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jueves, 23 de agosto de 2012

'Esguinces verbales' por Juan José Millás


Hay matrimonios cuyos cónyuges aparecen unidos por coordinación o subordinación, los hay meramente yuxtapuestos en el peor sentido

 - El País

CLESS

La conjunción gramatical es una de las piezas más pequeñas del motor de la frase. Se utiliza para unir oraciones o palabras y establecer entre ellas relaciones jerárquicas que reflejan los escalafones de la vida. Quiere decirse que las conjunciones sirven para saber quién manda. Cuando escribo en el BOE “te quito la paga extraordinaria porque eres un funcionario de mierda”, resulta que el “porque”, una modestísima conjunción, articula dos oraciones (“te quito la paga extraordinaria” y “eres un funcionario de mierda”) al modo en que la rodilla y el codo articulan, respectivamente, las dos partes de que se componen la pierna y el brazo. Las articulaciones son tan importantes para mantener el statu quo que, a la hora de amputar, no es lo mismo que te corten por debajo o por encima de la rodilla, por debajo o por encima del brazo. Si el cirujano logra salvar la articulación, la prótesis que sustituya al miembro perdido resultará más eficaz.
Gracias entonces a ese humilde “porque”, una palabra de dos sílabas que además carece de otro significado que el meramente gramatical, estas dos oraciones pueden andar juntas por la vida. Y cuando nosotros las vemos saliendo de la boca de un ministro o escritas en un papel con membrete, adivinamos enseguida cuál es la principal y cuál es la subordinada porque reflejan una jerarquía copiada del orden de la existencia. En otras palabras, yo sé quién es el funcionario de mierda al que reducen el sueldo y quién el ministro que ordena reducirlo. ¿Sirve o no sirve la conjunción para saber quién manda?
Hay conjunciones que sirven también para subir el IVA, como cuando Rajoy, por ejemplo, dice: “Ese asunto no está ahora mismo encima de la mesa, pero…”. Da igual lo que venga detrás del “pero”…, que es la conjunción, porque el significado es que subirá el IVA. A veces, aunque el “pero" no está explícito, funciona con idéntica eficacia. Si Rajoy afirma que no está en condiciones de asegurar que pedirá el recate, lo que quiere decir es que lo pedirá. El “pero” que vendría a continuación, y que ha escamoteado al público, es, aunque invisible, de tal tamaño que no queda otra. Los huesecillos del tobillo tampoco se ven y nadie duda de su eficacia. Una amiga se hizo un esguince nada más comenzar las vacaciones, o como se llame lo de este año, y está la pobre en un ay. Las conjunciones son muy dadas a los esguinces, sobre todo cuando salen de la boca de Rajoy y Montoro, aunque también de la de Ana Mato o de la de Soria, o de la de Morenés. Por no hablar del ministro de Cultura, que pronuncia todo el rato frases descoyuntadas (o con los huesecillos del talón hechos polvo), a las que su subsecretario, el pobre Lassalle, no hace más que poner férulas a fin de enderezarlas para que las dos partes de la oración, aunque rígidas, se mantengan más o menos en pie.
Hay tantas formas de articulación gramatical como de articulación existencial. La yuxtaposición, que es una de ellas, consiste en unir oraciones sin recurrir a ningún tipo de conjunción. Oraciones sin rótula, podríamos decir, o sin astrágalo, o sin lo que haya en el codo, que no me viene ahora. En lugar del nexo convencional, la yuxtaposición utiliza pausas o comas, como cuando decimos “llegué, vi, vencí”.
Yuxtaponer significa colocar una cosa junto a otra. En un libro de cuentos, por ejemplo, los relatos aparecen uno al lado del otro sin otro vínculo que la página que los separa para dar paso al siguiente. En la mayoría de las oraciones yuxtapuestas, sin embargo, a menos que estén tan descoyuntadas como aparentan, hay un vínculo invisible que indica algún tipo de relación entre ellas. Así, en “llegué, vi, vencí" se establece una sucesión temporal, lo mismo que en “murió mamá, la enterramos, nos entregamos al dolor”. También los buenos libros de relatos están recorridos por un hilo conductor, que, visible o no, somete a cierta unidad la diversidad que los caracteriza.
En la vida, la yuxtaposición suele obedecer también a algún criterio unitario. Los frascos de especias, en el supermercado, aparecen unos al lado de los otros y ordenados por orden alfabético. Especias y alfabeto, tales son sus puntos de articulación. Un Corte Inglés en el que los calcetines aparecieran mezclados con los hígados de pollo sería un Corte Ingles desquiciado. No existe de momento esa clase de Carrefour, pero del mismo modo que hay matrimonios cuyos cónyuges aparecen unidos por coordinación o subordinación, los hay meramente yuxtapuestos en el peor sentido de la palabra. Están juntos, sí, pero como podrían estar juntos un alicate y un rodaballo. No hay vínculo secreto que los articule, para alcanzar ese grado de unidad mínimo que les permita disfrutar, no sé, de ir del brazo al cine.
Viene todo esto a cuento de nuestros ministros. Los miembros de un Gobierno deberían estar unidos fundamentalmente por relaciones de coordinación. Coordinar, según el diccionario, significa, de un lado, disponer las cosas metódicamente y, de otro, concertar medios, esfuerzos, etc. para una acción común. Cuando decimos “Ministerio de Economía y Hacienda”, por ejemplo, estamos simbolizando con esa “y” copulativa los intereses que unen ambos departamentos. Ahora no lo decimos porque los ministerios de Economía y Hacienda aparecen yuxtapuestos. Están colocados el uno al lado del otro, sí, pero con la misma eficacia que en un supermercado loco venderían las máquinas de cortar césped en la misma sección que el menaje de cama. De hecho, Montoro y Guindos son lo más parecido a uno de esos matrimonios ya citados cuyos cónyuges están juntos por una equivocación del reponedor de mercancías.
Economía y Hacienda metaforizan la relación gramatical existente entre el resto de los departamentos. Uno sigue con paciencia infinita las declaraciones de unos y de otros en busca de una sintaxis conocida y no halla más que un conjunto de personas yuxtapuestas sin otra intención que la de hacer bulto y aguantar en el puesto, que debe de ser una bicoca. Imaginamos las reuniones del Consejo de Ministros como una suerte de cajón de sastre donde Industria y Cultura y Fomento e Interior, por citar solo unos pocos departamentos, conviven en una suerte de sálvese quien pueda al modo en que una nevera rota y una mesilla de noche desencolada conviven en un guardamuebles, sin otro criterio que el de ocupar el menor espacio posible. Los ministros del Gobierno ocupan poco espacio, pero ni siquiera esas apreturas a las que les obliga el pánico sirven para coordinar o subordinar, solo para yuxtaponer, aunque no, por desgracia, en el sentido gramatical del término. Una relación imposible.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Léase antes de gobernar


Filósofos, politólogos e historiadores escogen obras para el liderazgo ideal


T. CONSTENLA / J. R. MARCOS  -  Madrid 


EL PAÍS  -  Cultura - 29-12-2011




Retrato de Maquiavelo, autor de El príncipe y Discursos sobre Livio, de Santi di Tito.-
Lejanos ya los tiempos en que Baltasar Gracián consagraba El político a mayor gloria de Fernando el Católico y Maquiavelo dedicaba El príncipe al Duque de Urbino, los políticos actuales no parecen tener quien les escriba, más allá, eso sí, de plúmbeos informes, dudosos discursos y puede que hasta autobiografías complacientes. No falta sin embargo quien acceda a recomendarles lecturas para el buen gobierno. Clásicos para comprobar que la política es tan vieja como la misma polis. Economistas laureados para pensar la crisis lejos de las consignas aprendidas. Historiadores con consejos para no repetir los mismos errores del pasado.
- Isabel Burdiel, Premio Nacional de Historia. "Le recomendaría a un hipotético líder, y a la ciudadanía, que leyesen un libro extraordinariamente útil para entender la historia reciente y el presente: Algo va mal, de Tony Judt. Tampoco vendría mal leer las columnas periodísticas de dos Premios Nobel de Economía, que tienen entre otras ventajas su claridad expositiva: Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Se puede estar o no de acuerdo, pero sus argumentos sobre la crisis actual, su génesis y las medidas a tomar merecen ser sopesados".

- Darío Villanueva, secretario de la RAE. "Pienso en dos, aún a riesgo de que ya se hayan leído: Pensar Europa, de Edgar Morin, y Los cimientos de Europa, del que fuera mi maestro en la Universidad, Enrique Moreno Báez. Este es más raro: lo publicó Taurus en 1971 y lo reeditamos póstumamente en 1996, con algunos capítulos inéditos. Los dos libros se complementan. Bien está la Europa del euro y el mercado común, pero también la de la cultura, las ideas, las lenguas, la ciencia, el arte, las literaturas y las Universidades".

- Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea. "No es difícil recomendar libros a los políticos que no leen, que tienen a alguien que lee para ellos. Uno sería en inglés, para que el presidente fuera familiarizándose con un idioma que tendrá que utilizar. Fue compilado en 1997 por un conocido historiador, Mark Mazower, y se titula The policing of politics in the Twentieth Century. Es una buena guía para saber cómo políticos no tan lejanos tuvieron que abordar los conflictos, controlar las resistencias, convivir con dictaduras o democracias. Todo historia, pero muy actual. Quizás el segundo lo haya leído ya: La fiesta del chivo, de Vargas Llosa. Si no quiere volver a leerlo, uno más clásico, que nunca cansa: A sangre fría, de Truman Capote. Si ha leído los dos, pasaría el examen".

- Francisco Rico, miembro de la RAE. "Obviamente, Maquiavelo, pero Discursos sobre Livio mejor que El príncipe; Gracián, pero Oráculo manual mejor que El político; yCervantes, pero mejor Pedro de Urdemalas que los consejos de don Quijote al gobernador Sancho Panza. Todos son espejos de conductas políticas".

- Victoria Camps, catedrática de Ética. "Algo va mal, de Tony Judt, un diagnóstico de la errónea forma de vivir de nuestro tiempo; y La société des égaux, de Pierre Rosanvallon, certera explicación de los factores que han engendrado las grandes desigualdades, y propuesta de una nueva filosofía de la igualdad. Si no sirve porque no hay traducción española, puede ser Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, de Martha Nussbaum".

- Reyes Mate, investigador del CSIC. "Discurso de la servidumbre voluntaria, de De la Boëtie, publicado en 1576. El autor medita sobre el enigma de la política: ¿por qué los de abajo se empeñan en someterse a los poderosos como si en ello estuviera su salvación? Pueden incluso rebelarse contra unos y a la vez esclavizarse a otros. La política es noble porque no se aprovecha de esa querencia por el pan y se esfuerza en seguir el camino de la libertad. Y luego el diálogo platónico Protágoras, versión política del mito de Prometeo. Este enseña el arte del fuego a los humanos para defenderse de las fieras. Como estos usan las armas para matarse entre ellos, los dioses mandan a Hermes con los dones del "sentido moral y la justicia" a fin de que el hombre aprenda "el uso político del poder". Y el cuento de Dich Whittington, El traje nuevo del emperador, ya que el poder produce cargos con tendencia a la adulación que se afanan en tapar las miserias del superior con discursos tan impotentes como el traje del emperador. Mucho me temo que para el ciudadano adulto, como para el niño del cuento, el rey va desnudo".

- Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía moral y política de la UNED.

"¿Lecturas para un político español? En París más de una vez me he encontrado a Dominique de Villepin comprando libros. En España jamás he visto a un político en una librería. Será que no voy a las buenas. Un gobernante no tiene más obligaciones lectoras que cualquier persona con cierta formación, pero a veces no se llega ni a eso. Parece que la lectura es perjudicial para la salud, pero a todo político español le vendría bien leer Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, de José Álvarez Junco, para entender las raíces del país. O Isabel II. Una biografía, a cargo de Isabel Burdiel. Por mi oficio, tal vez debería recomendar a algún filósofo, pero no sé si tengo ánimo para pedirle a un gobernante que se atreva con la Fenomenología del espíritu, de Hegel.





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