Con los nombres de persona extranjeros (y me refiero aquí a los nombres de pila) se constata una tendencia semejante a la de los nombres de ciudades extranjeras: cada vez se va imponiendo más la forma original.
Este es un campo en el que no existen normas rígidas, sino tan solo usos y convenciones. Tradicionalmente se traducían al castellano los nombres de pila de personalidades internacionales como escritores, filósofos, compositores, políticos, etc. Así, lo normal era hablar de Carlos Dickens, Manuel Kant, Juan Sebastián Bach, Teodoro Roosevelt, etc.
Sin embargo, hoy se mantiene casi siempre el nombre de pila original, con lo que los personajes anteriores vuelven a llamarse como les pusieron sus padres, o sea, Charles Dickens, Immanuel Kant, Johann Sebastian Bach y Theodor Roosevelt. Solo esquivan la traducción (y no siempre) algunos nombres que están ya muy asentados en nuestra tradición, como los de escritores célebres con los que todos hemos crecido. Estoy pensando, por ejemplo, en Alejandro Dumas y Julio Verne. Compruebo, eso sí, que las traducciones modernas de sus obras están divididas al respecto: algunas se mantienen fieles a la castellanización, mientras que otras se van atreviendo a introducir la forma francesa.
El único ámbito en el que mantiene su vitalidad la costumbre de castellanizar es el de los miembros de dinastías: reyes, príncipes, papas, patriarcas ortodoxos, etc. Así, hoy seguimos hablando de Isabel de Inglaterra (no Elizabeth), Alberto de Mónaco, Juan XXIII y Cirilo I. Nótese que incluso ha ocurrido que cuando un plebeyo se ha nobilizado, se le ha traducido el nombre: Grace Kelly se convirtió en Gracia de Mónaco al casarse con Rainiero III.
Sin embargo, la traducción de los nombres de cabezas coronadas no siempre está exenta de complicaciones. Cuando se creó papa al cardenal Ratzinger, este adoptó como nombre Benedictus XVI. Esto se hubiera tenido que traducir como Benito XVI (que es lo que se hizo en francés, lengua en la que se le denomina Benoît XVI). Sin embargo, teniendo en cuenta la tradición de otros papas que se habían llamado igual, se adoptó finalmente la forma Benedicto (aunque quizás influyeran en esto también razones de prestigio: Benito suena más popular, mientras que Benedicto parece transmitir mayor sensación de dignidad y gravedad).
E incluso hay nombres de monarcas que se mantienen tal cual, probablemente por la dificultad de encontrar un equivalente. Esto es lo que pasa con Harald de Noruega, con su hijo Haakon y con la princesa Mette Marit.
Todo esto forma parte, probablemente, de una tendencia más general en la lengua que tiene que ver con el mayor conocimiento de lenguas y culturas extranjeras gracias a factores como el acceso a la educación y a Internet, así como la popularización de los viajes al extranjero. Pero esto es solo una modesta reflexión que se me pasaba por la cabeza y quería compartir aquí.
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