miércoles, 29 de febrero de 2012

Javier Marías: Luchar contra el deterioro de la lengua es una batalla perdida



Ana Mendoza
Agencia Efe

El escritor Javier Marías tiene «cada vez más la sensación» de que luchar contra el deterioro de la lengua «es una batalla perdida» y afirma que, «al ritmo que vamos», dentro de cincuenta años los lectores tendrán dificultades no ya para entender el Quijote sino lo que escriben los novelistas actuales.

«Creo que es una batalla perdida la que todavía nos empeñamos en librar unos pocos, llamando la atención sobre los disparates que se dicen», asegura Marías en una entrevista telefónica con Efe con motivo de la publicación del libro Lección pasada de moda, que reúne medio centenar de artículos de este gran escritor relacionados con el idioma español.
En ese libro, publicado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores y con prólogo de Alexis Grohmann, responsable también de la edición, Marías trata de hacer frente a la «marea continua de disparates» que se oyen y escriben a diario y reflexiona sobre incorrecciones gramaticales y ortográficas, el lenguaje grosero e injurioso o el políticamente correcto, entre otras cuestiones.

Tradicionalmente, los hablantes han tratado de dominar la lengua, «unos con mayor soltura y otros con menos conocimientos», le dice el escritor a Efe, pero «ahora da la sensación de que la lengua domina a los hablantes, de que es una especie de magma».

«La lengua es una especie de sopa boba en la cual la gente chapotea. Todos los dichos, frases y modismos se utilizan indiscriminadamente», asegura Marías antes de recordar que hace unos días escuchó la expresión la relación de esta pareja va 'miel sobre hojuelas'" «Eso no significa nada. 'Miel sobre hojuelas' quiere decir una cosa buena sobre otra cosa buena, pero ya se confunde con 'ir como la seda'».

También oyó en un telediario que un determinado ciclista se conoce los Pirineos 'como anillo al dedo'. Será como la palma de la mano, dice con resignación.

Elegido académico de la Lengua en 2006, este novelista cuya obra está traducida a más de cuarenta lenguas no ve bien que la Real Academia Española acabe aceptando ciertas incorrecciones con el argumento de que «están muy extendidas».

«Eso es un error», afirma tajante. «Evidentemente, la Academia no puede imponer nada; su función es orientar, sugerir y responder dudas» pero, «si se rinde ante los usos incorrectos, la gente se siente con permiso para utilizarlos».

Y es que, recientemente, Marías descubrió «con estupefacción» que la Academia ha aceptado la expresión hacer aguas, que «se emplea ahora continuamente en prensa y televisión para lo que es 'hacer agua'.

Como recuerda el novelista, tradicionalmente «hacer aguas menores sería hacer pis y aguas mayores, hacer caca». Por eso, cuando en un partido de fútbol dicen que «el Barcelona empezó a hacer aguas a mitad de tiempo», a Marías le suena «como si el equipo entero se hubiera puesto a orinar». Tampoco hace aguas un bote ni la relación de un matrimonio.

«Pero me temo que es una batalla perdida», insiste Marías a quien le preocupa la creciente pobreza de vocabulario que tienen los hablantes, para muchos de los cuales «empiezan a ser molestas y poco comprensibles las frases largas, con subordinadas o subjuntivos».

«Un lector actual puede entender bien, con ayuda de notas a pie de página, el Quijote, un libro escrito hace cuatro siglos, pero creo que al ritmo de deterioro que lleva la lengua, sobre todo en España, dentro de cincuenta años más los lectores tendrán dificultades para entender, por ejemplo, mis novelas, las de Pérez-Reverte o las de Eduardo Mendoza», señala.

A la hora de buscar culpables, Marías señala a la televisión y a los medios de comunicación en general. «La gente que interviene en ellos cada vez habla peor y se contamina todo». «Hasta en los propios telediarios se dicen barbaridades continuamente», añade.

Con frecuencia el escritor arremete en sus artículos contra la corrección política aplicada al lenguaje, que desaconseja emplear términos como judiada o negro, entre otros.

«Normalmente quienes están tan preocupados por ese tipo de cosas son los verdaderos racistas», subraya el autor de Los enamoramientos, esa excelente novela, considerada la mejor de 2011 por medios especializados y que se está traduciendo a más de veinte idiomas.

Las lenguas, concluye Marías, «se han ido haciendo a lo largo de siglos y cada vez han sido más exactas y precisas, pero ahora tenemos la tendencia contraria: da igual matizar, da igual un término que otro, si al fin y al cabo nos entendemos».

«Es cierto que nos entendemos, pero acabaremos haciéndolo como los hombres de las cavernas», subraya.

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LECCIÓN PASADA DE MODA 
Javier Marías


No soy quién para saberlo, pero no está de más hacer algún comentario sobre la actual dicción de nuestra lengua e intentar diferenciar en lo posible. Hay pronunciaciones regionales o locales que nunca deberían considerarse faltas ni fallos, sino meras variantes en el habla de las gentes, y en ese sentido me parece ridícula la tendencia a evitar acentos andaluces, canarios o catalanes entre quienes nos relatan las noticias, y lamentable el esfuerzo por corregir su natural manera de hablar por parte de los locutores originarios de las correspondientes zonas. Tan correcta es la dicción de Sevilla, Tenerife o Gerona como la de Madrid o Segovia, tanto la de México, Buenos Aires o La Habana como la de Valladolid o Toledo. Sería absurdo reprochar a los argentinos que no sepan pronunciar la ll, como si la pronunciación castellana de ese sonido fuera la única ortodoxa (...). Sería lo mismo que acusar a los andaluces de no saber reproducir el sonido s antes de t, puesto que sí lo hacen, en su variante aspirada. Tan de buen español es la l palatal catalana como la de cualquier otro sitio, por la sencilla razón que el español que se habla en Cataluña no es malo ni bueno, mejor ni peor, sino simplemente otro, tan licito y característico como el de Lima, Burgos, Pamplona o Caracas. 


Es en cambio insensato que los responsables de las televisiones y las radios, injustificadamente sensibles a los acentos, no se preocupen por las dicciones. Porque las hay que no obedecen a ninguna razón geográfica ni tan siquiera de clase o nivel de educación — ya que no todos los hablantes de una misma capa social incurren en ellas, ni dejan de incurrir individuos de las demás — sino desconocimiento, pereza o descuido (…).


Otro fallo bastante común es el decir “estijma” o “ijnorancia” en vez de “estigma” o “ignorancia”, o el hostigamiento variado a que se somete al sonido doble x (g o c más s), sobre todo ante otra consonante, y así oímos a menudo que algo es “excelente” o “excepcional” e incluso “ececional” sin más. Confieso que me irrita particularmente el defecto, que algunos intentan hacer pasar por madrileñista, consistente en maltratar nuestra d final convirtiéndola en z: “Madriz”, “ciudaz”, “libertaz” y así. En un andaluz es del todo admisible que digan “Madrí”, como un catalán “Madrit”, pero esa z bestial no pertenece a ninguna pronunciación local — se lo aseguro a ustedes, y yo soy de Chamberí —, sino a una incapacidad para la d relajada o suave que corresponde. Resultan también grotescas y afectadas (salvo en Valencia, donde es rasgo regional) las personas que al hablar diferencian la v de la b, ya que en castellano no hay la menor distinción fonética entre esos dos signos. No habría mucho que reprochar a quienes pronuncian “sicólogo” o “siquiatra”, ya que incluso está admitido escribir de ese modo esos términos, pero prescindir de la p que los antecedió desde los griegos me parece una concesión a la pereza (...).


Con todo, no me siento para nada purista y me parece estupendo que cada cual pronuncie como le venga en gana. Lo único es que, de la misma manera que no todo el mundo debe dedicarse al teatro, o a la canción, o a la abogacía, o a la carpintería, hay muchas personas que no deberían dedicarse a hablar en público y sin embargo ahí están misteriosamente en televisión o en radio, propagando dicciones erróneas y dañándonos sin necesidad los oídos. 


Mayúsculas y minúsculas en apellidos




Los apellidos se escriben con mayúscula. Para saber eso no hace falta ser académico de la lengua ni leer el Blog de Lengua Española.

Más problemas, sin embargo, nos pueden plantear las preposiciones y artículos que anteceden a algunos apellidos.

Cuando el apellido va encabezado por una preposición, se producen alternancias en la escritura de esta con mayúscula o minúscula dependiendo del contexto. Lo normal es que esa preposición se escriba en minúsculas y así es como se presenta cuando el apellido en cuestión aparece arropado por el resto del nombre. Con un par de ejemplos quedará claro a qué me refiero:

(1) Me ha llamado esta mañana Javier de Mora

(2) Estoy leyendo la poesía de García de la Huerta

En los ejemplos de arriba se ve cómo la preposición está escrita en el interior de una secuencia que forma el nombre de la persona. El ejemplo (2) además nos muestra que cuando la preposición va seguida de un artículo los dos se quedan en minúscula.

Otra cosa es cuando la preposición queda al descubierto, es decir, cuando no hay otra parte del nombre propio que se escriba delante de ella y le corresponde aparecer en primer lugar como representante del nombre completo de la persona. Adopta entonces la mayúscula:

(3) El actual ministro de economía de España se llama De Guindos

(4) Estoy citado con el señor De la Hoz

Conviene aclarar, eso sí, que esta alternancia solo se produce cuando la preposición forma parte integrante del apellido, no en expresiones como señora de Fernández, que simplemente indican que el cónyuge de esa señora se llama Fernández. Esto, por otra parte, es lógico, pues la mayúscula de ejemplos como (3) y (4) tiene función delimitadora: señala el inicio de un nombre propio.

Cuando el apellido va encabezado por un artículo (sin preposición) dicho artículo se escribe siempre con mayúscula, independientemente de que se presente en el interior del nombre (5) o en primera posición (6):

(5) He invitado a Javier La Mota

(6) Me ha escrito La Mota. Al final no puede venir

Para los apellidos procedentes de lenguas que no sean el español nos atendremos a la grafía habitual en el idioma de origen.

¿Para qué hay que leer literatura?



Por Darío Jaramillo Agudelo para elmalpensante.com

¿La ficción es la madre de todos los vicios? Depende. El autor respondió hace
poco a la pregunta en un encuentro convocado por la Fundación Santillana.

¿Para qué hay que leer literatura?


1.  ¿Por qué leer literatura? Tengo muchas dificultades para responder esa pregunta, es más, tengo dificultades con la pregunta misma. Ambas dificultades se relacionan con mi falta de objetividad con respecto al hábito de leer libros inútiles.

Edición N° 73
N° 73
Septiembre - Octubre de 2006
Para empezar, mi clasificación de los libros está muy lejana de la que se podría esperar de alguien que, dentro de su trabajo, es responsable de una red de bibliotecas. La primera gran división de los libros es entre libros útiles y libros inútiles.

Paradójicamente, a estas alturas de la tecnología, los libros útiles están destinados a desaparecer y los inútiles seguramente perdurarán en los estantes de las bibliotecas. No se crea que esta paradoja que presento como profecía es asunto del futuro. Ocurre ahora mismo. Ocurre cada vez en mayor proporción. La información útil, la de los manuales, desde la cartilla de cultivos hidropónicos al vademécum de veterinaria, desde el libro de la crianza de vacunos hasta la bitácora del carpintero, desde los “cómo hacerlo” hasta los “paso a paso”, todo este universo que se amplía a ritmo exponencial, cada vez está más en medio magnético y tiende a desaparecer del papel. Mientras más especializado sea un asunto útil, menos gente está interesada en él, lo que hace irracional convertirlo en papel. Por otra parte, los instrumentos de búsqueda que brinda el medio magnético son mucho más flexibles y prestan una mayor utilidad.

Los libros inútiles, por el contrario, creo que están predestinados a perdurar en el formato de papel. Ray Bradbury dijo, según me informa la wikipedia, que uno se va a la cama sólo con una persona o con un libro. Es cierto. Uno no se lleva a la cama a la wikipedia. Pero sí una inútil novela, un libro de poemas, uno de esos livianos y profundos ensayos de Montaigne.


2.. Lo primero que me he atrevido a hacer aquí es afirmar mi experiencia personal como criterio de mis dudas y de mis respuestas. Y esta es mi primera respuesta. Leo novelas y poemas y ensayos porque son inútiles. Los leo por esa razón y, de paso, niego cualquier utilidad práctica de ese tipo de lecturas, si bien, para contradecirme y continuar impávido, tendría que aclarar que esa costumbre tan inútil como leer novelas puede ser muy útil en ciertos momentos.

Hablo, no me cansaré de repetirlo, desde mi pasión por la lectura. Me gustaría que mi testimonio le sirviera a alguien que lo pueda necesitar, aunque si digo esto, también le estoy encontrando alguna utilidad adicional a algo cuya esencia, ufanamente, es la inutilidad.

Rápidamente me voy enredando en mi propia madeja de contradicciones sólo con el deliberado propósito de envolverlos a ustedes en la convicción que tengo acerca de la formidable y deliciosa utilidad de lo inútil. (Entre paréntesis, como mera digresión en la que no persistiré, también estoy convencido de la mucho más sombría inutilidad de lo útil.)

Pertenezco a una subespecie humana llamada lector compulsivo. En la historia figuran algunos creadores que tenían la misma característica. También hay muchos chiflados que la comparten. Y la mezcla de los anteriores, locos que son celebridades, como el más de ambas cosas, el más loco y el más célebre, don Quijote de la Mancha, encerrado entre sus libros que sustituyen la realidad.

Soy apasionado lector de literatura gracias a la confluencia de tres hechos con los que tropecé en mi primerísima infancia y que se prolongaron en el tiempo: uno, no tuve hermanos ni hermanas; dos, vivíamos en el centro de Medellín, cuestión que me confinaba a la casa, y tres, en esa casa había libros. Muy rápidamente, aun antes de poderlos leer, descubrí que me gustaba mirar los libros, las fotos, las ilustraciones. Y aprendí a leer muy temprano, impulsado por mis ansias de poder leerlos. Mi padre fomentaba aquellos deseos llevando libros a la casa.


3. Creo que fue durante esas horas de domingo entero, en esas vacaciones que se extendían por semanas, que descubrí los dos placeres añadidos a la lectura propiamente dicha. El primero, el que más amo, el placer del silencio: inmerso en una novela, en un poema, el mundo exterior se borra, con todos sus ruidos. El segundo, que aniquilada la realidad de afuera también su tiempo desaparece, se reduce, se olvida, y el único tiem­po válido es el tiempo en que transcurre la narración.

El silencio es un muy valioso y cada vez más escaso tesoro. Antes de la invención de los motores y de la radio, el silencio reinaba entre los hombres. Ahora está en extinción y quien lo necesita, como yo, como algunos otros que lo han probado, pueden conseguirlo metiéndose entre una narración que, ojalá, pertenezca a esa misma edad dorada del hombre, la época en que reinaba el silencio. Sus autores estaban obligados con el lector, tenían el desafío de encantarlo, de no permitir que soltaran el libro. Se llamaban —y hubo más— Boccaccio y Chaucer, Fernando de Rojas y Cervantes, Swift y Quevedo, Rabelais y Defoe. Después vinieron otros, como Cortázar y Calvino, Cabrera Infante y Albert Camus, Canetti y Conrad, Cervantes y Cernuda, Carroll y Clarín, para no salirme de la C de Confucio, de Wilkie Collins y de Calderón.

El procedimiento es muy fácil: usted se embarca —el verbo es literal— en Ana Karenina o en Tom Jones y ellos le activan la cera en los oídos. Y usted, como Ulises, no tendrá la tentación del ruido de afuera, de las prisas del mundo, de los acosos de la realidad apresurada. Aquí todo irá por fuera del tiempo, aquí reinará un silencio tan sutil que se necesitará algún ruido para notar la imperceptible y gozosa existencia de un prolongado silencio.

Precisamente porque su lectura borra la mensura del tiempo según los relojes, la lectura de novelas o ensayos o poemas es útil en ocasiones en que es importante no darse cuenta de la lentitud de las horas. Gasto más tiempo escogiendo las lecturas de aeropuerto y del avión que empacando la maleta. La verdadera duración del vuelo depende del tiempo interior del texto que me acompaña. Los libros inútiles son útiles para alejarse del tiempo suspendido, de las esperas, de los vuelos largos. En estas ocasiones se corren riesgos, habla la experiencia, como aquella ocasión en que una maravillosa trama de Poe no me dejó oír el llamado a bordo. O esa otra, más vergonzosa, en que Thomas de Quincey me tenía envuelto en sus Memorias de los poetas de los lagos y el avión que había llegado a tomar a tiempo se fue sin mí, sordo a los anuncios.


4. Tengo una memoria de corta duración. Olvido fácil. Creo que mi mala memoria es una de mis mejores cualidades, ya no digamos morales, sino también en otros aspectos de mi vida. Gracias a la debilidad de mis recuerdos olvido con mucha prontitud los argumentos y, todavía más, las incidencias y recovecos de las historias. De los libros me quedan datos muy imprecisos y una sensación acerca de cuánto me gustó este o aquel título. Por supuesto, abandonado el oficio de reseñista, no tomo notas, ni hago fichas, ni llevo un diario, y todas estas omisiones facilitan el objetivo de que la memoria flaquee, de que el texto se olvide.

Ese olvido me ha permitido volver a leer con pasión los libros que más me gustan. Hubo una época en que releía cada dos o tres años a Hammett y a Chandler. Y el goce, gracias a mi desmemoria, es el mismo o más, porque ya me permito hacer lecturas dirigidas, como la vez que perseguí, ociosamente, a Dulcinea por todo el Quijote.
 
Precisamente el placer del relector olvidadizo reivindica la más evidente y deliciosa inutilidad de los libros de literatura. Como haciendo el amor, el placer de esta lectura es en tiempo presente, mientras se hace el amor con el libro que se lee. Luego sigue esperar el olvido para ponerlo en fila y volverlo a leer, y así hasta el infinito, hasta morir o quedarnos ciegos, lo que primero ocurra.
 
 
5. Notarán ustedes que todos mis ejemplos vienen de la narrativa. Que apenas he dejado asomar el bendito nombre del señor de la montaña, el sin par Montaigne, entre los ensayistas en los que uno puede repetir fructuosamente su lectura una y mil veces. Entre éstos habría qué incluir el ensayo histórico, como El siglo de Luis XIV o La monja alférez.
 
Consideración aparte merece la poesía. Aquí la pregunta, para qué leerla, aparece acotada por una condición anterior. El que lee versos, por ley general, escribe versos. Hans Magnus Enzensberger ha señalado que la poesía es la única rama de la creación que refuta todas las leyes de la economía, pues los productores de poesía son muchos más que los consumidores. En cantidad son más pero, entre ellos, son pocos, poquísimos, los que logran ser arte. La inmensa mayoría no es legible. No alcanza un nivel estético sino que su nivel es tétrico. Entonces aquí la pregunta, para qué leer poesía, tiene algún valor pedagógico: leo buenos versos para mejorar mis versos.
 
 
6. ¿Para qué leer literatura? Concluyo diciendo que no hay que dar razones. Llevo años colaborando en campañas de lectura desde mi trabajo. He publicado antologías de lecturas amenas con miras a difundir el vicio. Todo esto es como la parábola de la semilla: no son muchas las que caen en campo fértil. A veces pienso que la gente está alienada por el ruido, por la prisa, por el gregarismo derivado del patético miedo de estar solo. Y que todo eso le gana a estar a solas, en silencio, sin acosos, leyendo un libro. Habría, tal vez, que cambiar de táctica. No decir nada. Simplemente atravesarle los libros a los niños por dondequiera que vayan, ponerlos en el aula y en la casa, en el bus y el consultorio, en el parque y en su propio cuarto. Al fin, emboscados, ellos caerán en la tentación.

El médico rural, un relato autobiográfico de Felipe Trigo


Regeneracionismo y crítica social son otros rasgos destacados de la obra

Luís Martínez González 


Inevitablemente, en la obra de todo novelista hay mucho de autobiográfico. Si bien es cierto que esta premisa no se da en todos por igual, también lo es que, a la hora de crear una historia o unos personajes, ninguno puede sustraerse a sus propias vivencias, es lógico. Algunos lo niegan tajantemente pero ello no deja de ser una pose estudiada o una forma de alejar el foco de atención de su persona y acercarlo a la obra que han escrito.

Esta circunstancia se da muy acusadamente en el español Felipe Trigo (Villanueva de la Serena, Badajoz, 1864-1916), un autor hoy poco recordado pero que, en su tiempo, gozó de gran popularidad. Bien es cierto que ésta se debía más a sus novelas de tono erótico –entonces llamadas “sicalípticas”- que a sus textos más importantes.
'El médico rural' se desarrolla en un pueblo extremeño
El médico rural se desarrolla en un pueblo de Extremadura como el de la foto. 


En éstos últimos los protagonistas son, invariablemente, trasunto del propio autor en distintas fases de su vida. Por ejemplo, ‘En la carrera’ narra su etapa como estudiante en Madrid. Además, su experiencia como médico rural en distintos pueblos de Extremadura marcaría profundamente sus obras. Allí conocería de primera mano los latifundios y el caciquismo que dominaban la zona sur de España, una situación social que no se cansaría de fustigar a través de su pluma. A ello responde su novela más importante: Jarrapellejos, que nos muestra el dominio que ejerce el cacique así llamado en el pueblo de La Joya, donde nada se mueve sin su autorización.

También El médico rural, publicada en 1912 se ajusta a estas características. Esteban es un joven doctor que llega a un pequeño pueblo de Sierra Morena acompañado de su mujer y su hijo. Es su primer destino y pronto tendrá que lidiar, además de con sus propias inseguridades, con los habitantes de la zona, anclados en unas estructuras sociales arcaicas.

Es la historia tantas veces repetida del joven moderno e imbuido de nuevas ideas que llega a una zona en la que aún dominan formas de vida pasadas –recuérdese la Doña Perfecta de Galdós-, con lo que el choque entre ambas partes es inevitable.  Formalmente, la obra se adscribe a los cánones del Naturalismo. Si bien puede considerarse a Trigo un epígono del movimiento, pues, cuando la novela fue publicada, éste ya había caído en trance de desaparición. En consecuencia, no rehúye los elementos más escabrosos y descarnados. Sin embargo, se trata de una excelente narración autobiográfica y de tonos regeneracionistas.

Fuente: Escritores de Extremadura.

martes, 28 de febrero de 2012

‘Cuán’ y ‘cuan’



Cuán es palabra tónica y se escribe con tilde diacrítica cuando tiene valor interrogativo (1) o exclamativo (2):

(1) Ahora bien, ¿cuán lejos se puede llegar? [Salvador Alsius: Catorce dudas sobre el periodismo en televisión, tomado de CREA]

(2) ¡Cuán tristes pasan los días! [Rosalía de Castro: A mi madre]

Esta forma ha caído en desuso en la lengua coloquial en España, pero no así en otros países hispanohablantes. En la lengua culta mantiene cierta vigencia incluso en el español europeo.

Se escribe con tilde también cuando aparece en oraciones interrogativas (3) y exclamativas (4) indirectas:

(3) Se pregunta cuán lejos corre la autopista, qué habrá al otro lado [Esmeralda Santiago: El sueño de América]

(4) No sabéis cuán grande es vuestra suerte de no tener hijos [Juan Antonio Vallejo-Nágera: Yo, el rey]

En todos los demás casos es palabra átona y se escribe sin tilde. Esta variante sí encuentra cierto uso en España en expresiones del tipo cuan largo era:

(5) [...] llegaron a paralizar al oso, que cayó cuan largo era [Feliciano Gil Jiménez: Abundio Boca Grande]

Podemos, por tanto, guiarnos por el oído para identificar los casos en que esta palabra necesita tilde.

'Los 1.001 cómics que hay que leer antes de morir', una guía imprescindible


Paul Gravett resume en un libro cuáles son las obras gráficas más importantes que realizó la industria del cómic a nivel mundial. 

EFE/CADENA SER   27-02-2012

Las historietas de superhéroes, el manga japonés, el comic europeo y otros exponentes del género en todo el planeta ya tienen una compilación que resume cuales fueron sus mejores obras: 'Los 1.001 cómics que hay que leer antes de morir', una guía que inicia su recorrido en 1837 y se extiende hasta 2011.
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El británico Paul Gravett, con la colaboración de 67 expertos de 27 países, ha publicado un libro que pretende convertirse en la mayor referencia para quienes quieran acercarse al mundo del cómic y quieran conocer cuales son las obras que marcaron un hito en su historia.

El volumen, publicado en España por Grijalbo, a lo largo de 960 páginas, realiza un repaso a través de los períodos históricos en los que el cómic se fue difundiendo en los cinco continentes, revisión que se inicia con la historieta suiza 'Los amores del señor Vieux' de Rod (1837) y que concluye con el cómic estadounidense 'Habibi' de Craig Thompson.

El cómic español también es parte de las páginas de la guía, obras como 'Mortadelo y Filemón' de Francisco Ibañez, son reseñadas junto a otros títulos conocidos en todo el mundo, es el caso de 'Spiderman', 'Tintin', 'Mafalda' o 'El Juez Dredd'.
'Mortadelo y Filemón', creación de Francisco Ibañez
'Mortadelo y Filemón', creación de Francisco Ibañez- (EDICIONES B)
Editado en color, '1.001 cómics que hay que leer antes de morir', no olvida géneros ni formatos, y presenta reproducciones de las portadas e interiores de cómics que son admirados por millones de fanáticos en todo el mundo.

Paul Gravettes parte de la industria del cómic desde 1981 y ha trabajado en revistas como 'pssst!' o 'Escape'. En 2003 fundó 'Comica', el festival internacional de cómics de Londres y el periódico The Times llegó a calificarle como "el más importante historiador de cómics y novela gráfica que hay en la actualidad".

Este libro sigue la saga de varios libros similares que fueron editados en años anteriores, tal es el caso de '1001 películas que hay que ver antes de morir' de Steven Jay Scneider (2003), '1.001 discos que hay que escuchar antes de morir' de Robert Dimey (2006), '1001 libros que hay que leer antes de morir', de Peter Boxall y José Carlos Mainer (2006), '1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir' de Tony Mott (2011), y otros títulos más curiosos como '1001 hoyos de golf que hay que jugar antes de morir' de Jeff Barr (2008).

Estas publicaciones dieron paso a otras listas, tal es el caso del Times, que publicó en 2008 el decálogo 'Los 10 libros que no hay que leer antes de morir', escrito por Richard Wilson, que a su vez es productor y autor del documental de televisión '101 cosas que no hacer antes de morir'.

Inspiró también este tipo de listas a los españoles, por ejemplo en el Blog Viviendo Madrid, se puede encontrar la guía sobre las '101 cosas para hacer en Madrid antes de morir'.

Estar a dos velas


Estar sin dinero; carecer de toda clase de recursos. Sbarbi, en su Gran Diccionario de Refranes, dice "parece proceder esta frase de que, como en las iglesias, después de terminadas las funciones religiosas, se apagan todas las luces menos dos que quedan delante del sagrario, y como éstas alumbran poco para el espacio tan grande de aquéllas (de las iglesias), puede decirse que quedan tristes y medrosas y, por lo tanto, se comprara con el ánimo del indivio que no tiene dinero".
No me convence esta explicación. Es muy posible que aluda al juego y al hecho de que antiguamente, en las timbas y partidas de naipes, el banquero solía actuar entre dos velas. En este supuesto dejar al banquero a dos velas o quedarse a dos velas quivaldría a dejarle al banquero sin un cuarto.

Iribarren, José Mª; El porqué de los dichos. Gobierno de Navarra. Departamento de Educación, Cultura, Deporte y Juventud. Novena edición. Octubre 1996, pág. 126. ver

El misterio Velázquez de Eliacer Cansino



Eliacer Cansino Macías (Sevilla, 1954) es profesor de Filosofía en el instituto Mateo Alemán de Sevilla, desde 1980 y autor principalmente de novelas para jóvenes y adultos.

Obra

En 1997 recibió el Premio Lazarillo por El misterio Velázquez, una recreación de la vida del enano Nicolasillo Pertusato y su relación con Velázquez tanto en la fase de culminación de "Las Meninas", en la que interviene un personaje oscuro y enigmático, como en el momento de la muerte del pintor. De esta obra se ha destacado que "con ... un estilo preciso, ajustado a la época y a la persona que redacta, el autor construye una narración intrigante ... Es una novela más —pero inteligente y de calidad, también por su sencillez— sobre un pacto fáustico".1 Por otro lado, cabe señalar que la obra de Velázquez se ha tratado con fortuna en la literatura infantil española moderna; véase otro enfoque en Siete historias para la infanta Margarita, de Miguel Fernández-Pacheco.
En 1992 se le había otorgado el Premio Internacional Infanta Elena por Yo, Robinsón Sánchez, habiendo naufragado, obra que fue asimismo finalista al Premio Nacional. En 2009 recibió el premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil por Una habitación en Babel, y por la misma obra recibió en 2010 el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.


domingo, 26 de febrero de 2012

“El español está estigmatizado y contaminado en Estados Unidos”



Se veía en paz de vuelta al estudio de la lengua cuando le llamaron para ocuparse del Instituto Cervantes
Su labor en la Real Academia Española le avala como gigante en la política del español


Aquí da algunas claves de lo que será su mandato.



JESÚS RUIZ MANTILLA - El País
Perseguido por los vericuetos y las batallas públicas de la lengua, Víctor García de la Concha no ha podido refugiarse tampoco en la paz de la propia lengua. Entre el estudio, la enseñanza y la política de la misma se ha movido toda la vida. Como profesor en varios institutos, en diversas universidades y, después, como impulsor de la expansión universal del castellano al frente de la Real Academia Española (RAE).

A los 78 años, creía haber cumplido con creces su labor pública y deseaba adentrarse en el estudio profundo de un canon literario propio. Pero de nuevo recibió una llamada para ponerse al frente del Instituto Cervantes después de que Mario Vargas Llosa rechazara el ofrecimiento. Le cortaron la retirada. ¿La razón? Impulsar lo que será la gran máquina de la cultura con el Gobierno del PP. Atraer a los países hispanoamericanos en un frente común que coloque al español en su posición de dominio lingüístico global junto al inglés.

No podía decir que no. Si alguien ha impulsado las alianzas con los países de habla común, en lo que definió como la acción panhispánica, ha sido él. Ahora debe encargarse de aunar esfuerzos y no crear fricciones. Nadie como un hombre de concilio que presume de conocer y aplicar a fondo en la política y en la vida la diplomacia vaticana.

Ha llegado usted a lo que denominan el buque insignia de la cultura y resulta que tiene que cambiar el rumbo. Virar hacia el mundo hispano, ese al que se le ha dado tanto la espalda desde el propio Cervantes. Hay que virar, pero eso no implica que lo que se haya hecho hasta ahora estuviera mal. Me alegré de que al día de mi toma de posesión acudieran los cinco directores precedentes y quiero que figuren en el patronato. Cada uno ha trabajado bien y ha hecho su labor. Aquí hay mucha gente que cumple su cometido sin medios y vocacionalmente. Esta institución ha crecido a base de entusiasmo, echándose a la aventura, y esto no se puede perder. Si nos limitáramos a dar clase, estaríamos haciendo un pan como unas tortas. Lo que ha logrado el Cervantes en 20 años, comparado con otras instituciones que llevan 100 o 70 años en activo, como el Instituto Francés o el British Council, es mucho.

Aun así, hay que virar. Bueno, ligeramente.

No, bastante, mucho incluso. Bien, pero sin desatender lo que tenemos y sin perder de vista que el tiempo no nos deja.

¿Por qué? Pues para expandirnos a determinadas zonas como África, sobre todo el sur del continente, o India.

Pero no hay dinero. Hay que pensar en una presencia que a lo mejor no requiera centros, medios como el centro virtual Cervantes, aulas de nuestra marca en las universidades. Por eso urge pensar, ser imaginativos y apoyarnos en lo que tengamos, en empresas también, porque esa carrera no consiente aplazamientos. Si tardamos 15 años en llegar, el campo estará tomado.

No se había contemplado hasta ahora el mundo hispánico dentro del Cervantes como una sinergia, más bien se le ha visto como una competencia. La palabra competencia en ese sentido es absurda.

Pero así se había visto. Bueno, no creo que se haya concebido así del todo. Veamos un frente común: Estados Unidos. Nosotros tenemos allí tres centros y medio. México tiene varios. Lo que debemos hacer es establecer una alianza con ellos por una razón muy sencilla. El español allí tiene un problema común. Está contaminado, estigmatizado por considerársele vinculado a una lengua de inmigrantes que plantean problemas. Debemos emprender una labor de cambio de mentalidad en ese sentido.

Para empezar, en el reparto eurocéntrico a lo largo de sus 20 años, ¿no hubiese sido mejor centrarse en lugares donde existía una demanda real acelerada, como Estados Unidos? ¿No es tarde? Europa y el norte de África ya están básicamente atendidos. Porque se ha hecho eso podemos pensar en otros frentes. Me decían que si se abrieran 50 centros en Estados Unidos, se llenarían. Ahora no hay capacidad económica, en la época de Moratinos se habló de 10. ¿Por qué no nos unimos con México? Es lo que yo propongo. Hay disposición de ellos para colaborar. En el Gobierno y la Academia Mexicana. Me han trasladado su intención de hacerlo, de empezar a hablar de eso. Consuelo Saizar, ministra de Cultura, y Jaime Labastida, director de la Academia, llamaron el día que se conoció mi nombramiento. Urge porque el problema de esa estigmatización en la sociedad de Estados Unidos hay que abordarlo juntos, no podemos hacerlo solos.

La acción cultural, en ese sentido, ayuda a limpiar. Sí, y más si se realiza de la mano. Llevamos 20 años, no es cuestión de flagelarse, pero es necesario buscar esas nuevas alianzas, sobre todo ahora que ellos tienen economías emergentes.

De todas formas, esa visión del pasado que tiene usted sobre el Cervantes resulta leal con la institución, pero la realidad, en comparación con sus competidores que cuentan con presupuestos en ocasiones 10 veces mayores, es que esto era un hijo pobre del Estado. Nadie tenía fe en su potencial. Yo no lo creo.

Usted, cuando era director de la Real Academia, ¿no tenía la pesada sensación de que era necesario convencer a los Gobiernos para que creyeran con más fuerza en las posibilidades del español? Voy a ser sincero. Desde el Gobierno de Felipe González hasta ahora, no. La Academia fue muy pobre en épocas anteriores. No sé cómo pudo sobrevivir. A Fernando Lázaro Carreter le tocó, para empezar, reconstruir el edificio. Desde esos tiempos, cada vez que la RAE ha pedido algo, dentro de las posibilidades pudimos ir viviendo. Pero por encima de todo eso, hay que decir, estaba y está el apoyo del Rey, que eso lo tiene más que claro. Ha cruzado con nosotros el océano para asistir a congresos y reuniones, y en eso está más que volcado.


¿Cuántas veces ha sobrevolado usted el Atlántico? 50 veces. Y cada una de ellas he visitado al menos dos o tres países. Pero no solo fui yo, sino que desde entonces empezaron a venir ellos. No hay nada como entrar a casa del interesado, todo empieza y termina en personas. He hecho amigos fraternos. Como reza el dicho asturiano: Dios y el cuchu, pueden muchu. Pero sobre todo el cuchu. Lo personal, tocarse, es importante.

¿Y cuántos le quedan por hacer? Tiene usted un aspecto envidiable, ya ha cumplido 78 años y eso se notará. Yo se lo dije honradamente al ministro Wert cuando me llamó: “Vamos a ver, yo ya tengo 78 años…”. “Pero muy bien llevados”, dijo. “Bueno, de momento…”.

Se había reorganizado la vida. Había terminado mi mandato académico. Yo tengo la gran suerte de dedicarme a algo que me gusta tanto que para mí no es trabajo. Había recuperado el espacio de la escritura, de la reflexión, salir a caminar, cosa que sigo haciendo todos los días. En fin, me llamó el ministro y le dije lo primero lo de la edad y acepté sin tener en cuenta los comentarios de los que me alertan: ¡Cómo has aceptado! ¡Te nos vas a quedar en un aeropuerto!”.

¡Hombre, por Dios! Toquemos madera. Lo que es cierto es que esa vida que usted había recuperado ha saltado por los aires. Ni me planteo arrepentirme. Los amigos me aconsejan dedicarme a la filología primera, a las academias literarias renacentistas desde las que pretendíamos aprender el renacimiento de otra manera. Explicándolo desde la perspectiva de los autores que tenían el Epithetorum opus, de Ravisius Textor, un diccionario de epítetos en los que se encontraban referencias a los clásicos y que usaban Fray Luis, Lope de Vega…

Para copiar… Para asimilar. Era la labor de la abeja para ellos. Pero, en fin, en lo que yo me estaba ocupando ahora es en realizar mi canon de la literatura. Y consiste en volver a leer ciertas obras con apoyo en la bibliografía última, que yo ya no alcancé a estudiar a fondo. ¡Lo feliz que yo he sido estos meses! Con esa relectura apoyada en estudios que han hecho alumnos nuestros. He prometido a mis amigos que no iba a dejar eso. Que voy a organizarme de manera que reservaré unas horas para mi canon.

Difícil lo veo. Bueno, como habrá un secretario general en el que se pueda descargar buena parte del trabajo y eso viene bien para la causa, aprovecharé.

Lo que ocurre es que, como usted está acostumbrado a meterse a fondo en las cosas que hace, me da la sensación de que delegar le es complicado. No, no. Precisamente porque me conozco, en el cambio de reglamento aplaudí la idea de especificar las acciones que corresponden al secretario general. No se imagina con qué detalle hemos puntualizado todo.

Aun así, tendrá tentaciones. ¿Las controlará? ¿Por qué? ¿Porque tengo fama de presidencialista?

Bueno, lo ha sido en la Real Academia. Lo fui, cierto. Y me confesaba en las juntas de Gobierno y en las comisiones. Les decía: “Vosotros sabéis que yo soy un director presidencialista”. Y me contestaban: “Por eso te hemos elegido”.

Eso tranquiliza bastante a quienes están debajo. A mí me lo contagió Fernando Lázaro Carreter. Él tenía un temperamento fuerte. Cuando le afectó un ictus, me dijo que tenía que dejarlo, y yo le convencí de que no podía porque sin esa labor sería peor para él. Me comprometí a ayudarlo a fondo y le aseguré que no haría nada sin consultarle. Él me contagió ese presidencialismo. Pero ahora no, ahora esto tiene que ser distinto, en primer lugar porque el Cervantes cuenta con una estructura distinta, con unos jefes de área más que competentes. Ahí va a estar el secretario general, y yo me dedicaré a fondo a la labor institucional.

De lo que no cabe duda es de que usted forja lealtades, porque era impactante observar a sus compañeros de la Academia en la toma de posesión haciéndole de guardia pretoriana. ¿Qué les da? ¿Miedo o cariño? Mucho cariño. Miedo no, nunca. En la Academia aprendí que la institución era más fuerte cuanto más nos tratábamos con cariño. Con la cortesía académica, que es fundamental. Yo siempre cuidé mucho a los académicos mayores, a quienes caían enfermos. Curiosamente, a medida que se hacían mayores, acudían más: Pedro Laín Entralgo, Rafael Lapesa, Ángel González, Areilza, Rosales… Yo he querido mucho a los académicos. Ahora tengo que encargarme de los directores y profesores de centros, son gente que está por ahí, por el mundo, necesitada de apoyo.

La tarea de misión que veía Lázaro Carreter en el Cervantes… Pero es que ahí damos con otro rasgo de su personalidad porque usted ha trabajado también como sacerdote. Sí. Hace ya casi medio siglo de ello y fue por poco tiempo. Pero guardo un gran respeto a esa etapa, a la que debo mucho de mi formación. No estuve en el tipo de misión a la que se refería Lázaro. Trabajé en la información de la Iglesia y fundé, siendo arzobispo Tarancón, con quien tuve una relación cercana, el semanario Esta Hora. Pero básicamente era profesor y si tuve alguna notoriedad fue porque escribía en La Nueva España. Guardo grandes amigos de entonces. Desde cardenales hasta curas de aldea. Hay gente que dice que empleo la diplomacia vaticana. No me disgusta…

Como vocación, queda, construye. Mucho va en la pasta, en la manera de ser. Hay gente conflictiva por naturaleza, que parecen salamandras, que no viven a gusto más que en el fuego, y luego hay gente de paz. Yo lo soy. Pero no por haber dedicado pocos años de mi vida a eso. Yo me recuerdo de niño como un muchacho pacífico, eso va en la manera de ser, en el carácter.

Todo construye una vida. Desde luego. Un hombre es muchos hombres. Eso lo cuenta Mario Vargas Llosa en su última novela, El sueño del celta. Aun la persona que nos parece más anodina es muchas a la vez.

También tiene su etapa como profesor de instituto. Eso fue muy importante. Lo que yo soy ahora es el final de una etapa que ha durado 50 años. Una carrera de letras. Tuve la suerte de disfrutar a grandes maestros. Fui discípulo amado de Emilio Alarcos, nada menos. De José María Cachero, José Caso, verdaderos maestros. Y a poco de terminar comencé la carrera docente con oposiciones sucesivas, de abajo arriba: primero fui adjunto y luego catedrático de instituto; en Valladolid, penene de universidad, después agregado, más tarde catedrático… Ha sido una carrera muy variada en la universidad, en Zaragoza, en Salamanca… Allí moví muchas iniciativas, incluso me hice cargo de los cursos internacionales de enseñanza de español a extranjeros, qué cosas.

Ya dicen muchos que usted tiene algo de visionario en esto del idioma. No me corresponde a mí decir eso. Soñador sí fui siempre. Pero visionario…

Lo digo por el concepto panhispánico que impulsó usted en la Real Academia y cambió la manera de percibir la enseñanza y el poder sobre el idioma. Pasó de ser castellano dictado por normas castellanas a español global, en el que América tenía tanto o más que decir sobre el idioma que España misma. Bueno, pero ahí tengo que pagar peajes. ¿Por qué yo me interesé por América? Tiene su deuda. Yo era un gran europeísta. Por mis años de estudio en Roma, algunas estancias en Alemania y porque mi padre, que era juez, se sentía muy ligado a lo francés. Cuando Fernando Lázaro me propuso ser secretario de la Academia, hablé mucho con Alonso Zamora Vicente. Fue él quien me dijo: “Víctor, por favor, ocúpate de América, estamos ciegos”. También me pidieron lo mismo Francisco Ayala y Gregorio Salvador. Fueron dos referencias que me hicieron reflexionar hondamente. Surgió la idea del panhispanismo después de ser alertado por ellos. Cuando hicimos la nueva gramática, nos planteamos la colaboración con el resto de las academias, y así ha sido con el resto de lo que se ha hecho después. Pero eso ya estaba planteado desde el principio.

¿Con antecedentes? Las academias se constituyeron como organismos correspondientes de la española, precisamente para atajar los conatos de independentismo lingüístico gracias sobre todo a Andrés Bello. Se revela y dice: “¿De qué estáis hablando? La lengua es nuestra”. Fueron academias formadas por gente de gran representatividad e influencia en los países nacientes. Algo que ocurre ahora también, son miembros de mucho peso. Estaba claro que debíamos trabajar en conjunto, y así ha sido. Mi mejor aportación a esa etapa ha sido favorecer que los tres grandes códigos puestos al día durante mis mandatos –el gramatical, el ortográfico y el léxico se hicieran como obra de todas las academias sobre el español de todo el mundo. Hoy eso es una realidad. Y nos va a servir en la labor que ahora nos toca al frente del Cervantes.

Por eso dice usted mismo que le han llamado. Por algo que resume, a mi juicio, en una carta Alfredo Matos, el director de la Academia Chilena: “Tu concepción y convicción panhispánicas ahora en perspectiva transhispánica universal”.

Eso puede ser un eje de su mandato. Así es.

Pero antes debe limar las asperezas eternas entre los Ministerios de Educación y Cultura y Exteriores para hacerse fuertes en esta institución. ¿Cómo va la lucha? Hay varios organismos de la cultura española que van por su parte. Existe una dispersión de esfuerzos que sumados producirían una sinergia considerable. Hace falta ponernos a remediarlo. Cada entidad tiene su normativa, pero con un poco de buena voluntad por parte de todos El Cervantes está ausente de América Latina, pero los centros culturales españoles que existen allí pueden servir de palestra para organizar cosas en conjunto. A eso llegaremos pronto porque es tan obvio que resulta difícil encontrar quien esté en contra de eso. Se ha señalado que en la toma de posesión, el ministro de Exteriores dejó claro que esto era suyo y lo hizo en presencia del responsable de Educación y Cultura. Pero yo puedo decir que se han dado pasos para clarificar todo eso. Lo primero que hemos hecho es modificar el reglamento. Ha sido fácil, y por eso mismo pienso que cuando llame a las puertas para unir sinergias, estoy muy confiado en que se va a conseguir y será un paso importante.

¿El reto de lo digital nos desborda para el idioma también? Sí, y eso exige investigación, negociación comercial con las grandes firmas, es un momento en que urge pensar, por muchas razones, y urge superar los compartimentos pequeños y unirse en sinergia no solo a nivel del Estado, sino con relaciones estrechas con las industrias culturales y con las empresas a las que interese la promoción de sus labores. No solo la cultura, también la ciencia, la tecnología. Todo eso está por pensar y por definir. Vendrá el mecenazgo y la ayuda, pero no porque pidamos, sino para ofrecerles.

¿Por qué? ¿Se acabó ir de pedigüeños? ¿Es a ellas a las que se debe convencer de que pueden sacar idéntico partido? Efectivamente. Hay que venderles a las empresas el valor de sus posibilidades abiertas al español para hacer cosas conjuntas. Es un problema de apertura y de vuelo. Aunque solo sea por la rentabilidad económica que les supone a las empresas. En Estados Unidos, dos de cada tres estudiantes la eligen como segunda lengua. ¿Por qué? Porque dicen que es útil. Para ganarse la vida. Ese cambio de mentalidad no lo podemos hacer solos, sino con los protagonistas de todo ese fenómeno, que son los países hispanoamericanos.


Guardián e impulsor global del español

Víctor García de la Concha (Villaviciosa, Asturias, 1934), filólogo y licenciado en Teología, estudió en la Universidad de Oviedo y en la Gregoriana de Roma. Su carrera como docente transcurrió a partir de los años sesenta en diferentes institutos de secundaria hasta que llegó a la universidad, donde ha desarrollado su labor como catedrático en Zaragoza y Salamanca, principalmente.
Desarrolló tres mandatos al frente de la Real Academia Española (RAE), a la que dio un impulso modernizador entre 1998 y 2010 cuando sustituyó en el cargo a Fernando Lázaro Carreter. Había sido nombrado académico en 1992 para ocupar el sillón con la letra c minúscula. Ha sido reconocido con el Toisón de Oro por parte del rey Juan Carlos, así como con el Premio Internacional Menéndez Pelayo. (En la foto, en Santander, en 1988).

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