El autor cordobés, fundador de 'Cántico', gana el Reina Sofía a sus 84 años
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS Madrid 8 MAY 2008
Cántico es hoy un nombre mítico de la poesía española del siglo XX, pero no siempre fue así. El hedonismo clásico, decadente y erótico del grupo no encontró eco en la posguerra. Ni el oficialismo franquista ni la poesía social dominante dejaron demasiado hueco a unos poetas empeñados en cantar la belleza como categoría moral. No por casualidad fueron los primeros en reivindicar, tras la Guerra Civil, la figura de otro exquisito irreductible, Luis Cernuda, exiliado en México.
La noticia del premio sorprendió ayer a Pablo García Baena en su casa de Córdoba, la ciudad a la que volvió hace cuatro años después de vivir casi 40 en Málaga dedicado a la venta de antigüedades. La noticia, además, coincide con la aparición estos días de una nueva edición, en Visor, de su poesía completa. Ese volumen reúne una decena larga de títulos -no demasiados para 60 años de escritura- entre los que se encuentran algunos ya clásicos como Antiguo muchacho (1950), Antes que el tiempo acabe (1978), Fieles guirnaldas fugitivas (1990) o Los Campos Elíseos (2006). Los 16 años que transcurrieron entre los dos últimos libros dan una idea de la pulcra lentitud de un poeta que, recordaba ayer, siempre ha tenido presente el consejo que le dio Vicente Aleixandre: "Escribe tu poesía cuando te nazca".
El estruendo infatigable del teléfono, que le mantuvo "aterrado" toda la tarde, se sobrepuso a los primeros pensamientos al conocer el fallo del jurado. "Fueron algo fúnebres, la verdad", admitió. "Pensé en mi familia. Y en los amigos de Cántico ya muertos. Ellos merecían algo que sólo me ha llegado a mí". Efectivamente, sólo García Baena ha vivido para ver cómo, tras el inhóspito silencio de la posguerra, la generación de los jóvenes del 68, la de novísimos como Guillermo Carnero, Pere Gimferrer, Luis Antonio de Villena o Jaime Siles, reconoció su independencia estética, moral y política y devolvió a la historia de la literatura la obra del grupo cordobés, con Baena a la cabeza, que en 1984 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Y ayer, el Reina Sofía, considerado oficiosamente como un paso previo al Cervantes. No en vano, los últimos poetas que obtuvieron el premio mayor de las letras hispánicas obtuvieron antes el convocado por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional. Fue el caso de Gonzalo Rojas, José Hierro, Álvaro Mutis, Antonio Gamoneda y Juan Gelman.
García Baena, que reconoce tener "alguna cosa nueva escrita" que terminará en un futuro libro, afirma que los premios "compensan, claro, pero lo que de verdad compensa son los amigos que nunca dejaron de creer en lo que hacías". Por lo demás, sostiene que lo importante no es el poeta, sino la poesía, ese oficio sin beneficio al que alguna vez él mismo ha definido como una mezcla de precisión y misterio: "A los poetas les conviene la soledad, y tienen que acostumbrarse a las subidas y bajadas. La presencia de la poesía en la sociedad es como las líneas del corazón en los gráficos de los hospitales. Si precipitas las cosas, te avinagras". Lo dice, además, alguien consciente de que la poesía vive en un segundo plano respecto a otros géneros literarios. Él es, con todo, optimista. Sigue leyendo con una curiosidad poco habitual en los autores consagrados de su edad a los poetas jóvenes, que lo consideran, a su vez, toda una referencia. Para él, todos, nuevos o viejos, buscan lo mismo: tratar de hacer algo que perdure.
Más allá del esteticismo que le reconocen los manuales, la obra de Pablo García Baena ha sabido buscar la belleza allí donde se encontrara. Uno de sus poemas más famosos se llama "Viernes Santo". En sus versos el homoerotismo desbocado convive con las imágenes religiosas de la pasión de Cristo. De fondo, una canción del cantante brasileño Roberto Carlos. "No caiga sobre mí la sangre de este justo, / pues sólo quise amarte", termina. Creyente y pagano, fugaz y eterno, se publicó hace 30 años. Cualquier poeta nuevo lo habría firmado.
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