sábado, 7 de abril de 2012

Don de lenguas





Por seguir con las lenguas, qué gran tranquilidad que el español sea  una lengua anacional, o postnacional, y que los ciudadanos españoles seamos una minoría entre sus hablantes. Es un alivio, aunque también un disgusto, supongo, para nacionalistas españoles y antiespañoles por igual. Una inmensa mayoría de los que hablan la lengua no tiene nada que ver con España, ni para bien ni para mal. El español no es ni la esencia de la patria, porque se habla en muchas patrias distintas, ni la lengua de los ceñudos invasores de Madrid, o la de las criadas, como dicen en ciertos sitios para hacerla de menos. Francia tiene una relación más llena de ansiedad identitaria con su idioma. Pero el español está tan desprendido de España como el inglés lo está de Inglaterra. Eso favorece, si tenemos buena voluntad, que sintamos tan nuestros el gallego, el euskera o el catalán. Y también que los beneficios económicos de la amplitud de la lengua sean ajenos a cualquier particularismo político: probablemente donde más puestos de trabajo crea la industria del libro en español sea en Cataluña.

Tan absurdo como la hostilidad hacia la lengua me parece el optimismo estadístico al que son tan aficionadas las autoridades en sus discursos. ¡Somos 400 millones, 500 millones! ¿Somos? ¿Y qué? Esas cifras no significan nada si no se corresponden con una pujanza educativa, cultural, económica: en el fondo, con el progreso y la justicia. No me siento particularmente orgulloso de que mi lengua nativa sea el español: es una casualidad, no un mérito. El mérito estará en cualquier caso en el modo en que se use el idioma, que nunca es un logro solitario, porque nada hay más común que las palabras diarias. No creo que ninguna lengua sea por sí misma superior a otra. Todas contienen la capacidad magnífica de nombrar todas las cosas del mundo, todos los matices de la emoción y de la experiencia. Y cada una lo hace con un carácter único, con sabores singulares en cada palabra, en giros inesperados que solo revelan su plena poesía a quien no está acostumbrado a ellos.

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