La correspondencia inédita del dramaturgo y fundador de 'La Codorniz' ve la luz y evoca las amistades y rencores de los humoristas de 'la otra generación del 27'
BORJA HERMOSO - Madrid
EL PAÍS - Cultura - 17-01-2008
Gente así tenía que escribir cartas así: epístolas relamidas con sabor a algodón de azúcar o misivas feroces como el ataque de celos de una starlette de varietés. Fauna de pelaje tan genialoide, ingenuo y ciclotímico como Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville y Tono tenía que encontrar en el género epistolar el foro ideal para exponer sus filias y sus fobias, sus neuras y sus paranoias, en medio de un contexto político y cultural -el de la Guerra Civil y la posguerra- abierto a todos los excesos a pesar del ridículo control de los censores franquistas. El volumen Epistolario selecto de Fuenterrabía, editado por el profesor José Antonio Llera (editorial Espuela de Plata), recoge 52 cartas inéditas seleccionadas de entre los papeles personales de Mihura. Un legado que, tras la muerte en 1977 del autor de Tres sombreros de copa, quedó en poder del matrimonio Ruiz-Villandiego, vecinos y amigos de Mihura en Fuenterrabía (actual Hondarribia), la localidad guipuzcoana en la que el escritor solía pasar largas temporadas en compañía de su hermano Jerónimo, dándose a tres de los placeres que tenía como prioritarios: pasear frente al Cantábrico, comer en lugares como la Hermandad de Pescadores y leer novelas de Simenon.
Ese legado incluye no sólo un centenar de cartas, sino también la biblioteca personal del dramaturgo, enciclopedias médicas de todo tipo (Mihura era el campeón del mundo de los hipocondriacos), diversos dibujos y óleos, guiones cinematográficos, fotolitos de sus chistes en La metralleta y La Codorniz, salvoconductos de la Guerra Civil, su carné de falangista y el borrador de su discurso de ingreso en la Real Academia, discurso que le trajo en jaque pero que jamás llegaría a pronunciar porque antes murió de una crisis hepática.
El abigarrado conjunto, ahora estudiado y ordenado por José Antonio Llera, perfila una biografía oficiosa del autor teatral más célebre de los años treinta y cuarenta. Pero de entre todo ese material embutido en cajas de cartón, destaca como verdadera joya de la corona la carta que Enrique Jardiel Poncela, primero maestro, luego colega y al final enemigo de Mihura, le dirigió para hacerle ver su asqueo personal ante lo que consideraba un plagio continuado de su obra.
"Desde hace muchos meses, más de dos años, vienes utilizando para tus cuentos y artículos todos aquellos trucos, desplantes, equivalencias, resortes, comparaciones, hipérboles, incongruencias y juegos de ingenio que yo inventé para mis artículos y mis cuentos", dice el autor de Eloísa está debajo de un almendro. Y continúa en un tono sin asomo de florituras: "La influencia en literatura es lícita..., lo que ya no es lícito es el plagio. Los hijos nacen influidos por sus padres, pero no los plagian jamás".
El choque de trenes entre los dos grandes del teatro de posguerra es evidente. Los celos corroen a Jardiel ante lo que considera "un amateur de la literatura ante el que me tengo que defender". No opina lo mismo José Antonio Llera, que en sus comentarios exime de culpa y sale en defensa del autor de Ninette y un señor de Murcia: "Los celos de Jardiel Poncela están injustificados; la obra de ambos evoluciona hacia lugares muy diferentes, y no hay plagio, lo que ocurre es que Jardiel quería ser él solo el inventor de la vanguardia de su época, todo es una paranoia suya. De todas formas, esta carta demuestra cómo el mundillo de la literatura de aquellos años se movía a través de los celos, las rivalidades y las envidias".
Pero no es esta la única carta inédita digna de mención. Algunas otras de las que ahora salen a la luz hay que incluirlas directamente en la nómina del surrealismo militante, aunque involuntario, claro. Es el caso de la misiva que el 23 de agosto de 1943 le envía a Mihura el general jefe del benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria y general fundador de la Legión..., un tal José Millán-Astray, para felicitarle por los contenidos de La Codorniz. "¡Fijaos bien lo que supone para un hombre de tan azarosa vida y de tanto dolor el reírse francamente a mandíbula batiente!".
Tampoco es manca (como si lo era el propio Millán-Astray) la carta en la que un muy pío lector de Pamplona le recrimina las chispas picantes de la revista, consistentes en algún muslo femenino al aire. O aquella en la que el propio Miguel Mihura -un falangista sin ideología, un falangista pragmático, más bien- se despide así de su interlocutor, a la sazón el jefe de Prensa Nacional: "Miguel Mihura. Saludo a Franco Arriba España".
O la que Edgar Neville le manda desde Washington, diciéndole que en 15 días se marcha a Hollywood "a intentar y aprender", porque, sostiene, "éste es un país encantador, y el que acierta, se hincha".
Cartas de Mihura, cartas de Jardiel, cartas de Neville. La herencia epistolar de toda una época, con aquellos chalados y sus locos... epistolarios.