23 agosto, 2010 - 11:47
Durante años busqué Atlantic City, la película de Louis Malle, no sólo porque me gustó mucho cuando la vi, sino porque quería recuperar para mi memoria una frase que decía ahí Burt Lancaster que me parecía espléndida en cuanto a nostalgia en general y en cuanto a melancolía a secas. Finalmente, me la dejaron, porque no pude encontrarla en ningún sitio, ni la ponían en los canales clásicos, y ya pude verla, ante el Atlántico, precisamente, en El Médano. En mi recuerdo, esa frase que buscaba estaba al final de la película; según ese recuerdo, que ahora ha resultado torcido, Burt Lancaster miraba hacia el océano, lo único verdaderamente bello de aquella ciudad decrépita, y le decía esa frase que yo busqué tantas veces a un joven cuyas facciones se me habían desdibujado. Viendo la película advertí la realidad: Burt Lancaster no habla frente al océano, sino de espaldas al mar, y el joven que le escucha es un personaje que se dedica al tráfico de drogas, en el que trata de implicar (y lo logra) al anciano ex jugador en Las Vegas. Y lo que dice Burt Lancaster, que en el filme se llama Leo, está en la mitad de la película, y es esto:
--El Atlántico era otra cosa... Sí, tenías que haber visto el Atlántico en aquellos tiempos.
Luego siguen caminando. Más tarde, un limpiabotas que ejerce de cuidador de unos baños en Atlantic City, le recuerda pasajes de la vida común a Leo, su amigo, y éste le espeta:
--Vives demasiado en el pasado.
A lo que replica el limpiabotas:
--Sí, ¡pero qué tiempos!
Por esas dos intervenciones perseguí la película, y al fin tengo las frases. Atlantic City es sobre el paso del tiempo; nada representa mejor el tiempo (su eternidad y también su variedad, su lujuriosa nostalgia) que el mar, pero sobre todo el océano, este que baña la costa en la que vivo. Y esas dos invocaciones de Burt Lancaster (y su amigo el limpiabotas) se quedan incrustadas entre lo mejor que he escuchado acerca de ese símbolo de la vitalidad y la decrepitud que el mar simboliza. El mismo mar, en este caso, que estoy viendo ahora, tan enorme y tan diverso. Mientras lo miraba me llamó Manuel Gutiérrez Aragón, el cineasta y novelista; me llamaba desde La Toja, tierra de tantas melancolías; sobre este mismo mar, el Atlántico gallego, caía una tromba de agua. No sé qué sucederá en Atlantic City, pero sobre este mar cuyo sonido me ampara ahora mientras escribo un sol lechoso y definitivo cubre de blanco brillante la superficie de las olas. Una brisa violenta lo hace reverberar como una ola infinita.
No sé cómo sería hace tantos años. O sí lo sé, pero ahora no tengo más tiempo que el que he tenido.
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