El escritor publica su «Obra poética completa», compendio de cuarenta y cinco años de trabajo
ABC - MANUEL DE LA FUENTE / MADRID
Día 24/02/2011
Quizá muy pronto sólo sea cosa del pasado, de un pretérito que a este paso se va antojar pretérito perfecto, pero a los 65 años llegaba la hora del retiro, del descanso. Esos son exactamente los años que acaba de cumplir Antonio Colinas hace menos de un mes. Pero ni entonces ni ahora, el poeta se jubila, el poeta sigue a pie de obra, a pie de su «Obra poética completa» que el autor de «Sepulcro en Tarquinia» publica en estos días en Siruela, resumen, como él dice de «casi 45 años de poesía vivida, de vida ensoñada, de fidelidad a una voz, a una vocación».
—«Los tiempos están cambiando» nos dejó dicho (o mejor, cantado) Bob Dylan. ¿Desde que usted escribía sus primeros versos, cree que la poesía ha cambiado mucho?
—Creo que sí, aunque llevamos cinco o seis años que la nueva poesía parece haber recuperado de nuevo su libertad expresiva y temática: se vuelve a lo metafísico, regresa la cultura de sentido vivificador (la meramente «culturalista»no me interesa hoy), regresan otras sensibilidades, el poema se intensifica y es menos plano. Respecto a los cambios dentro de mi obra, basta con apreciar la diferencia que media entre un libro como «Preludios a una noche total» y «Truenos y flautas en un templo» o «Sepulcro en Tarquinia», entre «Noche más allá de la noche» y «Libro de la mansedumbre». No hay un solo Antonio Colinas, como a veces se afirma en función del gusto de cada lector, sino ese ir «paso a paso» en el tiempo, como dijo María Zambrano de mi obra. Cada uno de mis libros tienen una justificación plena.
—¿Y la «inmensa minoría» de los lectores de poesía ha cambiado?
—Es obvio que hoy se edita más poesía y que también se lee más. Esto en principio es bueno, pero esa «inmensa minoría» está sometida hoy a otras amenazas, como la de un predominio invasivo de la imagen o de los nuevos medios. Existe el riesgo de que el poeta se olvide de la palabra poética, de ese momento del escritor en la soledad de su cuarto frente a la página en blanco. Por eso a mí me gusta decir últimamente que, ante todo, ser poeta es una manera de ser y de estar en el mundo; siempre hay en la poesía una búsqueda de la palabra nueva, un mensaje a contracorriente.
—Al volver sobre los libros de hace años, ¿qué ha sentido indulgencia, cariño, orgullo, satisfacción?
Diría que sobre todo cariño. Como le dije antes, encuentro justificación para esos 16 libros que he escrito, tenga cada uno de ellos más o menos valor. Escribirlos ha sido un proceso muy unido a mi vida, aunque no siempre el poema refleja la vida; el poema metamorfosea la realidad, la enriquece y trasciende. Por eso me reconozco en el sentir y en el pensar de mis libros, pero a la vez en ellos se da una transformación, que procuro sea fértil, de la realidad.
—«Lo que permanece lo dictan los poetas», recuerda usted a Holderlin. Aunque quizá el propio autor no sea la persona más indicada, ¿qué cree usted que ha fundado dentro de nuestra lírica, de nuestra cultura?
Comprendo muy bien la afirmación de Hölderlin. Antonio Machado nos lo dijo de otra manera: poesía debía ser ante todo «palabra en el tiempo»; es decir, palabra no sólo de hoy sino también del ayer y del mañana. La poesía verdadera está traspasada de intemporalidad. Como digo en uno de mis poemas, el verso debe ser «esa roca que vence a toda muerte». He hecho por ello lo posible porque mi poesía estuviese en esta linea de intemporalidad, pero sin renunciar a lo que yo llamo la realidad-realidad, al testimonio, que madura de una manera ahondadora en mi largo poema «La tumba negra». He apostado porque nuestra poesía tuviese una nueva sensibilidad, un nuevo lenguaje, pero eso sí siendo fiel en todo momento a mi propia voz. Creo que ésta se puede apreciar allá donde se abra cualquiera de las 965 páginas de este volumen.
—Ritmo, emoción, sentimiento, conocimiento...¿cuáles son para usted los colores con los que a su juicio se debe pintar un poema?
—Por supuesto comparto los cuatro. El ritmo del verso para mí es esencial, lo prioritario. De ahí también el sentido órfico, musical de mis poemas. En todo momento el lector debe distinguir lo que es un poema de lo que, engañosamente, sólo puede ser prosa cortada en trozos que simulan versos. Por eso el ritmo es lo prioritario. Luego, pienso que el poema ideal es aquel en el cual el poeta siente y piensa en igual medida. Sin pensamiento no habría gran poesía, de Fray Luis de León a Hölderlin, de Dante a Leopardi. Pero la emoción es también primordial en el poema. Cuando leemos un poema algo se debe “revolver” en nuestro interior. No hay poema sin conmoción.
—«Alguien nos dicta el primer verso», escribe. ¿Así que existen las musas, la inspiración, no todo es trabajo?
—Es una idea sugestiva. Desconfío de la palabra «inspiración», pero en mí el primer verso surge de un misterioso estado de equilibrio. Alguien nos regala ese primer verso y nosotros después continuamos el poema. Ya he contado un par de experiencias al respecto: cómo nació ese primer verso de mi poema «La tumba negra»tras visitar la tumba de Bach en Leipzig, o cómo después de tres años de silencio brota el primer verso de mi libro «Tiempo y abismo» al día siguiente del funeral de mi padre. Sí, hay ese misterio inicial, pero luego viene el trabajo.
—En tiempos de crisis, la poesía un bálsamo o una bandera
—Un bálsamo sobre todo. Últimamente también he escrito que la poesía puede sanar y salvar un poco al que la escribe y al que la lee. Sobre el poder sanador de las artes en general ya ha hablado sobradamente la psicología profunda. Comprendo que hay tantas Poéticas como poetas, pero en mí la poesía fluye de y hacia esa idea de «armonía» que he dejado fijada en mis «Tres tratados de armonía»; una armonía que viene, eso sí, después de la prueba, de la dificultad. La armonía no es un estado de escapismo o de ataraxia.
—Cultura, siempre sinónimo de vida.
—Por supuesto. La experiencia de ser y la experiencia de crear van para mí profundamente unidas. De ahí que el proceso de la escritura nos recuerde mucho lo que Jung reconocía como «proceso de individuación», es decir, aquel que nos lleva a cada uno a ser en la vida lo que debemos y tenemos que ser. No comprendo cómo se puede alzar un muro entre vida y obra. La poesía es consustancial a la vida, lo que sucede es que hoy hemos tendido a “intelectualizarla” en exceso. No es posible un mundo sin poesía; ese día el ser humano sería otra cosa que humano.
—Acabo de teclear Antonio Colinas en Google. Aparte de su web, me aparecen 59.500 resultados de búsqueda. ¿Esto le asusta, le emociona? La poesía será minoritaria, pero en la red funciona bastante bien.
—Esto que usted me dice me lleva a lo que yo llamo «sintonía con el lector anónimo o secreto». A mi entender, no hay satifacción mayor para el escritor que la sintonía con ese lector que no tiene poder, que no decide, que no influye, pero que en China o en México ha entrado en comunicación con nuestros poemas. Esa comunicación, sí, es un factor que internet ha facilitado. Es asombroso siempre la universalidad del fenómeno poético. Él también nos permite seguir teniendo esperanza en este mundo.
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