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sábado, 15 de septiembre de 2012

'Julio Cortázar en el matasellos' por Víctor Núñez Jaime


La edición integral en cinco tomos de las cartas del escritor ayuda a reconstruir su vida personal y el proceso de elaboración de algunos de sus libros mayores

 - EL PAÍS
  • El escritor argentino Julio Cortazar.

    Julio Cortázar se sentaba ante la máquina para escribir sus cartas y dejaba correr “el vasto río de los pensamientos y los afectos”. No le gustaba, sin embargo, guardar copias: “Hay que conocer muy mal a los cronopios para imaginar que guardan cartas”, le dijo en 1962 al director de cine Manuel Antín. En sus misivas, Cortázar contaba a sus familiares, amigos, editores y traductores un sinfín de vaivenes personales, la creación de sus libros, anécdotas de viaje, opiniones políticas o literarias: el reflejo de su época y su generación intelectual.
    Estas Cartas (Alfaguara) llegan en forma de una edición aumentada (con más de 1.000 cartas nuevas), ampliamente corregida y completada. Quien recorra este auténtico legado epistolar del autor de Rayuela asistirá por primera vez no solo a la gestación de algunos de sus libros mayores (Bestiario, Historias de cronopios y de famas o el propio Rayuela), sino también al nacimiento, consolidación y final del boom de la literatura latinoamericana, del que se cumplen 50 años.
    Después de la publicación en 2009 de Papeles inesperados, una colección de capítulos de libros, prólogos, artículos y cuentos inéditos hallados un día en una vieja cómoda, Aurora Bernárdez y Carles Álvarez García se propusieron corregir y aumentar, mediante un exhaustivo rastreo, los tres tomos ya publicados con la correspondencia del escritor argentino. El resultado son estos cinco volúmenes con más de 3.000 páginas que se leen como un diario o un relato autobiográfico.
    Muchas de estas cartas ofrecen detalles específicos del mundo cortazariano. Una vez Paul Blackburn, su traductor al inglés, le preguntó de dónde salieron los cronopios, “esos seres arquetípicos que se oponen a la fama”. Y el escritor respondió: “¿Cómo puedo saberlo? Yo estaba en el Teatro de los Campos Elíseos escuchando música y llegaron los cronopios. Simplemente llegaron, en cuerpo y alma. La única diferencia con la forma definitiva es que al principio eran más bien algo parecido a globos verdes y húmedos. Sus características humanas aparecieron después”.
    Hay, también, reclamos cariñosos. Cortázar le dice al editor Francisco Porrúa: “Hasta hace poco el silencio tenía un solo nombre en español, ese. Ahora se llama Porrúa, existe un silencio Porrúa, yo vivo desde hace un mes envuelto en una gran masa de silencio Porrúa. (...) Me basta mirar el abigarrado montón de mi fan-mail y las facturas a pagar para darme cuenta de que siempre hay un agujero cuadrado entre tantos colores, el silencio Porrúa con su estampilla de viento. (...) ¿Vos realmente podrías explicarme qué carajo pasa? Pero tomaré la delantera, te aplastaré con la arrolladora fuerza de mi generosidad, te escribiré una larga carta llena de consultas, dándote trabajo, obligándote a pedir expedientes y archivos, a dictar telegramas, a consultar asesores, te privaré de tu cafecito de las diez y media y de tu cinzano con bitter de las once y veinticinco. (...) Ahora me estoy divirtiendo mucho con Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, que trata del ambiente habanero que conocí bastante a fondo”.
    Y hay, además, cartas y tarjetas postales dirigidas a Aurora Bernárdez, viuda y albacea de Cortázar, algunas respetuosas, algunas divertidas y otras sobre los trámites de su divorcio. Los tomos incluyen índices onomásticos y notas al pie con los datos relativos a publicaciones bibliográficas y hemerográficas.
    Carles Álvarez explica que en estos cinco volúmenes se muestra “cómo fue la construcción del individuo desde varias perspectivas: la ideológica, la estética, la sentimental... Sin llegar nunca (o muy raramente) a la confesión íntima (...) A mí me divierten las trifulcas con algunos editores y las discusiones con algunos traductores, pero si hubiera que destacar un rasgo dominante es el de la amistad que en muchos casos sobrevive décadas y en otros pocos se interrumpe súbitamente y sin mayores explicaciones”.

    viernes, 9 de abril de 2010

    Carta de Miguel Hernández a Juan Ramón Jiménez

    Hace un par de años, viendo en la Residencia de Estudiantes de Madrid, una exposición sobre Juan Ramón Jiménez. Me llamó la atención una carta que le dirigía Miguel Hernández. Paso a transcribirla literalmente:
    Orihuela, noviembre 1931

    Venerado Poeta:
    Sólo conozco a usted por su "Segunda Antología" que-créalo-ya he leído cincuenta veces aprendiéndome algunas de sus composiciones. ¿Sabe usted dónde he leído tantas veces su libro?. Dónde son mejores: en la soledad, a plena naturaleza, y en silenciosa, misteriosa, llorosa hora del crepúsculo, yendo por antiguos senderos empolvados y desiertos entre sollozos de esquilas.
    No le extrañe lo que le digo, admirado maestro es que soy pastor, No mucho poético, como lo que usted canta, pero sí un poquito poeta. Soy pastor de cabras desde mi niñez. Y estoy contento con serlo, porque habiendo nacido en casa pobre, pudo mi padre darme otro oficio y me dió este que fue de dioses paganos y héroes bíblicos.
    Como le he dicho, creo ser un poco poeta. En los prados por que yerro con el cabrío ostenta natura su mayor grado de belleza y pompa; muchas flores, muchos ruiseñores y verdores, mucho cielo y mucho azul, algunas majestuosas montañas tras las cuales rueda la gran era del Mediterráneo.
    ...Por fuerza he tenido que cantar. Inculto, tosco, sé que escribiendo poesía profano al divino arte...No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en la suya...
    Usted, tan refinado, tan exquisito, cuando lea esto ¿qué pensará? Mire: odio la pobreza en la que he nacido, yo no sé por muchas cosas...Particularmente por ser causa del estado inculto en que me hallo, que no deja expresarme bien ni claro, ni decir las muchas cosas que pienso. Si son molestas mis confesiones, perdóneme, y ...ya no sé como empezar de nuevo. Le decía antes que escribo poesías...Tengo un millar de versos compuestos, sin publicar. Algunos diarios de la provincia comenzaron a sacar en sus páginas mis primeros poemas, con elogios...Dejé de publicar en ellos. En provincia leen poco los versos y los que lo leen no los entienden.Y heme aquí con un millar de versos que no sé qué hacer con ellos. A veces me he dicho que quemarlos tal vez fuera lo mejor. Soñador, como tantos, quiero ir a Madrid. Abandonaré las cabras-¡ oh, esa esquila en la tarde!- y con el escaso cobre que puedan darme tomaré el tren de aquí a una quincena de días para la corte.
    ¿Podría usted, dulcísimo Juan Ramón, recibirme en su casa y leer lo que le lleve? ¿Podrá enviarme unas letras diciéndome lo que crea mejor?
    Hágalo por este pastor un poquito poeta, que se lo agradecerá eternamente.

    Miguel Hernández
    Arriba 73. Orihuela.




    jueves, 17 de enero de 2008

    Miguel Mihura, cartas de amor y odio

    La correspondencia inédita del dramaturgo y fundador de 'La Codorniz' ve la luz y evoca las amistades y rencores de los humoristas de 'la otra generación del 27'


    BORJA HERMOSO - Madrid






    EL PAÍS - Cultura - 17-01-2008

    Gente así tenía que escribir cartas así: epístolas relamidas con sabor a algodón de azúcar o misivas feroces como el ataque de celos de una starlette de varietés. Fauna de pelaje tan genialoide, ingenuo y ciclotímico como Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville y Tono tenía que encontrar en el género epistolar el foro ideal para exponer sus filias y sus fobias, sus neuras y sus paranoias, en medio de un contexto político y cultural -el de la Guerra Civil y la posguerra- abierto a todos los excesos a pesar del ridículo control de los censores franquistas. El volumen Epistolario selecto de Fuenterrabía, editado por el profesor José Antonio Llera (editorial Espuela de Plata), recoge 52 cartas inéditas seleccionadas de entre los papeles personales de Mihura. Un legado que, tras la muerte en 1977 del autor de Tres sombreros de copa, quedó en poder del matrimonio Ruiz-Villandiego, vecinos y amigos de Mihura en Fuenterrabía (actual Hondarribia), la localidad guipuzcoana en la que el escritor solía pasar largas temporadas en compañía de su hermano Jerónimo, dándose a tres de los placeres que tenía como prioritarios: pasear frente al Cantábrico, comer en lugares como la Hermandad de Pescadores y leer novelas de Simenon.



    Ese legado incluye no sólo un centenar de cartas, sino también la biblioteca personal del dramaturgo, enciclopedias médicas de todo tipo (Mihura era el campeón del mundo de los hipocondriacos), diversos dibujos y óleos, guiones cinematográficos, fotolitos de sus chistes en La metralleta y La Codorniz, salvoconductos de la Guerra Civil, su carné de falangista y el borrador de su discurso de ingreso en la Real Academia, discurso que le trajo en jaque pero que jamás llegaría a pronunciar porque antes murió de una crisis hepática.



    El abigarrado conjunto, ahora estudiado y ordenado por José Antonio Llera, perfila una biografía oficiosa del autor teatral más célebre de los años treinta y cuarenta. Pero de entre todo ese material embutido en cajas de cartón, destaca como verdadera joya de la corona la carta que Enrique Jardiel Poncela, primero maestro, luego colega y al final enemigo de Mihura, le dirigió para hacerle ver su asqueo personal ante lo que consideraba un plagio continuado de su obra.



    "Desde hace muchos meses, más de dos años, vienes utilizando para tus cuentos y artículos todos aquellos trucos, desplantes, equivalencias, resortes, comparaciones, hipérboles, incongruencias y juegos de ingenio que yo inventé para mis artículos y mis cuentos", dice el autor de Eloísa está debajo de un almendro. Y continúa en un tono sin asomo de florituras: "La influencia en literatura es lícita..., lo que ya no es lícito es el plagio. Los hijos nacen influidos por sus padres, pero no los plagian jamás".



    El choque de trenes entre los dos grandes del teatro de posguerra es evidente. Los celos corroen a Jardiel ante lo que considera "un amateur de la literatura ante el que me tengo que defender". No opina lo mismo José Antonio Llera, que en sus comentarios exime de culpa y sale en defensa del autor de Ninette y un señor de Murcia: "Los celos de Jardiel Poncela están injustificados; la obra de ambos evoluciona hacia lugares muy diferentes, y no hay plagio, lo que ocurre es que Jardiel quería ser él solo el inventor de la vanguardia de su época, todo es una paranoia suya. De todas formas, esta carta demuestra cómo el mundillo de la literatura de aquellos años se movía a través de los celos, las rivalidades y las envidias".



    Pero no es esta la única carta inédita digna de mención. Algunas otras de las que ahora salen a la luz hay que incluirlas directamente en la nómina del surrealismo militante, aunque involuntario, claro. Es el caso de la misiva que el 23 de agosto de 1943 le envía a Mihura el general jefe del benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria y general fundador de la Legión..., un tal José Millán-Astray, para felicitarle por los contenidos de La Codorniz. "¡Fijaos bien lo que supone para un hombre de tan azarosa vida y de tanto dolor el reírse francamente a mandíbula batiente!".



    Tampoco es manca (como si lo era el propio Millán-Astray) la carta en la que un muy pío lector de Pamplona le recrimina las chispas picantes de la revista, consistentes en algún muslo femenino al aire. O aquella en la que el propio Miguel Mihura -un falangista sin ideología, un falangista pragmático, más bien- se despide así de su interlocutor, a la sazón el jefe de Prensa Nacional: "Miguel Mihura. Saludo a Franco Arriba España".



    O la que Edgar Neville le manda desde Washington, diciéndole que en 15 días se marcha a Hollywood "a intentar y aprender", porque, sostiene, "éste es un país encantador, y el que acierta, se hincha".



    Cartas de Mihura, cartas de Jardiel, cartas de Neville. La herencia epistolar de toda una época, con aquellos chalados y sus locos... epistolarios.

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