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martes, 12 de enero de 2016

género en ciudades y países

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Ante las dudas que se presentan a la hora de concordar en género los nombres de los países y las ciudades con los artículos, adjetivos y otras palabras que los acompañan, se ofrece a continuación una serie de claves, tomadas de la Gramática académica, aunque no existen normas fijas y se trata más bien de reglas orientativas:
1. Los nombres de países que terminan en a átona suelen ser femeninos: «Una Dinamarca conmocionada está alerta contra el terrorismo».
2. El resto de los nombres de países —es decir, los que terminan en consonante, o en a tónica u otra vocal— suelen ser masculinos: «El Japón de hoy no es el Japón de hace un siglo», «El primer ministro dijo que dirigiría un Canadá más abierto al mundo».
3. Los nombres de ciudades que terminan en a, sea tónica o átona, suelen ser femeninos: «Le canta a esa Lisboa que Fernando Pessoa le enseñó».
4. El resto de los nombres de ciudades —es decir, los que terminan en consonante o en vocal distinta de a— suelen ser masculinos, aunque también es muy frecuente el femenino por influjo del sustantivo ciudad: «Se percibe un Berlín plagado de heridas de guerra», «Colectivos urbanos trabajan por una Caracas más humana».
5. Cuando se antepone todo, el género alterna en todos los nombres de ciudades: todo Bogotá o toda Bogotá. En España y México, se emplea el giro el todo, siempre masculino, para referirse a la élite social: el todo Barcelona.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Soluciones: sustantivos comunes en cuanto al género, ambiguos en cuanto al género y epicenos



Estas son las soluciones al ejercicio sobre sustantivos comunes en cuanto al géneroambiguos en cuanto al género y epicenos. Yo daré algunas explicaciones para mayor claridad, pero es bastante con que indiques correctamente el grupo al que pertenece el sustantivo en cuestión. Puntúate de uno a diez.
1. Persona es un sustantivo epiceno. Es siempre de género femenino, pero se puede referir tanto a hombres como a mujeres.
2. Azúcar es ambiguo en cuanto al género (azúcar blanco, azúcar blanca). El que aquí aparezca en diminutivo es indiferente. Azúcar es un caso especial: normalmente aparece con el determinante el incluso cuando es femenino. Esto es así a pesar de que escapa las reglas que rigen el uso dedeterminante masculino ante sustantivo femenino (casos como el de el águila o el hacha).
3. Artista es común en cuanto al género. Decimos el artista y la artista.
4. Iguana es un sustantivo epiceno. En el mundo las iguanas son machos y hembras, pero el sustantivo iguana únicamente dispone de género femenino para nombrar a unas y otras.
5. Avestruz es otro caso de sustantivo epiceno. Se dice siempre el avestruz, en masculino, independientemente del sexo del animalito en cuestión. Algunos hablantes, incorrectamente, le asignan género femenino (probablemente por un cruce con ave).
6. Es nombre común en cuanto al género. Se dice el terrateniente y la terrateniente.
7. Mar es un ejemplo clásico de nombre ambiguo en cuanto al género. Podemos decir el mar o la mar y nos estaremos refiriendo siempre a lo mismo.
8. Común en cuanto al género: el sargento y la sargento. Todas las denominaciones de grados militares se emplean como comunes en cuanto al género: el/la coronel, el/la capitán, etc.
9. Tratamientos como excelencia, alteza, señoría, etc. son epicenos. Su género gramatical es femenino, pero se pueden referir tanto a hombres como a mujeres.
10. El atleta, la atleta: común en cuanto al género.

Sustantivos comunes en cuanto al género, ambiguos en cuanto al género y epicenos: ejercicios (Blog del Lengua española)


A continuación vas a encontrar una serie de sustantivos en negrita. Indica a cuál de los siguientes grupos pertenecen en razón de su relación con la categoría de género gramaticalcomunes en cuanto al géneroambiguos en cuanto al género o epicenos. Para consultar las soluciones solo tienes que seguir el enlace.
1. Desde luego, con personas así da gusto.
2. Échale azuquítar.
3. Mamá, quiero ser artista.
4. Me han regalado una iguana muy cariñosa.
5. Me estoy haciendo una tortilla de huevos de avestruz.
6. Todo el país está en manos de terratenientes.
7. Ya me he bañado en seis de los siete mares.
8. ¡A sus órdenes, mi sargento!
9. Pase por aquí, excelencia.
10. ¡Estás hecho un atleta!

sábado, 3 de noviembre de 2012

Ejercicios: cambio de género con cambio de significado (Blog de Lengua española)


En las siguientes oraciones aparecen sustantivos que cambian de significado al cambiar de género. Indica si es correcto el género de las secuencias que los contienen, que son las que se destacan en negrita. Si en algún caso es incorrecto, corrígelo. Comprueba las soluciones cuando termines.
1. El frente ruso ha sido la perdición de muchos generales.
2. Tu alma es negra como la pez.
3. Este diario es famoso porque publica unas editoriales incendiarias.
4. No me gustan ni la doblez ni los engaños.
5. La maleza se acumulaba en los márgenes del río.
6. Me he comprado un telescopio para ver el cometa Halley.
7. Aquí le vamos a hacer una cura de urgencia y usted va mañana a su médico.
8. Las epidemias de cólera negra causaron una gran mortandad en la Edad Media.
9. El paciente se encuentra en estado de coma inducida.
10. Atención, señores pasajeros: Un autobús los transportará hasta el terminal del aeropuerto.

Soluciones: cambio de género con cambio de significado (Blog de Lengua española)


Estas son las soluciones a los ejercicios sobre sustantivos que cambian de significado al cambiar de género. Puntúate de uno a diez. Para solucionar posibles dudas, puedes leer el artículo al que conduce el anterior enlace o consultar tu diccionario favorito.
1. Correcto.
2. Correcto.
3. Incorrecto. Debe decir unos editoriales incendiarios.
4. Correcto.
5. Incorrecto. Debe decir las márgenes.
6. Correcto.
7. Correcto.
8. Incorrecto. Debe decir cólera negro.
9. Incorrecto. Debe decir coma inducido.
10. Incorrecto. Debe decir la terminal.

Cambio de género con cambio de significado (Blog de lengua española)



En español tenemos unos cuantos pares de sustantivos en los que un cambio de género va asociado a un cambio de significado. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con el orden (‘colocación, arreglo’) y la orden (‘mandato’). No es lo mismo, consecuentemente, el orden del día, que es la relación de asuntos que se han de tratar en una reunión, que la orden del día, que son las instrucciones de un superior que habremos de cumplir durante la jornada.
Veamos unos cuantos más:
—El margen es el espacio que dejamos en blanco a los lados de una hoja, mientras que la margen es la orilla, normalmente de un río, aunque también puede serlo de un campo o de un camino.
—El pez es un animalito que vive feliz en el agua, mientras que la pez es una sustancia oscura y viscosa que se utiliza para impermeabilizar.
—Si te ponen un terminal, te han instalado un teléfono o algo por el estilo; pero si te ponen una terminal te han construido como mínimo un aeropuerto.
—El cólera es una enfermedad (que asociamos con el amor desde que García Márquez publicó su novela), pero la cólera es una pasión. Algunos la toman por montura: montan en cólera.
—En clase de lengua siempre nos recalcan la importancia de la coma para una buena redacción, pero saltarse una nunca tendrá la gravedad que reviste el coma clínico.
—El editorial es el artículo de un diario en el que la redacción de este fija su posición respecto de algún asunto de actualidad. La editorial, por su parte, es la empresa que se dedica a publicar.
—Los curas son sacerdotes, pero eso no convierte a las curas en sacerdotisas. Estas siguen siendo los cuidados que se nos prodigan para que sanemos.
—Los cometas y las cometas surcan el cielo, pero si los unos lo hacen a distancias astronómicas, las otras apenas se alzan unos metros por encima de nuestras cabezas; es más, las llevamos sujetas por un cordelito.
—El frente es un lugar donde no conviene dejarse ver si estamos en medio de una guerra (hay que evitar, sobre todo, la primera línea). La frente nunca será igual de conflictiva por muchos quebraderos de cabeza que se escondan detrás de ella.
—Por la pendiente nos deslizamos. El pendiente se desliza como mucho por la oreja.
—El parte es un informe, pero la parte es un trozo.
—El corte es un tajo, una herida. A nadie le gusta que se lo den (incluido el de mangas). ¿A quién le disgustaría, en cambio, andar por la corte codeándose con la nobleza?
—El doblez es el resultado de doblar algo, mientras que la doblez es la condición de ser doble, de tener dos caras y ser, por tanto, taimado, traicionero, poco de fiar.
Ahora ya en serio: No hay que confundir estos pares con los denominados nombres ambiguos en cuanto al género, en los que el cambio de género no da lugar a un cambio de significado.
De todas formas, lo mejor es que hagas unos ejercicios para practicar.

El género (Blog de Lengua española)


El género es una categoría gramatical propia del sustantivo y también de los pronombres, adjetivos y determinantes. Todo sustantivo que aparezca en un enunciado en español se podrá adscribir a uno de dos géneros posibles, a saber: masculino o femenino. Así, en el ejemplo (1) es femenino el sustantivo plantas; y masculinos, troncos y árboles.
(1) Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos troncos de los árboles [Gustavo Adolfo Bécquer: "El rayo de luna", Leyendas]
El sustantivo impone su género a los determinantes y adjetivos de los que se rodea y también a ciertos pronombres. Este es un fenómeno que se conoce como concordancia. En (1) podemos observarlo en el género femenino del determinante las y del adjetivo trepadoras que acompañan a plantas, así como en el artículo los que determina a troncos y árboles y en el adjetivo añosos, que especifica una propiedad de troncos.
La oposición central de género en español es la que contrapone el masculino al femenino. Esta es la única que encontramos en los sustantivos. Adicionalmente, podemos identificar un género neutro que ocupa una posición periférica en el sistema y que se manifiesta, por ejemplo, en los pronombres (2, 3) y en ciertas sustantivaciones con el determinante lo (4):
(2) Esto tiene que ver con el atropello del dichoso perro [Luis Mateo Díez: Las horas completas]
(3) Tenía razón, pero ello no me impidió insultarla de nuevo antes de ponerme los zapatos [Jorge Volpi: El fin de la locura]
(4) —¿Cómo?— pregunté, ya sin tratar de ocultar lo evidente [Javier Cercas: La velocidad de la luz]
Los sustantivos del español se pueden clasificar en dos grandes grupos atendiendo no ya a su género, sino a la relación que mantienen con la categoría de género en sí. Por un lado, tenemos los sustantivos con moción de género, que adoptan el género masculino o el femenino en función del sexo del ser al que se refieren. Lógicamente, los únicos referentes posibles para estos sustantivos son seres humanos y animales sexuados. Ejemplos clásicos son niño -a, gato -a, amigo -a.Por otro lado, encontramos los sustantivos de género inherente, que, o bien son masculinos (libro, árbol), o bien son femeninos (mesa, bondad), y no tienen posibilidad de modificar su género.
Lo más habitual en los sustantivos con moción de género es que el género podamos ubicarlo en su terminación. Por eso cambia el significado de niñocuando sustituyo la -o final por una -a (niña) o el de jef-e cuando lo convierto enjef-a. En los de género inherente, en cambio, no es posible adscribir ese valor semántico a una porción concreta del sustantivo, por lo que hemos de entender que es todo él en conjunto el portador de esta categoría gramatical. Por este motivo, solo podemos hablar propiamente de morfemas o terminaciones de género en los primeros. En los segundos podemos constatar ciertas tendencias, pero que no pasan de ser eso, tendencias. Sin ir más lejos, los que terminan en -o suelen ser masculinos, como libro, suelo o río; pero esto no impide que sean femeninos mano o foto. También tienden a ser femeninos los terminados en -a, como mesa, línea o medicina, pero es fácil encontrar otros que son masculinos (problema, mapa).
Por si esto fuera poco, pueden adoptar cualquiera de los dos géneros un número considerable de los terminados en -o (el testigo, la testigo; el modelo, la modelo) y de los terminados en -a (el atleta, la atleta; el pianista, la pianista). Los sustantivos que, como estos, tienen la facultad de modificar su género sin que ello se manifieste en una alteración de su forma constituyen un grupo particular. Se los denomina sustantivos comunes en cuanto al género.
Otro grupo particular es el de los sustantivos ambiguos en cuanto al género, que pueden presentarse con cualquiera de los dos géneros sin que el cambio de género vaya asociado a un cambio en la referencia del sustantivo. Yo puedo decir el mar o la mar, pero, en cualquier caso, me estaré refiriendo a la misma realidad. No hay que confundir estos con los casos de cambio de género asociado a un cambio de significado y de referencia. No es lo mismo el frenteque la frente.
Existen incluso casos de oposición de género por heteronimia. Esto es lo que ocurre con pares como hombre y mujer, toro y vaca, en los que cada género se expresa con una palabra diferente.
Es importante, asimismo, no confundir el género como categoría gramatical con el género como noción sociocultural (qué es lo que significa ser hombre o mujer en una determinada sociedad) y, mucho menos, con el sexo como categoría biológica. Es cierto que se da una relación aproximada en algunos casos. Como hemos visto, los sustantivos que se refieren a seres vivos sexuados suelen modificar su género dependiendo del sexo de su referente. Así, yo utilizo el masculino vecino si me estoy refiriendo a un hombre, y el femenino vecina si me estoy refiriendo a una mujer; león se emplea para nombrar a un macho y leonapara una hembra. Sin embargo, esto no siempre se cumple. El femenino víctimase puede referir tanto a hombres como a mujeres, y el masculino ornitorrinco se emplea tanto para machos como para hembras. Los sustantivos que presentan esta particularidad se denominan epicenos.
Los sustantivos epicenos nos dan una primera muestra de que la correlación entre el género gramatical y el sexo es aproximada y limitada. Si esto es así cuando estamos hablando de seres vivos con sexo, en cuanto nos fijemos en los sustantivos que designan realidades asexuadas, comprenderemos que su asignación a uno u otro género es perfectamente convencional. No hay nada en el objeto silla que justifique el género femenino del sustantivo silla, de la misma forma que los cuadernos, en el mundo, no presentan ninguna característica que empuje al sustantivo cuaderno a ser de género masculino. La adscripción de género de sustantivos como silla y cuaderno nos dice algo sobre cómo está hecha la lengua y no sobre cómo está hecho el mundo.
La convencionalidad del género queda también de manifiesto cuando comparamos lenguas diferentes. Por ejemplo, miel es de género femenino en español y, sin embargo, este mismo sustantivo es masculino en francés (le miel).Es más, una misma palabra ha podido tener géneros diferentes en diferentes momentos históricos. Puente fue femenino hasta el siglo XVIII (de lo que han quedado rastros en los múltiples topónimos que contienen la secuencia La Puentey en el apellido homónimo). Hoy, en cambio, es masculino. El sol y la luna son, respectivamente, masculino y femenino en español. Sin embargo, en alemán sus géneros se invierten: die Sonne frente a der Mond, donde los artículos die y dernos indican que el primero es un femenino y el segundo, un masculino.
La conformación misma de los sistemas de género puede presentar diferencias incluso entre lenguas que están estrechamente emparentadas. Los sustantivos del español pueden tener dos géneros: masculino o femenino. Se parecen en esto a los del francés, el italiano o el portugués. Se diferencian, en cambio, de los del latín, griego, alemán y ruso, que tienen tres posibilidades: masculino, femenino y neutro.
En definitiva, si la categoría de género del español pudo tener en sus orígenes remotos una motivación en la categoría extralingüística de sexo, hoy es una noción gramatical altamente abstracta y solo tendremos alguna posibilidad de entenderla si la inspeccionamos a la luz de criterios lingüísticos y procurando sobre todo no confundir, a la manera del pensamiento mágico, lengua y mundo.

sábado, 10 de marzo de 2012

El género no marcado por PEDRO ÁLVAREZ DE MIRANDA


Juegos de luces y sombras en la biblioteca de la Real Academia Española. / SAMUEL SÁNCHEZ


Es ingenuo pretender cambiar el lenguaje para ver si cambia la sociedad
Las convenciones lingüísticas más profundas no se pueden modificar

Abro un programa de tratamiento de textos y, sin más, me pongo a escribir estas líneas. Inmediatamente, el sistema tiene que decidir en qué tipo de letra irán mis primeras palabras, y como yo no le he dado orden en contrario las pone en redonda. Es que sin seleccionar algún tipo concreto de letra no puede trabajar, y alguien lo ha programado para que en esos casos el elegido sea el llamado “normal” (o letra “redonda”). Decimos entonces, como se sabe, que dicho tipo interviene o se activa por defecto.

Pues bien, el concepto de por defecto en informática es muy similar al concepto de no marcado en lingüística. La letra redonda es, frente a la cursiva o la negrita, la letra que actúa por defecto. También podemos decir de ella que es, frente a aquellas dos, la letra no marcada.

Cuando yo construyo una frase en que un adjetivo debe concordar con dos sustantivos, uno masculino y otro femenino, necesito que ese adjetivo (si tiene variación de género; muchos no la tienen) vaya en uno de los dos géneros. Uno cualquiera, en principio... Lo que no puede es no ir en ninguno, porque el “sistema”, para funcionar, necesita que uno se imponga por defecto. Tampoco puede ir en los dos, porque su presencia simultánea es incompatible en una sola forma, del mismo modo que una misma palabra no puede estar escrita al mismo tiempo en redonda y en cursiva (sí, por cierto, en redonda y en negrita). Sí puede, pero no debe, duplicarse el adjetivo, porque ello atenta contra un principio fundamental en las lenguas que es el de la economía, al que también podríamos llamar “del mínimo esfuerzo”. Así, no nos queda más remedio, en nuestra lengua, que decir los árboles y las plantas estaban secos, con el adjetivo en masculino. ¿Por qué? Porque el masculino es el género por defecto, es, frente al femenino, el género no marcado.

Del mismo modo, si una persona tiene tres hijos y dos hijas, dirá, interrogado acerca de su prole, que tiene cinco hijos. No dirá que tiene cinco hijos o hijas, ni cinco hijos e hijas, ni cinco hijos / hijas (léase “cinco hijos barra hijas”). Podrá escribir que tiene cinco hij@s, pero esto no lo podrá decir, leer, así que de nada le vale. Yo, a diferencia de mi colega Ignacio Bosque, no he tenido paciencia para echarme al coleto todas esas guías que sobre el lenguaje no sexista han proliferado. Supongo que alguna de ellas recomendará a nuestro perplejo pater familias que diga algo así como esto: Mi descendencia la forman cinco unidades. Pobrecillo.

Desdramaticemos las cosas. No es el masculino el único elemento no marcado del sistema gramatical. Igual que en español hay dos géneros (en otras lenguas hay más, o hay solo uno), hay también dos números, singular y plural (en otras hay más, o solo uno), y el singular es el número no marcado frente al plural. Así, del mismo modo que el masculino puede asumir la representación del femenino, el singular puede asumir la del plural. El enemigo significa, en realidad, ‘los enemigos’. Sumando ambas posibilidades de representación puedo decir que el perro es el mejor amigo del hombre para significar, en realidad, esto: ‘los perros y las perras son los mejores amigos y las mejores amigas de los hombres y las mujeres’. ¿Se entiende ahora un poquito mejor en qué consiste el mentado principio de economía?

Hay tres tiempos verbales, y uno de ellos, el presente, es el tiempo no marcado frente al pasado y el futuro. Prueba de ello es la capacidad que tiene para suplantarlos: Colón descubre América en 1492 significa en realidad ‘Colón descubrió América en 1492’, y mañana no hay clase significa ‘mañana no habrá clase’.

A pesar de lo cual, que yo sepa, no ha surgido por ahora ninguna Plataforma Ciudadana en Defensa de la Intolerable Discriminación del Plural, ni tengo noticia hasta el momento de la existencia de una Asociación Pro Visibilidad del Futuro, frente al Abusivo Presentismo Lingüístico.

¿Y por qué es el masculino, en vez del femenino, el género no marcado? Buena pregunta, para cuya compleja respuesta habríamos de remontarnos, en el plano lingüístico, hasta el indoeuropeo, y en el plano antropológico hasta muy arduas consideraciones, en las que no pienso engolfarme, acerca del predominio de los modelos patriarcales o masculinistas. Efectivamente, es más que posible que la condición de género no marcado que tiene el masculino sea trasunto de la prevalencia ancestral de patrones masculinistas. Llámeselos, si se quiere, machistas, y háblese cuanto se quiera de sexismo lingüístico. Séase consciente, sin embargo, de que intentar revertirlo o anularlo es darse de cabezadas contra una pared, porque la cosa, en verdad, no tiene remedio. Rosa Montero lo ha escrito admirablemente: “Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es”. Lo que resulta ingenuo, además de inútil, es pretender cambiar el lenguaje para ver si así cambia la sociedad. Lo que habrá que cambiar, naturalmente, es la sociedad. Al cambiarla, determinados aspectos del lenguaje también cambiarán (en ese orden); pero, desengañémonos, otros que afectan a la constitución interna del sistema, a su núcleo duro, no cambiarán, porque no pueden hacerlo sin que el sistema deje de funcionar.

Antes de seguir adelante conviene hacer una observación acerca del género neutro, pues en las discusiones sobre estos asuntos hay quien esgrime a menudo esa palabra, sin saber muy bien lo que dice, como posible vía de solución. Olvidémonos por completo del neutro. En español (a diferencia de lo que ocurría en latín) no hay más que dos géneros, masculino y femenino. Del neutro latino solo han sobrevivido en nuestra lengua unos pocos fósiles pronominales y el artículo lo. Así que una más que hipotética solución salomónica en que un ideal género neutro salvador viniera a solucionar el problema asumiendo el papel de género no marcado es una “solución” (¿?) absolutamente inviable.

En realidad, es que no hay modo de modificar determinadas convenciones lingüísticas, las más profundas. Imaginemos uno. ¿Podríamos reunirnos en asamblea los quinientos millones (o más) de hispanohablantes para decidir que ya estaba bien, que después de diez siglos en que el masculino ha sido el género no marcado, ahora le tocaba al femenino? Alguien persuasivo (ya está ahí otra vez el dichoso masculino) tomaría la palabra para decir: “Señores y señoras...” (en estos vocativos iniciales la duplicación sí es bien lógica y está asentada desde antiguo; el principio de economía apenas se resiente). Luego seguiría: “Estamos aquí reunidos (otra vez el masculino) para...”. Etcétera. Se sometería a votación la siguiente propuesta: “A partir de mañana mismo, el femenino pasa a ser el género no marcado. Ya iba siendo hora. Se dirá en adelante los árboles y las plantas estaban secas; tengo cinco hijas: Pedro, Juan, Manuel, María e Isabel; estamos aquí reunidas...”. La votación sería más bien complicada. ¿A mano alzada? ¿Por aclamación? ¿Se convocaría un referéndum? ¿Podría nuestro persuasivo orador controlar el previsible guirigay de la masa? ¿Qué hacer con los disidentes? Transcurridos diez siglos, ante la aparición de nuevas guías idiomáticas diametralmente opuestas a las de hoy, y de Plataformas por la Visibilidad del Masculino en el Estado Español, se suscitaría la necesidad de que una nueva asamblea (¿de cuántos millones de almas?) diera nuevamente la vuelta a la tortilla, pues ya le tocaba otra vez al masculino. Y así sucesivamente. No hace falta decir que estoy utilizando el recurso dialéctico de la reducción al absurdo. Con su poquito de guasa.

Una última consideración, también desdramatizadora y relativizadora. En español, los nombres que designan seres animados, y por tanto dotados de sexo, pueden ser de tres tipos. Unos tienen marcas de género (niño / niña, monje / monja, profesor / profesora...). Otros no las tienen, pero sí tienen dos géneros, evidenciados por la doble concordancia que establecen con el artículo o con otras palabras (el artista / la artista, el modelo / la modelo, el cantante / la cantante, el portavoz / la portavoz...). Otros, ciertamente, vacilan. Pero hay un tercer grupo que me interesa especialmente: es el de los nombres llamados epicenos; los epicenos tienen un solo género gramatical, pero sirven para referirse tanto a seres de sexo masculino como a seres de sexo femenino. Ahí se ve muy bien que no se deben identificar género y sexo. Pues bien, hay muchos nombres epicenos que son femeninos, lo que supone una muy modesta compensación al avasallador poder del masculino como género no marcado. En una persona, una criatura, una víctima, una figura, una eminencia... el femenino asume la representación tanto del masculino como del femenino. A ningún hombre se le ocurrirá sentirse discriminado por ello. Faltaría más.

Hay otro ejemplo muy bonito, y de más calado. En italiano —una lengua hermana de la española, y hablada por un pueblo a menudo tildado de masculinista o de machista— un pronombre femenino, Lei (literalmente ‘ella’), se utiliza con el mismo valor que nuestro usted, es decir, asume, en el tratamiento de respeto, la representación tanto de un hombre como de una mujer. Bien pensado, otro tanto le ocurría al antecesor de nuestro usted, la forma vuestra merced, con esa visible marca femenina en el posesivo, en consonancia con el género femenino de merced.

Ya sé que estos ejemplos de ligera prevalencia del femenino implican muy parva compensación. Espero, al menos, que sirvan, como lo pretende la totalidad de este artículo, para relativizar las cosas, desdramatizando a todo trance una terca realidad contra la que es estéril estrellarse: la condición inamovible del masculino como género no marcado.

Pedro Álvarez de Miranda es catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española.

sábado, 21 de enero de 2012

Cambio de género con cambio de significado



En español tenemos unos cuantos pares de sustantivos en los que un cambio de género va asociado a un cambio de significado. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con el orden (‘colocación, arreglo’) y la orden (‘mandato’). No es lo mismo, consecuentemente, el orden del día, que es la relación de asuntos que se han de tratar en una reunión, que la orden del día, que son las instrucciones de un superior que habremos de cumplir durante la jornada.

Veamos unos cuantos más:

El margen es el espacio que dejamos en blanco a los lados de una hoja, mientras que la margen es la orilla, normalmente de un río, aunque también puede serlo de un campo o de un camino.

El pez es un animalito que vive feliz en el agua, mientras que la pez es una sustancia oscura y viscosa que se utiliza para impermeabilizar.

—Si te ponen un terminal, te han instalado un teléfono o algo por el estilo; pero si te ponen una terminal te han construido como mínimo un aeropuerto.

El cólera es una enfermedad (que asociamos con el amor desde que García Márquez publicó su novela), pero la cólera es una pasión. Algunos la toman por montura: montan en cólera.

—En clase de lengua siempre nos recalcan la importancia de la coma para una buena redacción, pero saltarse una nunca tendrá la gravedad que reviste el coma clínico.

El editorial es el artículo de un diario en el que la redacción de este fija su posición respecto de algún asunto de actualidad. La editorial, por su parte, es la empresa que se dedica a publicar.

Los curas son sacerdotes, pero eso no convierte a las curas en sacerdotisas. Estas siguen siendo los cuidados que se nos prodigan para que sanemos.

Los cometas y las cometas surcan el cielo, pero si los unos lo hacen a distancias astronómicas, las otras apenas se alzan unos metros por encima de nuestras cabezas; es más, las llevamos sujetas por un cordelito.

El frente es un lugar donde no conviene dejarse ver si estamos en medio de una guerra (hay que evitar, sobre todo, la primera línea). La frente nunca será igual de conflictiva por muchos quebraderos de cabeza que se escondan detrás de ella.

—Por la pendiente nos deslizamos. El pendiente se desliza como mucho por la oreja.

El parte es un informe, pero la parte es un trozo.

El corte es un tajo, una herida. A nadie le gusta que se lo den (incluido el de mangas). ¿A quién le disgustaría, en cambio, andar por la corte codeándose con la nobleza?

El doblez es el resultado de doblar algo, mientras que la doblez es la condición de ser doble, de tener dos caras y ser, por tanto, taimado, traicionero, poco de fiar.

Ahora ya en serio: No hay que confundir estos pares con los denominados nombres ambiguos en cuanto al género, en los que el cambio de género no da lugar a un cambio de significado.


Nombres ambiguos en cuanto al género



Los nombres ambiguos en cuanto al género son aquellos que se pueden utilizar tanto en masculino como en femenino sin que cambie su significado. Algunos ejemplos son mar, maratón, linde, dracma y azúcar:


Los expertos creen que en el fondo del mar hay cientos de navíos [...] [Abc, 28-10-2007]

El paseo de la ría acogerá [...] una serie de talleres infantiles sobre el medio ambiente y la mar [La Nueva España, 30-9-2007]

Azúcares crudos: azúcar terciado, azúcar blanquilla [...] y azúcar granulado [Anales de Bromatología, 1967, vol. 19, p. 247]


En las dos primeras oraciones encontramos el uso masculino y femenino, respectivamente, de mar. El tercer ejemplo, el de azúcar, es interesante porque en la misma oración aparece el mismo nombre en masculino y en femenino.


El utilizar estos nombres con un género u otro no da lugar a un cambio de significado. Por ejemplo, yo puedo irme a Alicante y sentarme en la playa. Si ese día tengo una vena lírica, probablemente diré:

Mira: ¡la mar!

Si me da por hablar de forma más neutra, lo que me saldrá será:

Mira: el mar


Pero en los dos casos me refiero a la misma realidad. El mar sigue siendo el mismo; solo ha cambiado el género del nombre.


Por lo general, los nombres ambiguos en cuanto al género se refieren a seres inanimados, como en los ejemplos anteriores. La excepción son dos nombres de animales: cobaya y ánade.


El que no cambie el significado tampoco quiere decir que dé exactamente igual utilizar estos sustantivos en masculino o en femenino. Las diferencias no van a ser de significado sino de otro tipo.


A veces, el utilizar un género u otro es una cuestión de puras preferencias individuales. Puede haber hablantes que prefieran la forma azúcar moreno y otros que prefieran azúcar morena.


Otras veces, las diferencias tienen que ver con la pertenencia a ciertos grupos sociales. Un ejemplo que se suele repetir en los manuales es que las gentes de mar tienden a decir la mar (en femenino), mientras que quienes no tenemos mayor relación con el mar tendemos a utilizar la forma masculina.


También hay preferencias regionales. Calor es masculino para la mayoría de los hablantes de español, pero dentro de España el femenino la calor está muy extendido en ciertas zonas de Andalucía, Murcia o Cataluña.


Llegamos ahora a la cuestión de la consideración normativa de estas vacilaciones de género. Algunas están aceptadas, como las de los ejemplos que hemos utilizado hasta ahora (salvo calor, que es un caso especial). Otras, en cambio, se condenan. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con pus, que para la norma solo es masculino, aunque para muchos hablantes sea femenino.


Esta consideración puede ir cambiando con el paso de los años. Calor tradicionalmente estaba admitido como ambiguo en cuanto al género y así se recoge todavía en la edición de 2001 del Diccionario de la Lengua Española. Sin embargo, con la publicación del DPD, ya solo se admite la forma masculina. Lo contrario ha pasado con maratón. Después de años y años condenando la forma femenina, al final se han admitido las dos.


Por último, no conviene perder de vista que hay expresiones con diferentes grados de fijación en las que es obligatorio uno de los géneros. Por lo general, podemos elegir entre el mar o la mar, pero solo utilizamos la forma femenina en las siguientes expresiones fijas:


Pelillos a la mar ‘olvidemos nuestras diferencias’, ‘reconciliémonos’

La mar de (simpático, distraído, etc.) ‘muy’, intensificador


En el primer ejemplo, el artículo masculino forzaría una interpretación literal: hay unos pelillos que se arrojan al mar. En el segundo, simplemente, daría lugar a un sinsentido.

Otros ejemplos de sustantivos ambiguos en cuanto al género son el/la color, el/la vodka, el/la pringue, el/la armazón, el/la reúma, el/la maratón, el/la dote, el/la tilde.


No hay que confundir los sustantivos ambiguos en cuanto al género con aquellos pares en que el cambio de género va asociado con un cambio de significado, como el cura y la cura.

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