La cuestión queda así planteada: El combustible, la materia prima en el mundo del arte son la imaginación y el genio, y hay que pagar a los ingeniosos e imaginativos, como se paga la gasolina. Un gobierno en apuros, como el nuestro, que tiene que pasar por la vergüenza de parecer tiránico, tendrá que tomar internas y exigentes medidas para enterarse en profundidad de los mecanismos prácticos y teóricos, artísticos y literarios que son la mente y el corazón que mueven el teatro. Para lo cual, cualquier funcionario – por concurso o a dedo – jamás estuvo preparado.
Pero este es ahora su problema, en cuestión de recortes prácticos. Que se enteren primero y recorten después, con la suficiente y justificable equidad, el mejor modo de que lo asuma la muy sufrida profesión. Pero, dada la situación presente, dichos funcionarios culturales tienen que ponerse a estudiar. Y que nos comprendan.
Que el propio ministro sueñe con ser director de escena y en cómo se las puede valer para hacer un teatro de calidad con muchos menos medios. En cómo demostrar su buen gusto, su selectividad artística y técnica, su capacidad de sugestión para unificar a un plantel de actores. Que sueñe con hacer ese esfuerzo y, en la realidad, se prepare para demostrar que bien puede hacerlo. Dejaría convencidos a muchos. “A grandes males, grandes remedios”.
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