La agente dona al Cervantes un legado que se abrirá en 2012
JUAN CRUZ - Madrid
El escritor se llamaba Aliocha Coll; pocos lo recuerdan ya, porque fue de obra singular y efímera, conoció en vida tan solo dos libros publicados. Acosado por una vida que no le gustaba, abrumado por el amor pero también por la extrañeza de seguir viviendo, se suicidó cuando tenía 42 años. Nació en 1948. Desde ayer, algunos retazos de su pasión literaria se guardan en una caja fuerte de la sede del Instituto Cervantes. Balcells, instada por Caffarel a unirse a grandes de la cultura, como Caballero Bonald, Berlanga o Marsé, optó por donar textos de Coll. Acudió al Cervantes rodeada de los parientes de Coll; en sus manos tenía la única obra narrativa que el escritor vio editada en vida, Vitam Securi Saecula, que publicó en 1982 la Alfaguara que dirigía Jaime Salinas. En la caja número 1.569, que es donde ha quedado guardado lo que llevó con tanto celo la agente literaria, hay traducciones que hizo Aliocha de Malraux y Shakespeare. Estas cajas se abren, por deseo de sus donantes, al cabo de decenios. Pero el contenido de lo que dejó Carmen Balcells se sabrá dentro de un año. ¿Por qué? Se sabrá dentro de un año. "Los amores no cuentan"
Tenía en sus manos también Carmen Balcells un texto dramático, Títeres, que Aliocha Coll hizo con dibujos del amor de su vida, la pintora Lysiane Luong, la hija de un gran cocinero chino a la que Coll encontró en París cuando terminaba los estudios de medicina. Títeres fue publicado por la propia Balcells en 1984. "Los amores no cuentan, pero se puede morir de amor", dijo Carmen Balcells antes de hablar de Coll, de su vida, del misterio feraz de su literatura. Sus amigos de entonces, según recoge Javier Marías, que lo conoció y lo distinguió con un afecto literario y personal mutuo, decían que antes de quitarse la vida "se hallaba eufórico, pese a que su situación personal no era fácil en los últimos años, circundado por la enfermedad, las de sus parientes y la de alguien muy próximo". Murió y entró en la nebulosa de la mitología de aquellos autores que necesitaban (y necesitan), dijo la Balcells, del impulso que tuvo alguien como James Joyce, cuya literatura extraña solo se abrió paso gracias a la generosidad de los lectores. A ellos apeló ahora su agente. Su testamento literario se conocerá en 12 meses. Mientras tanto ella ha dejado flotando, otra vez, la presencia extraña de este autor extraordinario (en el sentido literal de la palabra) que, como recuerda Marías, fue un gran traductor de Marlowe y viajaba en avión leyendo a Ovidio en latín. Ahora Carmen Balcells ha hecho, en el subsuelo del Cervantes, el milagro de ponerlo otra vez en el mapa de los escritores raros.
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