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jueves, 22 de septiembre de 2011

Cala literaria VI: Benito Pérez Galdós, Tristana (Capítulo XVII)

Estas calas fueron apareciendo durante el curso 2009-2010 en el periódico Le Puig del IES Matemático Puig Adam.



En la Literatura los lectores más manejables conseguimos identificarnos con temas, obras, autores o personajes que se rebelan ante injusticias, dogmas, instituciones o creencias; este grupo de lectores canalizan a través de la ficción todo tipo de frustraciones. A pesar de ello los lectores conseguimos caer, con facilidad y a mucha honra, en las garras del matrimonio y también… de la mujer. Nuestros héroes siguen estando en el papel, no los sacamos a la luz.



En esta novela escrita en 1892, el personaje de Tristana (señorita de Reluz) consigue, por un momento, adelantarse a su tiempo: sufragista en un mundo de hombres, rechaza el matrimonio y hace un alegato de feminismo, todo un manifiesto de independencia y dignidad; se quita el ropaje “triste” del personaje y simboliza un renacer, una “vuelta a la luz” de la mujer que, aunque sea de forma efímera, quiera recuperar sus derechos como individuo y persona libre.



Si no tienes tiempo para leer la novela, puedes ver la versión cinematográfica de Luis Buñuel de 1970 con una Catherine Deneuve bellísima.

EMH





Tan voluble y extremosa era en sus impresiones la señorita de Reluz, que fácilmente pasaba del júbilo desenfrenado y epiléptico a una desesperación lúgubre. He aquí la muestra:



«[…] Soy tan feliz, que a veces paréceme que vivo suspendida en el aire, que mis pies no tocan la tierra, que huelo la eternidad y respiro el airecillo que sopla más allá del sol. No duermo. ¡Ni qué falta me hace dormir!... más quiero pasarme toda la noche pensando que te gusto, y contando los minutos que faltan para ver tu jeta preciosa. […]¿Cuántos abrazos crees que te voy a dar cuando llegues? Ve contando. Pues tantos como segundos tarde una hormiga en dar la vuelta al globo terráqueo. No; más, muchos más. Tantos como segundos tarde la hormiga en partir en dos, con sus patas, la esferita terrestre, dándole vueltas siempre por una misma línea... Con que saca esa cuenta, tonto».



Y otro día:



«No sé lo que me pasa, no vivo en mí, no puedo vivir de ansiedad, de temor. Desde ayer no hago más que imaginar desgracias, suponer cosas tristes: o que tú te mueres, y viene a contármelo D. Lope con cara de regocijo, o que me muero yo y me meten en aquella caja horrible, y me echan tierra encima. No, no, no quiero morirme, no me da la gana. No deseo saber lo de allá, no me interesa. Que me resuciten, que me vuelvan mi vidita querida. Me espanta mi propia calavera. Que me devuelvan mi carne fresca y bonita, con todos los besos que tú me has dado en ella. No quiero ser sólo huesos fríos y después polvo. No, esto es un engaño. […]



»El problema de mi vida me anonada más cuanto más pienso en él. Quiero ser algo en el mundo, cultivar un arte, vivir de mí misma. El desaliento me abruma. ¿Será verdad, Dios mío, que pretendo un imposible? Quiero tener una profesión, y no sirvo para nada, ni sé nada de cosa alguna. Esto es horrendo.



»Aspiro a no depender de nadie, ni del hombre que adoro. No quiero ser su manceba, tipo innoble, la hembra que mantienen algunos individuos para que les divierta, como un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en marido. No veo la felicidad en el matrimonio. Quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo misma, y ser mi propia cabeza de familia. No sabré amar por obligación; sólo en la libertad comprendo mi fe constante y mi adhesión sin límites. Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres, que se han cogido todo el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las veredas estrechitas por donde ellos no saben andar...



»Estoy cargante, ¿verdad? No hagas caso de mí. ¡Qué locuras! No sé lo que pienso ni lo que escribo; mi cabeza es un nidal de disparates. ¡Pobre de mí! Compadéceme; hazme burla... Manda que me pongan la camisa de fuerza y que me encierren en una jaula. Hoy no puedo escribirte ninguna broma, no está la masa para rosquillas. No sé más que llorar, y este papel te lleva un botiquín de lágrimas. Dime tú: ¿por qué he nacido? ¿Por qué no me quedé allá, en el regazo de la señora nada, tan hermosa, tan tranquila, tan dormilona, tan...? No sé acabar».



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