
Para terminar este primer avance, en la voz ‘Serranilla’ de la enciclopedia Espasa, dice:
composición lírica de asunto villanesco o rústico, y las más de las veces, erótico, escrita, por lo general, en metros cortos.
Tan interesante y apasionante ha resultado para mí este descubrimiento de nuestras amazonas
ibéricas, que cuelgo ya aquí estas líneas y algunos de los romances y poemas que he escaneado.
La Mimosa, abril 2010
Una nueva serranilla de Gil Vicente, añadida en octubre 2010
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