Ana Mendoza
Agencia Efe
El escritor Javier Marías tiene «cada vez más la sensación» de que luchar contra el deterioro de la lengua «es una batalla perdida» y afirma que, «al ritmo que vamos», dentro de cincuenta años los lectores tendrán dificultades no ya para entender el Quijote sino lo que escriben los novelistas actuales.
«Creo que es una batalla perdida la que todavía nos empeñamos en librar unos pocos, llamando la atención sobre los disparates que se dicen», asegura Marías en una entrevista telefónica con Efe con motivo de la publicación del libro Lección pasada de moda, que reúne medio centenar de artículos de este gran escritor relacionados con el idioma español.
En ese libro, publicado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores y con prólogo de Alexis Grohmann, responsable también de la edición, Marías trata de hacer frente a la «marea continua de disparates» que se oyen y escriben a diario y reflexiona sobre incorrecciones gramaticales y ortográficas, el lenguaje grosero e injurioso o el políticamente correcto, entre otras cuestiones.
Tradicionalmente, los hablantes han tratado de dominar la lengua, «unos con mayor soltura y otros con menos conocimientos», le dice el escritor a Efe, pero «ahora da la sensación de que la lengua domina a los hablantes, de que es una especie de magma».
«La lengua es una especie de sopa boba en la cual la gente chapotea. Todos los dichos, frases y modismos se utilizan indiscriminadamente», asegura Marías antes de recordar que hace unos días escuchó la expresión la relación de esta pareja va 'miel sobre hojuelas'" «Eso no significa nada. 'Miel sobre hojuelas' quiere decir una cosa buena sobre otra cosa buena, pero ya se confunde con 'ir como la seda'».
También oyó en un telediario que un determinado ciclista se conoce los Pirineos 'como anillo al dedo'. Será como la palma de la mano, dice con resignación.
Elegido académico de la Lengua en 2006, este novelista cuya obra está traducida a más de cuarenta lenguas no ve bien que la Real Academia Española acabe aceptando ciertas incorrecciones con el argumento de que «están muy extendidas».
«Eso es un error», afirma tajante. «Evidentemente, la Academia no puede imponer nada; su función es orientar, sugerir y responder dudas» pero, «si se rinde ante los usos incorrectos, la gente se siente con permiso para utilizarlos».
Y es que, recientemente, Marías descubrió «con estupefacción» que la Academia ha aceptado la expresión hacer aguas, que «se emplea ahora continuamente en prensa y televisión para lo que es 'hacer agua'.
Como recuerda el novelista, tradicionalmente «hacer aguas menores sería hacer pis y aguas mayores, hacer caca». Por eso, cuando en un partido de fútbol dicen que «el Barcelona empezó a hacer aguas a mitad de tiempo», a Marías le suena «como si el equipo entero se hubiera puesto a orinar». Tampoco hace aguas un bote ni la relación de un matrimonio.
«Pero me temo que es una batalla perdida», insiste Marías a quien le preocupa la creciente pobreza de vocabulario que tienen los hablantes, para muchos de los cuales «empiezan a ser molestas y poco comprensibles las frases largas, con subordinadas o subjuntivos».
«Un lector actual puede entender bien, con ayuda de notas a pie de página, el Quijote, un libro escrito hace cuatro siglos, pero creo que al ritmo de deterioro que lleva la lengua, sobre todo en España, dentro de cincuenta años más los lectores tendrán dificultades para entender, por ejemplo, mis novelas, las de Pérez-Reverte o las de Eduardo Mendoza», señala.
A la hora de buscar culpables, Marías señala a la televisión y a los medios de comunicación en general. «La gente que interviene en ellos cada vez habla peor y se contamina todo». «Hasta en los propios telediarios se dicen barbaridades continuamente», añade.
Con frecuencia el escritor arremete en sus artículos contra la corrección política aplicada al lenguaje, que desaconseja emplear términos como judiada o negro, entre otros.
«Normalmente quienes están tan preocupados por ese tipo de cosas son los verdaderos racistas», subraya el autor de Los enamoramientos, esa excelente novela, considerada la mejor de 2011 por medios especializados y que se está traduciendo a más de veinte idiomas.
Las lenguas, concluye Marías, «se han ido haciendo a lo largo de siglos y cada vez han sido más exactas y precisas, pero ahora tenemos la tendencia contraria: da igual matizar, da igual un término que otro, si al fin y al cabo nos entendemos».
«Es cierto que nos entendemos, pero acabaremos haciéndolo como los hombres de las cavernas», subraya.
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Javier Marías
No soy quién para saberlo, pero no está de más hacer algún comentario sobre la actual dicción de nuestra lengua e intentar diferenciar en lo posible. Hay pronunciaciones regionales o locales que nunca deberían considerarse faltas ni fallos, sino meras variantes en el habla de las gentes, y en ese sentido me parece ridícula la tendencia a evitar acentos andaluces, canarios o catalanes entre quienes nos relatan las noticias, y lamentable el esfuerzo por corregir su natural manera de hablar por parte de los locutores originarios de las correspondientes zonas. Tan correcta es la dicción de Sevilla, Tenerife o Gerona como la de Madrid o Segovia, tanto la de México, Buenos Aires o La Habana como la de Valladolid o Toledo. Sería absurdo reprochar a los argentinos que no sepan pronunciar la ll, como si la pronunciación castellana de ese sonido fuera la única ortodoxa (...). Sería lo mismo que acusar a los andaluces de no saber reproducir el sonido s antes de t, puesto que sí lo hacen, en su variante aspirada. Tan de buen español es la l palatal catalana como la de cualquier otro sitio, por la sencilla razón que el español que se habla en Cataluña no es malo ni bueno, mejor ni peor, sino simplemente otro, tan licito y característico como el de Lima, Burgos, Pamplona o Caracas.
Es en cambio insensato que los responsables de las televisiones y las radios, injustificadamente sensibles a los acentos, no se preocupen por las dicciones. Porque las hay que no obedecen a ninguna razón geográfica ni tan siquiera de clase o nivel de educación — ya que no todos los hablantes de una misma capa social incurren en ellas, ni dejan de incurrir individuos de las demás — sino desconocimiento, pereza o descuido (…).
Otro fallo bastante común es el decir “estijma” o “ijnorancia” en vez de “estigma” o “ignorancia”, o el hostigamiento variado a que se somete al sonido doble x (g o c más s), sobre todo ante otra consonante, y así oímos a menudo que algo es “excelente” o “excepcional” e incluso “ececional” sin más. Confieso que me irrita particularmente el defecto, que algunos intentan hacer pasar por madrileñista, consistente en maltratar nuestra d final convirtiéndola en z: “Madriz”, “ciudaz”, “libertaz” y así. En un andaluz es del todo admisible que digan “Madrí”, como un catalán “Madrit”, pero esa z bestial no pertenece a ninguna pronunciación local — se lo aseguro a ustedes, y yo soy de Chamberí —, sino a una incapacidad para la d relajada o suave que corresponde. Resultan también grotescas y afectadas (salvo en Valencia, donde es rasgo regional) las personas que al hablar diferencian la v de la b, ya que en castellano no hay la menor distinción fonética entre esos dos signos. No habría mucho que reprochar a quienes pronuncian “sicólogo” o “siquiatra”, ya que incluso está admitido escribir de ese modo esos términos, pero prescindir de la p que los antecedió desde los griegos me parece una concesión a la pereza (...).
Con todo, no me siento para nada purista y me parece estupendo que cada cual pronuncie como le venga en gana. Lo único es que, de la misma manera que no todo el mundo debe dedicarse al teatro, o a la canción, o a la abogacía, o a la carpintería, hay muchas personas que no deberían dedicarse a hablar en público y sin embargo ahí están misteriosamente en televisión o en radio, propagando dicciones erróneas y dañándonos sin necesidad los oídos.
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