Los emoticonos o caritas son signos icónicos que se introducen en un escrito (generalmente, electrónico) y que imitan expresiones faciales.
Los primitivos emoticonos eran un conjunto limitado de símbolos que se podían construir combinando caracteres del teclado alfabético, por ejemplo:
(1) :-\
(2) :-O
Enseguida, las aplicaciones informáticas empezaron a introducir la capacidad de sustituir los caracteres en cuestión por un dibujo, de modo que la secuencia de dos puntos y paréntesis de cierre se convierte automáticamente en una cara sonriente o la de dos puntos y paréntesis de apertura en un rostro con expresión enfadada: .
El nombre procede del inglés y combina dos raíces:
Emotion + icon = emoticon
Se trata, por tanto, de símbolos que tienen como función el introducir factores emocionales y subjetivos en el texto escrito. Su aportación se sitúa en el ámbito de la función expresiva dentro del modelo del lenguaje de Bühler. Es decir, los emoticonos no están ahí para transmitirnos una información objetiva sobre la realidad extralingüística, sino que sirven para dejar traslucir las emociones y la subjetividad de quien escribe, para que este se posicione respecto de lo que dice.
Estos signos intentan compensar carencias del código escrito en comunicaciones escritas que están permeadas de características de lo oral. Llenan una laguna y resultan de utilidad porque guían al lector en la interpretación del mensaje, sobre todo en lo que atañe a la intención de quien lo escribió.
Los emoticonos son independientes de cualquier lengua porque no representan una palabra concreta de una lengua concreta, sino una idea completa del tipo ‘me alegra esto’ o ‘me dejas de piedra’ . Constituyen, como tales, una manifestación de la escritura ideográfica que, curiosamente, la tecnología ha reintroducido en las lenguas de escritura alfabética al cabo de miles de años.
En los últimos años el conjunto ha ido ampliándose hasta desbordar el ámbito de lo que propiamente podemos denominar emoticonos. Las modernas aplicaciones de mensajería instantánea incorporan amplios conjuntos de iconos que ya no se introducen tecleando, sino seleccionándolos directamente y que van más allá de las expresiones faciales. Así es como nuestra comunicación electrónica se ha ido poblando de jarras de cerveza, manos aplaudiendo y coches de carreras.
Esto supone avanzar en el desarrollo de un sistema paralelo de escritura ideográfica que complementa las posibilidades de la escritura alfabética. Los nuevos signos trascienden lo puramente expresivo y se van adentrando en la representación de realidades del mundo, a la manera de los primitivos sistemas pictográficos, en que los símbolos mantenían una relación icónica de semejanza con los objetos representados. Además, de manera análoga a lo que sucedía con estos antiguos sistemas de escritura, el icono es ambivalente, pues puede representar el objeto que allí aparece o alguna actividad en que interviene de manera prototípica dicho objeto. Por ejemplo, si yo inserto en un mensaje un coche de carreras rojo, será el destinatario quien tenga que decidir por el contexto y por su conocimiento del mundo si quiero decir que me he comprado un Ferrari o que acudo raudo y veloz.
Es también interesante constatar que estas innovaciones en la escritura, con su paso de lo subjetivo a lo objetivo, repiten a escala colectiva el mismo recorrido que hace cada ser humano como individuo. Un niño, antes de poder comunicarnos nada sobre las cosas del mundo, nos manifiesta con llantos y carantoñas sus estados de ánimo, sus sentimientos, lo que se mueve en su interior. Todo parece indicar que esta es la secuencia que se tiene que dar necesariamente cada vez que se emprende la aventura del representar.
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