El castellano y el resto de lenguas peninsulares, excepto el vasco, derivan del latín, por lo que su origen se remonta al proceso de colonización de la Península Ibérica emprendido por los romanos en el año 218 a. C. La romanización supuso la implantación de la lengua, la cultura y la civilización de Roma, y la desaparición de las diversas lenguas que se hablaban hasta entonces en ese territorio, a excepción del vasco, como ya se ha dicho.
En efecto, a la llegada de los romanos se hablaban en la Península Ibérica varias lenguas. Esta diversidad será una de las causas que favorecerán la posterior fragmentación del latín, pues cada lengua indígena afectará de manera distinta a la latina antes de ser absorbida por ella.
Por otra parte, la lengua traída por los conquistadores era el latín vulgar, el hablado espontáneamente por las clases populares, muy distinto del homogéneo latín clásico empleado en la literatura.
Aun así, el latín arraigó profundamente en la antigua Iberia y se convertiría en la lengua dominadora.
Un nuevo elemento en la formación de las lenguas peninsulares lo constituyen los visigodos con su lengua germánica, que dominarán la Península cerca de tres siglos. Escasos en número y portadores de una civilización rudimentaria, no tardaron en adoptar la de los indígenas sometidos, y con ella, su lengua, aunque también ellos dejaron su huella en el latín vulgar de la Península, con una serie no muy amplia de palabras que todavía hoy se conservan, y con la herencia dejada en la toponimia y en la antroponimia.
Posteriormente se produjo la invasión árabe (año 711). Todo el territorio cae en manos musulmanas, excepto unos pequeños reductos en el Norte. Sin embargo, pese a la duración de su dominio y el poderío de su cultura, los árabes serán incapaces de imponer su lengua, que, no obstante, influirá decisivamente sobre el latín hablado en la península, sobre todo en el léxico. Por otra parte, bajo la dominación musulmana permanecerá un fuerte contingente de pobladores cristianos que mantendrán su lengua romance, que conocemos con el nombre de mozárabe.
En esta época, la vida en los reinos del Norte era dura y la cultura, apreciada, pero escasa. Las comunicaciones entre ellos eran difíciles y la vida se reducía a círculos cerrados, lo que favoreció la evolución de la base latina de forma distinta en cada uno de ellos y dando mayor realce a las divergencias territoriales.
Así, la zona occidental, aislada geográficamente, da origen al gallego y al asturiano-leonés. En la zona oriental, conquistada por los francos, surge el catalán, que ya en el siglo XII ocupaba un territorio equivalente a la actual Cataluña y que aún se extenderá más en el futuro. Más al oeste, al amparo del antiguo reino de Aragón, surge el navarro-aragonés. El castellano aparece en la región de Cantabria, La Rioja y norte de Burgos, un territorio comprendido entre el limite del reino astur-leonés y la región del dominio vascuence. Históricamente, podemos considerarlo como la primitiva frontera oriental del reino de León, cuya vigilancia y repoblación se encomendó a unos condes que terminan independizándose, primero, y absorbiendo después al propio reino leonés. Es el poderoso reino de Castilla.
La evolución del romance de Castilla fue mucho más rápida que la de las otras lenguas de la Península. El castellano nace con unas peculiaridades que no poseían los otros dialectos peninsulares, con soluciones lingüísticas mucho más innovadoras, lo que unido a la pujanza política del reino lo convertirá en la lengua dominadora de la Península.
Al margen de toda esta evolución se halla el vasco, la única lengua superviviente de época prerromana y la única lengua preindoeuropea que se ha conservado en el occidente de Europa. Nada se sabe a ciencia cierta sobre su origen y ninguna de las hipótesis planteadas para explicarlo (posible relación con lenguas africanas, o con lenguas caucásicas, o con ambas) ha podido confirmarse satisfactoriamente.
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