Sus libros y su guión de la película 'Lacombe Lucien' son fundamentales para entender Francia durante la ocupación
En casi todos los colegios de París, una placa recuerda a los niños judíos que fueron deportados durante la Segunda Guerra Mundial y asesinados en los campos de exterminio nazi. En el barrio del Marais, donde históricamente se concentra la mayor población judía de la capital francesa, las placas son constantes y un recuerdo palpable del horror que se abatió sobre Europa bajo el dominio del terror hitleriano. Sin embargo, en las últimas décadas, en esas placas se produjo un cambio fundamental: ya no se culpaba sólo a la Gestapo, sino también a policías franceses bajo las órdenes del Gobierno colaboraciones de Vichy. "Entre 1942 y 1944, más de 11.000 niños fueron deportados desde Francia con la participación activa del Gobierno francés de Vichy y asesinados en los campos de la muerte porque nacieron judíos", rezan las placas. Ese cambio en la percepción de la historia francesa hubiese sido imposible sin la obra de Patrick Modiano y sin una película en la que participó como guionista cuando era un escritor primerizo junto a Louis Malle:Lacombe Lucien.
Hasta 1995, bajo la presidencia de Jacques Chirac, Francia no reconoció oficialmente su papel en las deportaciones de la Shoah. Lamayor atrocidad cometida en Francia, la razia del velódromo de invierno —en la noche del 16 de julio de 1942 fueron detenidos para ser exterminados 12.884 hebreos parisinos (4.051 niños, 5.802 mujeres y 3.031 hombres)— fue organizada y llevada a cabo por policías franceses. Sin embargo, la memoria colectiva, la imagen nacional labrada a lo largo de los años, era muy diferente.
El relato oficial describía a unos pocos franceses que fueron colaboracionistas y que, después de la guerra, fueron sometidos a juicio; mientras que muchos eran resistentes o simpatizantes de la resistencia. Las atrocidades las cometieron los alemanes que ocuparon el país desde 1940 hasta 1945 (este año se celebró en medio de gran pompa el 70º aniversario de la liberación y salió a la luz otro recuerdo olvidado del conflicto: las injusticias y brutalidades que se cometieron durante la depuración). Nada más lejos de la realidad: hubo franceses que combatieron en los dos bandos, en la milicia asesina de Vichy y en la resistencia, mientras que la mayoría, como ocurre siempre, trató sobre todo de sobrevivir a la guerra. Muchos podían haber acabado en cualquiera de los dos bandos dependiendo de factores que no tienen que ver sólo con la elección personal ni con el compromiso político.
Ninguna obra de ficción refleja con tanta contundencia ese panorama como Lacombe Lucien y el impacto de esta película fue gigantesco cuando se estrenó en 1974, pese a que dos títulos habían tratado anteriormente el mismo tema: El viejo y el niño (1971), de Claude Berri, sobre un anciano antisemita que acoge sin saberlo a un niño judío al que sus padres tratan de esconder y que adora como si fuese su nieto, y La pena y la piedad, el documental de Marcel Ophüls que relata la ocupación en una ciudad de provincias, Clermont-Férrand.
Pero ese personaje miserable interpretado por Pierre Blaisse que da título a la película de Modiano y Louis Malle refleja con una profundidad no alcanzada hasta entonces el país quebrado que fue Francia durante la II Guerra Mundial. En junio de 1944, cuando los aliados han desembarcado en Normandía y Francia está siendo liberada, Lacombe Lucien quiere unirse a la resistencia, pero su contacto, que es también su profesor, le dice que es demasiado joven, aunque en realidad piensa que es demasiado estúpido e inmoral. Entonces, por una casualidad, acaba uniéndose a la familia fascista, en la que se convierte en una mezcla de mascota y asesino.
Malle volvería a la ocupación en su última película, Adiós, muchachos, un impresionante relato autobiográfico sobre la miseria moral bajo la ocupación que tiene muchos elementos en común conLacombe Lucien. La obra de Modiano, en realidad, no ha salido nunca de aquel periodo de la historia francesa (ni del distrito XVI de París, el barrio más burgués y solo aparentemente más anodino de París).
Desde su primer libro, El lugar de la Estrella —una referencia a la plaza parisina y, a la vez, a la estrella amarilla que los judíos fueron obligados a llevar durante la Shoah—, que junto a La ronda nocturnay Los paseos de circunvalación forma La trilogía de la ocupación,hasta Dora Bruder o Un pedigrí la Segunda Guerra Mundial está en el centro de toda la obra del premio Nobel. El gran novelista vuelve una y otra vez a los dilemas morales, las renuncias, la brutalidad, la persecución, la traición, la miseria moral y física, pero también relata la búsqueda del pasado y reconstrucción de la memoria como ocurre en Dora Bruder. Los grandes escritores logran contar buenas historias. Los escritores imprescindibles consiguen cambiar un país, hacer que el espejo en el que se mira una sociedad sea diferente. Hay que tener una enorme valentía y una lúcida cantidad de dudas para atreverse a contradecir el discurso dominante, para tratar de contar que las cosas no fueron como queremos recordarlas sino como fueron, con sus matices, sus errores y sus miserias. Con unos libros breves, certeros, precisos y mucho más dubitativos que afirmativos, esa ha sido la gran contribución de Modiano a la historia de Francia durante el siglo XX. Eso y, además, un puñado de historias que no se olvidan.
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