martes, 8 de marzo de 2011

El bautizo de un perro (fragmento de La ciudad y los perros)


El colegio militar es una institución a la que acceden diversos muchachos para estudiar los tres últimos cursos de secundaria. En ella se somete a los alumnos a un ambiente violento y sórdido. Los de cuarto curso realizan un cruel bautizo o rito de iniciación a los nuevos estudiantes. Así se describe el del tímido Ricardo Arana, el Esclavo:





–¿Usted es un perro (1) o un ser humano? –preguntó la voz.
–Un perro, mi cadete.
–Entonces, ¿qué hace de pie? Los perros andan a cuatro patas.
Él se inclinó, al asentar las manos en el suelo, surgió el ardor en los brazos, muy intenso. Sus ojos descubrieron junto a él a otro muchacho, también a gatas.
–Bueno –dijo la voz–. Cuando dos perros se encuentran en la calle, ¿qué hacen? Responda, cadete. A usted le hablo. El Esclavo recibió un puntapié en el trasero y al instante contestó:
–No sé, mi cadete.
–Pelean –dijo la voz–. Ladran y se lanzan uno encima del otro. Y se muerden.
El Esclavo no recuerda la cara del muchacho que fue bautizado con él. Debía ser de una de las últimas secciones porque era pequeño. Estaba con el rostro desfigurado por el miedo y, apenas calló la voz, se vino contra él, ladrando y echando espuma por la boca, y, de pronto, el Esclavo sintió en el hombro un mordisco de perro rabioso y entonces todo su cuerpo reaccionó, y mientras ladraba y mordía, tenía la certeza de que su piel se había cubierto de una pelambre dura, que su boca era un hocico puntiagudo y que, sobre su lomo, su cola chasqueaba como un látigo. […]
Después lo volvieron a una cuadra de cuarto y tendió muchas camas y cantó y bailó sobre un ropero, imitó a artistas de cine, lustró varios pares de botines, barrió una loseta con la lengua, fornicó con una almohada, bebió orines, pero todo eso era un vértigo febril y de pronto él aparecía en su sección, echado en su litera pensando:
«Juro que me escaparé. Mañana mismo».






Algunos jóvenes forman el Círculo, un grupo que decide vengarse de los estudiantes de cuarto. Está liderado por el Jaguar, un brutal muchacho que planea duros ataques contra sus opositores y que pronto incita también a la violencia a sus propios compañeros. Ricardo Arana, el único que se mantiene al margen, lo empuja involuntariamente y recibe una brutal paliza. Desde ese momento será continuamente humillado por los demás cadetes:





«Perdón, Jaguar, fue de casualidad que te empujé, juro que fue casual (2)». «Lo que no debió hacer fue arrodillarse, eso no. Y, además, juntar las manos, parecía mi madre en las novenas, un chico en la iglesia recibiendo la primera comunión, parecía que el Jaguar era el obispo y él se estuviera confesando», «me acuerdo de eso» decía Rospigliosi, «y la carne se me escarapela, hombre».
El Jaguar estaba de pie, miraba con desprecio al muchacho arrodillado y todavía tenía el puño en alto como si fuera a dejarlo caer de nuevo sobre ese rostro lívido. Los demás no se movían. «Me das asco», dijo el Jaguar. «No tienes dignidad ni nada. Eres un esclavo.»


1 perro: término con el que los cadetes mayores se refieren a los novatos, estudiantes de tercer curso.
2 Esta primera frase la pronuncia Ricardo, pero después se aprecia la voz de varios narradores; de uno de los cadetes, Rospigliosi (cuyo discurso aparece entrecomillado), y un narrador omnisciente que termina el relato.

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