domingo, 12 de agosto de 2012

"Las serranas" por Casilda Rodrigañez Bustos


       (Los archivos adjuntos con las poesías, están al final del texto)



      En nuestra literatura clásica son abundantes los romances, las serranillas, 
 y hasta las obras de teatro que tienen de protagonistas a las serranas,
a veces también llamadas ‘vaqueras’, porque criaban vacas (como las del Arcipreste de Hita
 de la zona de Segovia -archivo adjunto (1)- o la de la Finojosa del Marqués de Santillana
 -adjunto (2)-. Se trataba de mujeres que vivían ‘en despoblado’, es decir, en las sierras,
 en cuevas o en chozas.

    En las obras de teatro de Lope de Vega, de Velez de Guevara o de Tirso de Molina,
 la razón de la mujer de irse a vivir ‘a despoblado’ era el despecho originado por una felonía
sufrida de un hombre, despecho que las lleva a una actitud general contra los hombres
y a un deseo de venganza contra el otro sexo. Sus vidas en las sierras estaban dedicadas
 al bandolerismo, a atacar a hombres, robarles, zurrarles e incluso matarles.
Leonarda, La serrana de la Vera de Lope, era tan robusta como hermosa, manejaba armas,
 tiraba a la barra, regía caballos con las piernas mejor que un jinete con bocado, y tenía
 aficiones hombrunas… Leonarda al ser agredida y humillada por un hombre, se embravece
y hace el juramento de vivir siempre en despoblado, de aborrecer a los hombres/y de tratar 
con las fieras;/ de salir a los caminos/ y hacerles notable ofensa;/- de matar y herir tantos,/ 
que haya por aquestas cuestas/ tantas cruces como matas,/ tanta sangre como adelfas
     La serrana de la obra de Velez de Guevara, se llama Gila la serrana, y también por una
venganza jura no vivir más en poblado y matar a cuantos hombres encuentre. Cumpliendo
 su promesa, vive entre riscos, despeñando a todos cuantos se le acercan con la esperanza
 de disfrutar de sus favores.
     Baltasar Enciso, también escribe un auto sacramental La serrana de la Vera o la Montañesa
 (1618), y Lope vuelve a tocar el tema en Las dos bandoleras. Tirso de Molina aporta su obra
La condesa-bandolera o La ninfa del cielo, y existe otra atribuída a Calderón titulada
La bandolera de ItaliaLa enemiga de los hombres.
    (No he leído ninguna de estas obras de teatro, lo que aquí cito está recogido en la
enciclopedia Espasa, que da como fuente: Menéndez Pidal y M. Goiri de Menéndez Pidal,
Teatro Antiguo Español)
     Esta imagen de serrana salteadora y matahombres contrasta con la imagen que nos
da Góngora -adjunto 3- en su letrilla, que es una estampa bucólica de mujeres que bailan en corro.

En los pinares del Júcar
vi bailar unas serranas
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas;
no es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana;
serranas eran de Cuenca
(honor de aquella montaña)cuyo pie besan dos ríos,
por besar de ella las plantas.

Alegres corros tejían,
dándose las manos blancas
de amistad, quizá temiendo no la
truequen las mudanzas.
¡Qué bien bailan las serranas!
¡Qué bien bailan!
(Luis de Góngora y Argote)

    En una cantiga de Gil Vicente (adjunto 4) (que recogía canciones populares y las insertaba
 en sus obras de teatro) tenemos quizá la clave:

Dicen que me case yo
no quiero marido, no.
Mas quiero vivir segura
nesta sierra a mi soltura,
Que no estar a la ventura
Si casaré bien o no
Madre no seré casada
por no vivir vida cansada,
o quizá mal empleada
la gracia que Dios me dio.
No será ni es nacido
tal para ser mi marido;
y pues que tengo sabido
que la flor yo me la só,
dicen que me case yo
no quiero marido, no.    

En donde se muestra que vivir en ‘despoblado’ era una opción que tenían las mujeres,
 algo que estaba dentro de sus posibilidades, y que no era una reacción de odio y de venganza
 ante una mala pasada; lo cual no quiere decir que también a veces fuera así, y que si a una mujer
 le iban mal las cosas con el marido, entonces decidiera irse a vivir a la sierra. Sólo por dar a las
 mujeres una opción altenativa a la dominación machista, se entiende que las serranas fueran
 exterminadas. También se entiende que se hiciera el mito de la serrana salteadora y matahombres,
 para desfigurarlas.
    La letrilla de Góngora nos muestra también que no eran casos individuales, sino que había una
relación entre ellas (y además una relación lúdica), con lo cual se entiende lo que dice la mujer
de la cantiga de Gil Vicente que no quiere ser casada ‘por no vivir vida cansada’. El aspecto de la
 opción sexual también se cuenta: por no ver mal empleada la gracia que Dios me dio, a lo que luego
 añade que la flor yo me la só.
     Tampoco debe ser del todo cierta la imagen de las serranas ávidas por llevarse un hombre
a la cama, pues, por ejemplo, la vaquera de la Finojosa del Marqués de Santillana -que también
era una serrana como se desprende de lo que dice- le da esta respuesta a las insinuaciones del caballero:

Non es deseosa
de amar, ni lo espera
aquesa vaquera
de la Finojosa

    
    Lo mismo que otra serranilla de Gil Vicente, recogida por Dámaso Alonso (De los años oscuros 
al Siglo de Oro, ed. Gredos) :

La sierra es alta, fria y nevosa:
vi venir serrana gentil, graciosa.

Vi venir serrana gentil, graciosa.
Lleguéme hasta ella con gran cortesía.

Lleguéme hasta ella con gran cortesía.
Díjele: "Señora, ¿queréis compañía?"

Díjele: "Señora, ¿queréis compañía?"
Díjome: "Escudero, seguid vuestra vía"


     El relato del Arcipreste de Hita de sus encuentros con cuatro serranas vaqueras
(la Chata de Malangosto, Gadea de Riofrío, Menga Lloriente de Cornejo y Aldara de Tablada)
ofrece una gran cantidad de detalles concretos que permite hacernos una idea, sobre todo de
sus relaciones con los hombres que aparecían por sus territorios. De entrada el hombre se
 suele mostrar más bien humilde y respetuoso, pidiendo posada por favor, y acompañando
su petición con palabras lisonjeras y amables; quizá porque sabían que en el terreno del
enfrentamiento físico tenían las de perder (las serranas tenían fama de buenas luchadoras,
se menciona su buen manejo de la cayada y de la honda, como armas), y porque también
 sabían que por las buenas y pagando lo debido, no tendrían problemas. En los relatos del
 Arcipreste queda también claro que las serranas solían exigir el pago de un peaje por pasar
 por sus caminos, o por mostrárselos a los viajeros que se perdían por las sierras. Lo cierto
 es que parece que eran las que controlaban las sierras. Una cantiga recogida por Gil Vicente
(adjunto 4)  dice: ¿por dó pasaré la sierra/gentil serrana morena?
       La descripción del desarrollo de los encuentros es muy parecida en casi todos los casos
 (excepto en el romance La serrana de la Vera, al menos en la versión recogida por Menéndez
Pidal (adjunto 5), en el que se da una imagen de una serrana cruel). En general el encuentro
empieza con un especie de tanteo mutuo para llegar aun acuerdo sobre el precio que ha de pagar
el hombre (en general en especies: abalorios, ‘joyas’ vestidos, calzado, zurrones, etc.) a cambio
 de cobijo, comida, cama e indicaciones de por dónde seguir el camino; alguna vez no hay trato,
bien porque se tuerce o bien porque se gustan y se van juntos sin trato. Pero parece que lo
del trato era lo frecuente y lo normal. En general, el tema del encuentro sexual suele estar siempre
 destacado en el relato como algo del agrado de las dos partes. Unas veces es él el que muestra
más interés, otras veces es la serrana. Pero tanto el Arcipreste como Santillana, Gil Vicente o
Góngora
 dan una imagen amable de las serranas. El Arcipreste las describe como fuertes, capaces, hábiles,
hospitalarias
 y en el fondo, condescendientes y de trato fácil.
     La cantiga de Gil Vicente por dó pasaré la sierra, tiene las características de las canciones de corro
 infantiles, en la que casi todo se dice entre líneas.
      También tenemos una descripción del modo de vida, los enseres que tenían, las labores de artesanía y
 de ganadería que realizaban, su habilidad para la caza y para moverse por los parajes agrestes etc.
     Este tema de las serranas permite entender mejor el proceso por el cual se fueron sustrayendo los
 hábitos sexuales femeninos, y todo lo dicho sobre los juegos de corro y las danzas del vientre.
(Ver el librito Pariremos con placer y la ponencia Por un feminismo de la recuperación).
    La caza y captura de las serranas por la Santa Inquisición prosigue el proceso de los primeros
héroes solares, que desde luego no sólo mataron dragones imaginarios. En la cerámica popular en el
 siglo XVII desaparecen los dibujos de mujeres, de peces, de dragones, de pájaros con huevos y
formas uterinas reticuladas, etc., como cualquiera puede observar en una visita a los museos de
cerámica, por ejemplo, de Pedralbes en Barcelona o de Valencia.
    Esta persecución perdura, pues los alfares que habían empezado a recuperar dibujos antiguos
que hacen referencia a los símbolos de la sexualidad femenina, se están encontrando con algo más
 que dificultades.
    Para terminar este primer avance, en la voz ‘Serranilla’ de la enciclopedia Espasa, dice:
composición lírica de asunto villanesco o rústico, y las más de las veces, erótico, escrita, por lo general, 
en metros cortos.
      Tan interesante y apasionante ha resultado para mí este descubrimiento de nuestras amazonas
 ibéricas, que cuelgo ya aquí estas líneas y algunos de los romances y poemas que he escaneado.
La Mimosa, abril 2010

Una nueva serranilla de Gil Vicente, añadida en octubre 2010
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Adjunto1A.Hita.pdf 
(1757k)
casilda rodrigañez, 
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casilda rodrigañez, 
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casilda rodrigañez, 
25/04/2010 11:10

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