J. C. Santoyo
  
catedrático de traducción e interpretación 
La dialectología, la gramática, el estudio de las palabras, los galicismos,  el buen y mal uso de la lengua española, fueron a lo largo de su vida unas áreas  del ámbito lingüístico por las que don Valentín sintió siempre notable interés,  y quizá por ello facetas muy destacadas de su obra. 

Pero hay otra faceta de su bio-bibliografía, tan importante, si no más, que  las anteriores, por la repercusión nacional e internacional que ha tenido: la de  los Estudios de Traducción, en los que García Yebra fue un auténtico pionero, en  los dos sentidos en que el diccionario define este término: 
Persona que  inicia la exploración de nuevas tierras / 
Persona que da los primeros  pasos en alguna actividad humana . Porque García Yebra ha sido pionero en  las nuevas tierras (yo diría 
todo un continente ) de los Estudios de  Traducción en España y en esa parcela del conocimiento humano ha dado, también  en España, unos bien conocidos primeros pasos. 
Para entender el alcance de esa condición pionera es preciso retroceder en el  tiempo y situarnos a comienzos de los años 70, años en los que, a pesar de la  omnipresencia del fenómeno traductor, cuando uno recorría en España el panorama  académico en busca de algo de luz y sabiduría que le iluminara, nada encontraba  sino tinieblas, rotas, eso sí, por la llama mortecina de algunos trabajos  menores (menores, por su extensión) de García Calvo, Emilio Lorenzo o Francisco  Ayala. 
Y es que por entonces, primeros años 70, no había una sola biblioteca  especializada en el tema; no había ni una sola bibliografía, siquiera tentativa,  y las bibliografías extranjeras sólo incluían uno o dos títulos españoles, entre  ellos el nada recomendable de Ortega, 
Miseria y esplendor de la  traducción ; el estado general de las traducciones, literarias o no, era  crónicamente patológico; carecíamos de todo tipo de datos históricos sobre la  traducción e interpretación en España; ni siquiera se sabía a ciencia cierta  quién había dicho algo de sustancia sobre el tema en los siglos pasados, y sólo  se citaba alguna frase, siempre la misma, de Vives, Garcilaso o fray Luis de  León; ni una sola tesis doctoral se había leído en España sobre teoría de la  traducción. Si alguien preguntaba algo, no había respuestas. No había respuestas  para casi nada. No había en todo el país ni siquiera una sola revista o  publicación periódica que se dedicara monográficamente a la traducción. En toda  la Universidad española no había en aquel momento ni un solo lugar donde cursar  estudios que llevaran a la profesión de traductor e intérprete. Tal era el  panorama español de aquellos años en lo que concierne a la traducción y a los  Estudios de Traducción. Mejor dicho, tal 
NO era el panorama, porque ni  siquiera había panorama que contemplar. 
Pero en ese páramo nacional ya había empezado a moverse en solitario, y desde  hacía años, la figura inquieta de don Valentín. Traductor del alemán desde 1944,  y luego del francés, griego, latín, inglés, portugués e italiano, pocos  traductores, si alguno, pueden igualar hoy en día esta panoplia de lenguas de  trabajo. Nunca fue literatura de evasión: siempre literatura de pensamiento,  ensayos sobre lingüística, crítica literaria, filosofía o teoría del Estado. En  1964 el Ministerio belga de Educación y Cultura le concedió el primer Premio  Nacional de Traducción. En 1971 fue premio -˜Ibáñez Martín-™ del CSIC por su  traducción de la 
Metafísica de Aristóteles. Tres años después, junto con  Emilio Lorenzo, fundaba en la Univ. Complutense de Madrid el Instituto de  Lenguas Modernas y Traductores, el primer lugar en el que en este país podía  estudiarse la traducción, recibir clases teóricas y prácticas de traducción,  conocer la experiencia directa de los mejores traductores. Era lo primero, y lo  único, que por entonces había en toda España. 
Con toda esa experiencia (para entonces ya llevaba más de veinte versiones  publicadas), García Yebra comenzó a poner por escrito sus reflexiones sobre la  actividad que le venía ocupando desde hacía treinta años. No era nada frecuente  que el traductor reflexionara sobre los problemas de su trabajo. Todo lo que  hasta entonces, a lo largo de toda la historia de España, habían escrito los  traductores sobre la tarea que llevaban a cabo cabía en un pequeño puñado de  cuartillas. Eso hasta 1982, cuando García Yebra publica dos volúmenes de casi  900 páginas con el título de 
Teoría y práctica de la traducción , que  inmediatamente se establecieron como el -˜canon-™ teórico-práctico de la  actividad traductora, el texto de referencia, tan citado, tan solicitado en todo  el mundo de habla hispana que tan sólo dos años después ya hubo necesidad de una  segunda edición. Nunca nadie, en toda la historia de España, había escrito tanto  sobre la traducción, sus problemas, sus dificultades, sus trampas saduceas. No  es de extrañar que ese mismo año de 1982 la Real Academia Española le concediera  por esa obra el premio -˜Nieto López-™, un galardón que sólo se otorga cada tres  años. En esa 
transmisión fruto de su experiencia, doce meses después, en  1983, García Yebra publicaba otro libro: 
En torno a la traducción: Teoría,  crítica, historia . A estas alturas a nadie le puede ya extrañar que al año  siguiente, en 1984, don Valentín fuera elegido, por unanimidad, nuevo miembro de  la Real Academia Española. Ni tampoco podrá nadie extrañarse de que el discurso  de ingreso en la Academia lo hiciera el nuevo académico sobre 
Traducción y  enriquecimiento de la lengua del traductor . 
Además de todo ello, García Yebra no cesaba de llevar su mensaje lingüístico  y traductor a todos los rincones del Planeta. Te encontrabas con él en el  aeropuerto y lo mismo volvía de unas conferencias en Méjico, que de Amberes o  Quebec. Que yo sepa, y con seguridad me dejo muchos lugares en el tintero, sólo  en América García Yebra impartió su magisterio en Río de Janeiro, Buenos Aires,  Santiago de Chile, Puerto Rico, Sao Paulo, Méjico y Quebec: y en Europa, entre  otros muchos lugares, en Ginebra, Zurich, Sofía, París, Bucarest, Bruselas y  Milán. 
Desde aquellos primeros años 80, España parece haberse sacudido de encima el  secular desinterés nacional por la traducción. Y don Valentín ha sido una de las  personas que con más fuerza se ha sacudido ese desinterés, y nos lo ha sacudido  a todos. Porque desde entonces todo parece haber cambiado en una impresionante  aceleración histórica. En 1990 el Consejo de Universidades creaba el área de  
Traducción e Interpretación . En el 91 se creaba la correspondiente  Licenciatura. En el 93 el Consejo de Universidades autorizaba el primer  doctorado en Traducción, precisamente en la Universidad de León. Y los congresos  nacionales e internacionales sobre traducción comenzaban a pulular por toda la  geografía española. Y donde no había un solo libro publicado en España sobre la  traducción, hoy hay ya más de trescientos, hasta el punto de que empieza a ser  difícil estar al día de todo lo que en nuestro país se publica sobre el tema. Y  donde no había ninguna revista especializada, hoy ya hay diez. Créase o no, en  el origen, raíz y principio de todo ello está García Yebra y cuanto ha escrito,  y ha sido mucho, y muchos lugares distintos, sobre el arte y oficio de la  traducción, sobre su teoría y sobre su práctica. Merecido fue, pues, el Premio  Nacional de Traducción que se le concedió en 1998, como reconocimiento a toda  una vida dedicada a esa tarea. 
Fui diez años rector de la Universidad de León, de 1990 al 2000. Durante ese  decenio una de mis mayores satisfacciones académicas fue la de haber propuesto a  don Valentín como doctor 
honoris causa por nuestra Universidad, en la que  con esa distinción le recibí en el claustro universitario de doctores el 16 de  noviembre de 1990, junto con un reconocido lingüista, Emilio Alarcos, y un no  menos reconocido crítico literario, Ricardo Gullón. Pocos meses después seguiría  el doctorado 
honoris causa de Victoriano Crémer; y tras él, los de Ramón  Carnicer, Antonio Pereira, Antonio Gamoneda y Eugenio de Nora. 
Con ello quiso la Universidad reconocer en su propia tierra la importante  labor de toda una generación de escritores leoneses, toda una -˜vieja guardia-™,  que ha mantenido encendida, en ocasiones entre muchas dificultades, la antorcha  de las letras, de la literatura, de los estudios humanísticos, y en el caso de  García Yebra, de los Estudios de Traducción, en los que sin duda ha sido en este  país el más notable pionero.