Si corrupción y pillería son un tema de actualidad, las reflexiones sobre el hecho pueden abarcar infinitos puntos de vista. En tanto que escritor, mi punto de vista es literario. Y no dudo de que «todavía hay gente que lee», que conoce y se recrea con los clásicos, y puede que estas reflexiones les diviertan un tanto. Porque mi intención es no darle a nadie una clase de literatura, sino especular sobre los testimonios artísticos y literarios que versan sobre la «canallería» ambiental, fabricante y troqueladora de pillos y de sinvergüenzas. En este tiempo, antaño, en España, fuera de España, en el mundo entero…
Pero ¡ah! No hay duda de que la literatura española ha creado la «Novela picaresca» y un prototipo de resonancia universal: el Pícaro. A la española, claro está. Hay pícaros a la rusa, a la japonesa, a la irlandesa… El pícaro existe desde el Neanderthal. Pero la rara cualidad del pillo literario es que siempre cae «simpático», por su malicia y su adversidad en contraposición. El modelo español es magistral: primero El Lazarillo, luego El Buscón. La Academia acaba de editar El Buscón, como base de una biblioteca de clásicos, tan sabrosamente comentada, como sólidamente encuadernada.
Por enésima vez, lo he vuelto a leer, y es lo que me ha suscitado estas reflexiones. La grandeza paradigmática que adquiere el pillo español. Era necesario que la pillería fuera tan extrema y tan evidente – como hoy mismo lo es– para que fuese posible ese alarde de «justicia artística y social», que significa para el mundo dicha «novela picaresca».
En El Buscón podemos percibir claramente cómo en el clima de valores y jerarquías reinantes en la España de entonces se puede fraguar un sinvergüenza orgulloso de su encanallamiento, que se considera el perfecto modelo del hombre maltratado por la fortuna.
Si nos lanzásemos al comparatismo, también el clima actual y local produce pillos, igualmente merecedores de algún monumento literario, a la manera de El Buscón. Claro está, bajo diferentes valores y jerarquías, reinantes en la España de ahora. Y el Arte siempre refleja la verdad, el Arte es el paradigma de la libertad de expresión, y ya pueden sobrevenir toda clase de recortes económicos, que no lograrán «recortarnos la lengua». Para eso la tenemos, para reflejar a menudo esa verdad.
Visto está que, en el mundo del Arte, todo cobra una fuerza expresiva que nos seduce, y en «El Buscón» planea una sátira expresionista que nos hace vivir en un mundo entreverado de crueldad, egoísmo, presunción, mentira, locura y muerte, como el espejo cóncavo que recoge todo el panorama en un puño. Así lo concentra esta obra maestra. Y así lo vemos de claro, como si nos asomáramos al túnel del tiempo, gracias a Quevedo que, además, fue el lírico más eminente de su tiempo.
Ahora contamos con este precioso juguete, que es un retrovisor de nuestro pasado picaresco. Hay más diversión que hacer un crucero peligroso, que nos recuerde al legendario «Titanic». Se nos presentan tipos paradigmáticos y fascinantes, Como el dómine Cabra, que tanto «recorta» en beneficio propio, tal que la gran Banca actual. Los maltratados pupilos están a punto de perecer. Nos asaltan las similitudes. Y los tipos extraordinarios, que mueven a la risa y al estremecimiento, no cesan de aparecer: La noche memorable y de autentica pesadilla en casa del tío, verdugo segoviano. Sin esta escena, nunca hubiera existido Valle-Inclán. Ni tampoco sin el pasaje del galanteo místico con monjas.
La Religión siempre ha guardado secretos eróticos, un tanto complejos. Pero también las altas jerarquías se corrompen en todo tiempo. En unos más que en otros, pero comprendamos que, en el ambiente real de cada sociedad, la gallina que pone el huevo de la corrupción ambiental es demasiado prolífica. Puede llegarse a respirar en la corrupción como la cosa más natural.
Comparen y diviértanse con El Buscón y no se arrepentirán.
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