viernes, 9 de diciembre de 2011

Juan Eduardo Zúñiga publica Brillan monedas oxidadas



"A mi generación se le hizo una putada, y no distingo bandos"  

AMELIA CASTILLA  -  Madrid 



Zúñiga, en su casa de Madrid.- S. BURGOS


"Pasarán años y, si vivimos, estaremos orgullosos de haber presenciado unos sucesos tan importantes, aunque traigan muchas penas y sean para todos una calamidad". Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929) no hace suyas las palabras de uno de los personajes de Largo noviembre de Madrid, uno de los libros de su narrativa sobre la Guerra Civil que, con Capital de la gloria La tierra será un paraíso, se han reunido ahora en un volumen Brillan monedas oxidadas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores).
Con voz suave, el escritor cuenta que se está separando de la Guerra Civil pero que nota una incomodidad vergonzosa: "Fue un episodio que no debía haberse producido; a mi generación se le hizo una putada, y no distingo bandos políticos, fuimos heridos para siempre. Resultó muy destructor en todos los sentidos. Un periodista griego que cubrió la contienda me dijo que nunca se había encontrado con tanto odio acumulado".

Sus palabras resuenan en el salón de su casa, iluminado por el sol de otoño, junto al Retiro madrileño. Sus relatos huelen a miseria, zapatos desgastados, palabras de rencor y fracaso de las ilusiones. A Zúñiga no le interesaron los combates ni las trincheras sino el heroísmo cotidiano de las personas que permanecieron en la capital sitiada, bombardeada, acosadas por el hambre, la inseguridad, el frío y el contacto con la muerte. "En esas circunstancias se imponía el hambre, el miedo y el amor, el amor era incontenible, la gente estaba deseando amarse como fieras, como un destello de esperanza y de perspectiva de futuro", añade. La primera parte de la trilogía se publicó en los años ochenta y fue pionera en la recuperación de la memoria como elemento literario. También en esa década de libertad, tras la dictadura franquista, surgían, entre otros, nuevos títulos de Max Aub, Ramón J. Sender o Juan Iturralde, con Días de llamas, una novela que le arrebató.

Los relatos reunidos ahora han sido revisados por el autor, aunque reconoce que los ha tocado poco, prestando atención acaso a una palabra, para aumentar su tensión con un sinónimo. "No suelo corregir, hago un monstruo y lo cuido bastante hasta que lo lanzo al mundo, a partir de ahí no me pertenece, pero cargo con la responsabilidad de los errores. No soy como los poetas, que siempre andan corrigiendo". Con su pantalón de pana, el jersey, el chaleco y esa barba de medio pelo que le da un aire de genio de épocas olvidadas, Zúñiga apunta que la escritura exige soledad y mucho tiempo; lo notaba especialmente en su juventud, cuando se juntaba con amigos y el pensamiento se le iba al tema en el que estaba trabajando. "Se trata de una vocación muy exigente, esa tensión en crear banalidades que, como dice Borges, consiste en inventar historias que no son verdaderas".

A la serie de 35 relatos sobre los personajes que vivieron bajo las bombas en el Madrid asediado, una agonía larga y cruel, le ha sumado ahora dos relatos inéditos, Caluroso día de julio e Invención del héroe. El primero arranca con un muchacho leyendo cuentos de amor romántico, en el primer día de la sublevación militar. De pronto le atrae un gran ruido en la calle y desde el balcón ve pasar camiones cargados de hombres que agitan en alto fusiles y banderas y cantan a voz en grito. Se trata de una metáfora de la adolescencia pero ¿podría ser su primer recuerdo del niño de la guerra que él fue? "Esa figura no soy yo, se me ocurrió ese cuento que es como si ese choque en un adolescente, entre la vida familiar tranquila y un atisbo de que puede haber una revolución, produjera una madurez en su conciencia".

En los poéticos y enigmáticos cuentos de Zúñiga emerge Madrid como un personaje más: "La ciudad queda impregnada de los propios altibajos, la mentalidad y la sensibilidad de uno, como si fuera un ser vivo", cuenta el autor. Que el paisaje se haya convertido en una sinfonía de su narrativa se lo debe a la novela rusa. Lo aprendió de niño, cuando contaba 12 años y encontró un folleto que alguien había colado tras la verja del jardín de la casa de sus padres: "Se trataba de una novela de frustraciones amorosas, era la primera vez que leía algo de adultos, luego me enteré de que estaba escrita por Iván Turguénev. A partir de entonces mis ojos interiores se orientaron hacia esa narrativa, una narrativa que ya ha desaparecido, pero entonces había mucha demanda, los lectores eran muy apasionados y los escritores contaban con mucho prestigio, un poco como si fueran tipos proféticos. Esa cualidad se ha perdido, ningún escritor intenta ya ser profético", concluye con humildad.

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