viernes, 9 de noviembre de 2012

Castilla de Manuel Machado

           




El ciego sol se estrella
      en las duras aristas de las armas,
      llaga de luz los petos y espaldares
      y flamea en las puntas de las lanzas.

      El ciego sol, la sed y la fatiga.
      Por la terrible estepa castellana,
      al destierro, con doce de los suyos,
      -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

      Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
      Nadie responde. Al pomo de la espada
      y al cuento de las picas, el postigo
      va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!

      A los terribles golpes,
      de eco ronco, una voz pura, de plata
      y de cristal responde... Hay un niña
      muy débil y muy blanca,
      en el umbral. Es toda
      ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
      Oro pálido nimba
      su carita curiosa y asustada.

       “¡Buen Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
      arruinará la casa
      y sembrará de sal el pobre campo
      que mi padre trabaja...
      Idos. El Cielo os colme de venturas...
      En nuestro mal ¡oh Cid! No ganáis nada.”

      Calla la niña y llora sin gemido...
      Un sollozo infantil cruza la escuadra
      de feroces guerreros,
      y una voz inflexible grita: “¡En marcha!”

      El ciego sol, la sed y la fatiga.
      Por la terrible estepa castellana,
      al destierro, con doce de los suyos
      -polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.


MANUEL MACHADO, “Castilla”. En Alma.

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