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sábado, 15 de octubre de 2011
jueves, 22 de septiembre de 2011
Cala literaria VI: Benito Pérez Galdós, Tristana (Capítulo XVII)
Estas calas fueron apareciendo durante el curso 2009-2010 en el periódico Le Puig del IES Matemático Puig Adam.
En la Literatura los lectores más manejables conseguimos identificarnos con temas, obras, autores o personajes que se rebelan ante injusticias, dogmas, instituciones o creencias; este grupo de lectores canalizan a través de la ficción todo tipo de frustraciones. A pesar de ello los lectores conseguimos caer, con facilidad y a mucha honra, en las garras del matrimonio y también… de la mujer. Nuestros héroes siguen estando en el papel, no los sacamos a la luz.
En esta novela escrita en 1892, el personaje de Tristana (señorita de Reluz) consigue, por un momento, adelantarse a su tiempo: sufragista en un mundo de hombres, rechaza el matrimonio y hace un alegato de feminismo, todo un manifiesto de independencia y dignidad; se quita el ropaje “triste” del personaje y simboliza un renacer, una “vuelta a la luz” de la mujer que, aunque sea de forma efímera, quiera recuperar sus derechos como individuo y persona libre.
Si no tienes tiempo para leer la novela, puedes ver la versión cinematográfica de Luis Buñuel de 1970 con una Catherine Deneuve bellísima.
EMH
Tan voluble y extremosa era en sus impresiones la señorita de Reluz, que fácilmente pasaba del júbilo desenfrenado y epiléptico a una desesperación lúgubre. He aquí la muestra:
«[…] Soy tan feliz, que a veces paréceme que vivo suspendida en el aire, que mis pies no tocan la tierra, que huelo la eternidad y respiro el airecillo que sopla más allá del sol. No duermo. ¡Ni qué falta me hace dormir!... más quiero pasarme toda la noche pensando que te gusto, y contando los minutos que faltan para ver tu jeta preciosa. […]¿Cuántos abrazos crees que te voy a dar cuando llegues? Ve contando. Pues tantos como segundos tarde una hormiga en dar la vuelta al globo terráqueo. No; más, muchos más. Tantos como segundos tarde la hormiga en partir en dos, con sus patas, la esferita terrestre, dándole vueltas siempre por una misma línea... Con que saca esa cuenta, tonto».
Y otro día:
«No sé lo que me pasa, no vivo en mí, no puedo vivir de ansiedad, de temor. Desde ayer no hago más que imaginar desgracias, suponer cosas tristes: o que tú te mueres, y viene a contármelo D. Lope con cara de regocijo, o que me muero yo y me meten en aquella caja horrible, y me echan tierra encima. No, no, no quiero morirme, no me da la gana. No deseo saber lo de allá, no me interesa. Que me resuciten, que me vuelvan mi vidita querida. Me espanta mi propia calavera. Que me devuelvan mi carne fresca y bonita, con todos los besos que tú me has dado en ella. No quiero ser sólo huesos fríos y después polvo. No, esto es un engaño. […]
»El problema de mi vida me anonada más cuanto más pienso en él. Quiero ser algo en el mundo, cultivar un arte, vivir de mí misma. El desaliento me abruma. ¿Será verdad, Dios mío, que pretendo un imposible? Quiero tener una profesión, y no sirvo para nada, ni sé nada de cosa alguna. Esto es horrendo.
»Aspiro a no depender de nadie, ni del hombre que adoro. No quiero ser su manceba, tipo innoble, la hembra que mantienen algunos individuos para que les divierta, como un perro de caza; ni tampoco que el hombre de mis ilusiones se me convierta en marido. No veo la felicidad en el matrimonio. Quiero, para expresarlo a mi manera, estar casada conmigo misma, y ser mi propia cabeza de familia. No sabré amar por obligación; sólo en la libertad comprendo mi fe constante y mi adhesión sin límites. Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres, que se han cogido todo el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las veredas estrechitas por donde ellos no saben andar...
»Estoy cargante, ¿verdad? No hagas caso de mí. ¡Qué locuras! No sé lo que pienso ni lo que escribo; mi cabeza es un nidal de disparates. ¡Pobre de mí! Compadéceme; hazme burla... Manda que me pongan la camisa de fuerza y que me encierren en una jaula. Hoy no puedo escribirte ninguna broma, no está la masa para rosquillas. No sé más que llorar, y este papel te lleva un botiquín de lágrimas. Dime tú: ¿por qué he nacido? ¿Por qué no me quedé allá, en el regazo de la señora nada, tan hermosa, tan tranquila, tan dormilona, tan...? No sé acabar».
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Tristana (Capítulo XVII)
Cala literaria III: Luis Alberto de Cuenca, Desayuno
Estas calas fueron apareciendo durante el curso 2009-2010 en el periódico Le Puig del IES Matemático Puig Adam.
Esta semana toca poesía. Un poema en verso libre, no atado a rima, de autor nacional que, a diferencia de otras semanas, está vivo.
Luis Alberto de Cuenca es uno de nuestros grandes poetas de la actualidad; de una vasta cultura, ha sabido administrar su faceta como filólogo en beneficio de la creación; uno puede disfrutar tanto de su amplio saber sobre los clásicos –los más clásicos, los griegos y los latinos-, como de sus versos, perfectamente organizados (trazados), cargados de lirismo. Gracias a Dios, su veta política hace tiempo que ya no se nota, no transciende, debe de andar alejado de Consejerías, Bibliotecas y órganos oficiales en beneficio de la literatura. ¡Viva la Independencia!
He elegido este poema, “Desayuno”, breve, muy narrativo, “sencillo”, sin ornato, porque me parece que dedicarle tiempo al desayuno es una tarea que se debe fomentar, “entrenar”, debería ser de obligado cumplimiento acompañar al desayuno de esas pequeñas cosas que dan sentido a la vida y la inmensa mayoría las condenan al olvido, las alimentan de fugacidad. Yo, que debo de ser uno de los más madrugadores del Instituto dada la distancia que existe con mi domicilio, echo en falta estos ágapes durante los días laborales y procuro compensarlo los fines de semana y fiestas de guardar, combatiendo la vigilia. Tomad este consejo y hacedlo máxima. Empezar bien el día, desde la primera comida (la que dicen ser más importante) tiene que ser nuestra objetivo. Una sonrisa ante el reto de la vida, una tostada de amor, y si compartes almohada mucho mejor:
EMH
“Desayuno”
Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».
Cala Literaria II: Jlio Cortázar, Viajes
Estas calas fueron apareciendo durante el curso 2009-2010 en el periódico Le Puig del IES Matemático Puig Adam.
A este modesto apartado acude Julio Cortázar, el gran narrador argentino, que tan de actualidad está en estos momentos (hace unos días se cumplieron 25 años de la muerte de este insigne escritor). Si tuviera que colocar a tres argentinos en un pódium, aquéllos que más me han marcado, por su brillantez e ingenio, colocaría en el centro a Maradona (el 10) y a cada uno de los lados a dos escritores, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar (a ver si a Diego se le pegaba algo de ellos). Más difícil es que Julio, con su corpachón, emule los regates a Inglaterra en el Mundial de México o que Jorge (no Valdano) utilice “la mano de Dios” para algo más que para escribir, que Maradona coja un libro, a pesar de todo.
Este breve texto pertenece a un librito (por su volumen) que mas huella te pueden deja como lector, Historias de Cronopios y de Famas; la imaginación, la paradoja y el tino, que nos enseña Cortázar, no dejará en ningún caso indiferente al lector. Si puedes sigue estas instrucciones: después de leer una de sus historias, contempla el techo o la pared más blanca, con menos distracciones, de tu casa, hotel, aula o taberna donde estés leyendo el libro (si te pilla en un entrono natural, mucho mejor: cierra los ojos y escucha el replicar cortaziano y la lluvia de gritos a tu alrededor).
Aquí dejo uno de los menos “populares”, pero aquéllos que estéis interesados acudid al libro y aprended a “dar cuerda a un reloj”, “llorar” o, simplemente, sabed “el camino que sigue un pelo en el lavabo”.
¿Qué eres tú: un cronopio, un fama o un esperanza?
EMH
Viajes
Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.
Cala literaria I: Alberto Méndez, Los girasoles ciegos
Estas calas fueron apareciendo durante el curso 2009-2010 en el periódico Le Puig del IES Matemático Puig Adam.
Aquí tendrán cabida pequeñas joyas de la literatura de ayer y de hoy; obras de las que se habla y no siempre conocemos de primera mano; antes llegan a nosotros a través de la pequeña y de la gran pantalla; los actores dan vida y recrean a unos personajes que vemos nacer, vivir y morir en las páginas de nuestros libros de cabecera; en otras ocasiones, un autor, una obra, se ponen de moda por una conmemoración, una incidencia, una casualidad, aquí también tendrán su sitio las palabras. Espero que os guste la selección.
Este primer fragmento pertenece a Los girasoles ciegos de Alberto Méndez y, el que no ha leído la obra, puede que se haya encontrado de frente con el esbozo que aquí traigo en algún vagón de metro (Libros en la calle) o hayan visto la reciente película de José Luis Cuerda.
Casi todo resulta sorprendente en este libro que la editorial Anagrama publicó en enero de 2004. Su autor, Alberto Méndez, tenía 63 años cuando ve publicada esta primera obra y muere once meses después sin apenas saborear el éxito que tras su muerte tendría el libro. Durante los meses posteriores a su publicación, y a pesar de las buenas críticas que la novela recibe, las ventas de ésta se hacen casi de una forma clandestina. Algunos comentaristas de radio dan la voz de alerta sobre las cualidades de Los girasoles ciegos. Recomiendan su lectura con pasión y, a partir de ahí, el boca a boca termina por convertirlo en un libro de referencia obligada. Como consecuencia, las ventas comienzan a dispararse.
Los girasoles ciegos es un libro de cuentos articulado a lo largo de cuatro historias- cuatro derrotas, dice el autor- que transcurren entre el período quizá más duro de la posguerra, que va desde 1936 a 1942, y que siendo totalmente independientes están hábilmente entrelazadas entre sí. Sus personajes son seres vencidos. Seres que se encuentran en un camino sin retorno recorriendo una senda de dolorosa entrega e ignorantes de en qué momento su ya maltrecha existencia dará de bruces contra el polvo.
Alberto Méndez nos ha dejado con su única obra no sólo un extraordinario ejemplo de composición literaria, sino -y a pesar, de la crudeza de todas las situaciones- una continua muestra de sensibilidad, que puede conmover a todo tipo de lectores. Sencilla, realista y a la vez cargada de simbolismos, Los girasoles ciegos es una obra sobre la memoria. Sobre una memoria colectiva que debe tener definitivamente su asentamiento en el lugar que le corresponde.
EMH
“Yo procuraba no invitar a nadie a casa para que mi padre no tuviera que encerrarse en el armario, pero mi madre, quizás por amor, quizás por estrategia, establecía un ritmo de reuniones con mis amigos en nuestro piso. Cuando esto ocurría, mi padre se encerraba en su armario con un candil de carburo y unos libros hasta que todos se habían marchado. Afortunadamente, la portera, mal encarada y grosera, y su marido, Casto, un albañil silicótico y macilento, montaban en cólera siempre que veían pasar a algún niño que no fuera vecino de la casa que tan celosamente guardaban. Esto, además de añadir un miedo más a nuestras vidas, evitaba las visitas imprevistas de mis amigos y los sobresaltos que siempre producían los timbrazos.
No podré olvidar nunca que en una ocasión en que la reunión tuvo lugar en nuestra casa, mi padre se sintió enfermo y tuvo que ir al cuarto de baño perentoriamente. A pesar de que teníamos la puerta del comedor cerrada, a través de los cristales y de los visillos que la adornaban alguien entrevió una sombra recorriendo el pasillo.
Para salir del paso, mi madre resolvió la situación hablando de un fantasma que de vez en cuando venía a visitarnos. Naturalmente la explicación heló la sangre de todos los presentes, pero estábamos tan hechos al miedo, tan acostumbrados a las imágenes del Infierno, conocíamos tan bien lo aciago y sus horribles moradores, que todos dieron por buena la explicación. Seguimos jugando al parchís y al cabo del rato se oyó el ruido de la cisterna del retrete que, al rellenarse, producía un traqueteo que terminaba en un silbido parecido al ulular del viento. El estupor y el miedo les paralizó, pero mi madre se limitó a comentar con naturalidad: “Siempre hace lo mismo este fantasma. Tira de la cadena y se marcha.” Una sensación de alivio se derramó sobre mis amigos y continuamos jugando.”
Alberto Méndez, Los girasoles ciegos
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