JORDI GRACIA 27/08/2011 El País
En Carlos Fuentes no ha desmayado nunca ni el analista ni el cronista de la actualidad política y desde muy antiguo el novelista ha coexistido con el lector de literatura y novela, particularmente latinoamericana. Este volumen tiene algo de recapitulación y de regreso a viejas lecturas centrales del autor y también de los múltiples seguidores de literatura en español. Quizá incluso algún afortunado lector reconozca en lo que es una imprecisa primera parte (hasta la página 300, más o menos) los materiales de algún curso universitario, aunque no se indica en el texto: da igual, porque en todo caso el tono y el formato tiende a ser el de un curso de novela latinoamericana escrito con la fluidez, la amenidad y la ausencia de los habituales enredos gremiales y verbales.
La segunda parte está más cerca de la reunión de reseñas y artículos breves sobre la narrativa más reciente -es decir, en torno a los últimos cuarenta años- y pierde también algo de la personalidad lectora que exhibe Fuentes en la primera, cuando se concentra en una sola novela o un solo autor por extenso, con originalidad, con incursiones frecuentes y jugosas en su autobiografía civil y cede incluso a la confidencia lujosa: su determinación de no conocer a Borges personalmente para preservar "la sensación prístina de leerlo como escritor", la felicidad de conocer a un desarmante Juan Carlos Onetti o las múltiples alusiones a Alfonso Reyes que aparecen en el texto (aunque algún último lector del manuscrito en la editorial debió advertir las repeticiones de anécdotas y hasta frases divertidas, como la de Philip Roth).
El análisis tiene un eje teórico fuerte que se desdibuja en el curso mismo de la lectura, pero está ahí con voluntad de tesis: "Imaginar América, contar el Nuevo Mundo, no sólo como extensión sino como historia. Decir que el mundo no ha terminado porque es no sólo un espacio limitado, sino un tiempo sin límite. La creación de esa cronotopía -tiempo y espacio- americana ha sido lo propio" de esa narrativa. Por razones muy distintas son particularmente brillantes el capítulo sobre Machado de Assis y su Brás Cubas, el de Juan Rulfo y Pedro Páramo -"misteriosa, mística, musitante, murmurante, mugiente y muda"- o la Rayuela de Cortázar enfocada desde las armas de la ironía, el humor y la imaginación porque "fueron, son y serán las del erasmismo en el contrapunto mítico, épico y utópico de la tradición hispanoamericana".
El eje de fondo de las 150 páginas finales está en la voluntad de reconectar la invención nueva con la tradición a través de capítulos y subcapítulos: agrupa en uno la obra de mujeres y otro poco convincente se ocupa del grupo del crack -Volpi, Padilla, Urroz...-, al que acepta llamar así, quizá como desembocadura de la ruta del boom al búmerang: el primero "trajo un humor a contrapelo, implícito, enmascarado, irónico (...), pero sólo el búmerang salió a carcajada limpia por los fueros de la comedia". A la cabeza se viene Bryce Echenique, que lamentablemente apenas sale, pero la alusión quiere valer para buena parte de los posteriores a la sagrada familia (para entendernos). En todo caso, los análisis que allí comparecen van desde alguien que es poco nuevo y muy bueno, como Ricardo Piglia y Blanco nocturno, hasta uno que siendo nuevo tiene una obra ya rotunda, como Juan Gabriel Vásquez. De la "ficción argentina" afirma que es "la más rica de Hispanoamérica", y pese a eso apenas se menciona de pasada a Ernesto Sábato -como si siguiese descolocado en su infierno- y puede que haya alguna lógica implícita en la ausencia de un Manuel Puig, o la mucho más llamativa y extraña del chileno Roberto Bolaño.
No debería dejar fuera autores como Manuel Puig o Roberto Bolaño.
ResponderEliminar