domingo, 18 de septiembre de 2011

Oda a Walt Whitman - Federico García Lorca

Como sabéis, con este título se crearon dos poemas: este, de García Lorca, y uno de Pablo Neruda, que más adelante publicaré, en homenaje al gran poeta norteamericano.
He encontrado en youtube unos vídeos bastante buenos sobre esta maravilla de Poeta en Nueva York, que espero que os gusten.


Musicalizado por Patxi Andion en el disco homenaje al poeta.




Este video forma parte de la colección de videos del REPERTORIO POÉTICO que GENTE DE TEATRO programa regularmente en Barcelona dentro de los recitales A GOLPES DE VOZ.



Voz: Laura Castanedo


Àngel Igelmo recitant «Oda a Walt Whitman» de Federico García Lorca, durant la presentació del poemari «Bebop!» de Nando Barandiariaín a la Llibreria Lluna de Palma, el passat 28 de desembre de 2010. El poema está recitado en castellano (y muy bien), como corresponde.



Mientras la orquesta interpretaba los acordes de "Campesina", Joan Manuel recitó unos versos de Walt Whitman









Oda a Walt Whitman




Por el East River y el Bronx


los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,


con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.


Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas


y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.






Pero ninguno se dormía,


ninguno quería ser el río,


ninguno amaba las hojas grandes,


ninguno la lengua azul de la playa.






Por el East River y el Queensborough


los muchachos luchaban con la industria,


y los judíos vendían al fauno del río


la rosa de la circuncisión


y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados


manadas de bisontes empujadas por el viento.






Pero ninguno se detenía,


ninguno quería ser nube,


ninguno buscaba los helechos


ni la rueda amarilla del tamboril.






Cuando la luna salga


las poleas rodarán para tumbar el cielo;


un límite de agujas cercará la memoria


y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.






Nueva York de cieno,


Nueva York de alambres y de muerte.


¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?


¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?


¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?






Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,


he dejado de ver tu barba llena de mariposas,


ni tus hombros de pana gastados por la luna,


ni tus muslos de Apolo virginal,


ni tu voz como una columna de ceniza;


anciano hermoso como la niebla


que gemías igual que un pájaro


con el sexo atravesado por una aguja,


enemigo del sátiro,


enemigo de la vid


y amante de los cuerpos bajo la burda tela.


Ni un solo momento, hermosura viril


que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,


soñabas ser un río y dormir como un río


con aquel camarada que pondría en tu pecho


un pequeño dolor de ignorante leopardo.






Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,


hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,


porque por las azoteas,


agrupados en los bares,


saliendo en racimos de las alcantarillas,


temblando entre las piernas de los chauffeurs


o girando en las plataformas del ajenjo,


los maricas, Walt Whitman, te soñaban.






¡También ese! ¡También! Y se despeñan


sobre tu barba luminosa y casta,


rubios del norte, negros de la arena,


muchedumbres de gritos y ademanes,


como gatos y como las serpientes,


los maricas, Walt Whitman, los maricas


turbios de lágrimas, carne para fusta,


bota o mordisco de los domadores.






¡También ése! ¡También! Dedos teñidos


apuntan a la orilla de tu sueño


cuando el amigo come tu manzana


con un leve sabor de gasolina


y el sol canta por los ombligos


de los muchachos que juegan bajo los puentes.






Pero tú no buscabas los ojos arañados,


ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,


ni la saliva helada,


ni las curvas heridas como panza de sapo


que llevan los maricas en coches y terrazas


mientras la luna los azota por las esquinas del terror.






Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,


toro y sueño que junte la rueda con el alga,


padre de tu agonía, camelia de tu muerte,


y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.






Porque es justo que el hombre no busque su deleite


en la selva de sangre de la mañana próxima.


El cielo tiene playas donde evitar la vida


y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.






Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.


Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.


Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,


la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,


los ricos dan a sus queridas


pequeños moribundos iluminados,


y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.






Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo


por vena de coral o celeste desnudo.


Mañana los amores serán rocas y el Tiempo


una brisa que viene dormida por las ramas.






Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,


contra el niño que escribe


nombre de niña en su almohada,


ni contra el muchacho que se viste de novia


en la oscuridad del ropero,


ni contra los solitarios de los casinos


que beben con asco el agua de la prostitución,


ni contra los hombres de mirada verde


que aman al hombre y queman sus labios en silencio.


Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,


de carne tumefacta y pensamiento inmundo,


madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño


del Amor que reparte coronas de alegría.






Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos


gotas de sucia muerte con amargo veneno.


Contra vosotros siempre,


Faeries de Norteamérica,


Pájaros de la Habana,


Jotos de Méjico,


Sarasas de Cádiz,


Apios de Sevilla,


Cancos de Madrid,


Floras de Alicante,


Adelaidas de Portugal.






¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!


Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,


abiertos en las plazas con fiebre de abanico


o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.






¡No haya cuartel! La muerte


mana de vuestros ojos


y agrupa flores grises en la orilla del cieno.


¡No haya cuartel! ¡Alerta!


Que los confundidos, los puros,


los clásicos, los señalados, los suplicantes


os cierren las puertas de la bacanal.






Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson


con la barba hacia el polo y las manos abiertas.


Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando


camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.


Duerme, no queda nada.


Una danza de muros agita las praderas


y América se anega de máquinas y llanto.


Quiero que el aire fuerte de la noche más honda


quite flores y letras del arco donde duermes


y un niño negro anuncie a los blancos del oro


la llegada del reino de la espiga.

1 comentario:

  1. El testimonio de Serrat, aunque no tenga nada que ver con la Oda a W. W., es genial. Va a lo suyo; es decir, la poesía.

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