Como escritor se inscribió en la línea del romanticismo; destacó sobre todo en el terreno dramático (La conjuración de Venecia, 1834), aunque también practicó la poesía y el ensayo (El espíritu del siglo, 1851). Su prestigio intelectual le llevó a formar parte de las Reales Academias de la Lengua (que presidió de 1839 a 1862), de la Historia, de Bellas Artes y de Jurisprudencia, así como a ser presidente del Ateneo de Madrid.
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