miércoles, 14 de julio de 2010
Retrato de una selección
Por:
Babelia Mundial de Fútbol
12/07/2010
Iker Casillas, por Rafael Gumucio
Al arquero o le queda más que ser el bufón del equipo o el ancla. Su valentía es la más difícil de fingir: la del condenado a muerte delante del pelotón de fusilamiento. Casilla es la perfección sin leyenda, el profesional que sabe sonreír sin embargo, pero que no conoce el extravió, la locura o el descontrol. Es de Mostoles, insiste, pero es el menos español de todos los jugadores españoles. Pertenece a su propia especie, una especie que personalmente nunca he logrado entender: la de gente que esta donde debe estar, que piensa como debe pensar, que actúa como debe actuar, que logran lo que deben lograr.
Joan Capdevila, por Oliverio Coelho
Capdevila parece un sobreviviente, una hormiga laboriosa que ha ido construyendo una carrera y una identidad de juego por la banda izquierda. Después de muchos años, muchas batallas y muchas decepciones, este zurdo espigado se ganó un lugar entre los titulares de la selección española. A mi modo de ver, representa un ejemplo de jugador tozudo que, por ser defensor, por no tener apariencia de modelo publicitario y por jugar en un equipo chico, nunca sobresalió mediáticamente, pero con sus subidas se fue ganando el respeto de la afición. Pasó de ser un jugador fantasmal y reemplazable, a ser un peón clave en esa “defensa ofensiva” que caracteriza al equipo de Del Bosque.
Carles Puyol, por Milton Fornaro
Carles El Grande. Inmenso, exuberante en la entrega custodiando la retaguardia. Un defensor central que se prodiga y, aunque muchas veces juega al borde del reglamento, impone su presencia ordenando la zaga y proyectando la salida de su escuadra. Es pasional, puro corazón de león, y su juego si no vistoso es efectivo, disuasorio para los atacantes que terminarán enfrentando una muralla. Es tal vez el más uruguayo de los jugadores de España. Un bastión de genuino temperamento, capaz de hacer un golazo de cabeza en un partido cerrado, como el que posibilitó que España jugara la final.
Sergio Ramos, por José Pérez Reyes
Un gol. La clave era anotarlo de una vez. Era una fuerte disputa la que discurría en el campo de juego donde zumbaba un panal de tarjetas amarillas. Había que marcar ese gol, en tiempo reglamentario o en alargue. Y así fue que apareció, casi en el último tramo del alargue. Toda una vuelta sonora. Final de gira, final de copa. Algún jugador con más pinta de rocker que otros visitará seguramente a un profesional para tatuarse la nítida forma de una colorida copa del mundo, ganada con furia y grabada al rojo vivo.
Gerard Piqué, por Domingo Villar
Gerard Piqué es en España el pasado y el futuro porque juega como un hombre veterano pero solamente tiene veintitrés. Él ha sido en el Mundial defensa más completo, ha mostrado a los rivales sus dos caras: la más fiera ahuyenta las oleadas que se acerquen a su área; la más fina dibuja con la regla y el compás el movimiento de su equipo desde atrás. Qué tranquilos estarán sus compañeros. Si les atacan, porque sabe defender. Y si la mente se les nubla, porque él encontrará los claros en el bosque y, si hace falta, los atacará el primero.
Xavi Hernández, por Eduardo Halfón
Sobran las metáforas que intentan resumir el juego de Xavi Hernández: brújula, reloj, profe, eje, arquitecto, piloto, conductor de orquesta, Humphrey Bogart. Pero la brújula y el reloj sólo indican; el profe sólo instruye; el eje sólo equilibra; el arquitecto sólo diseña. No es piloto porque forma parte esencial de la nave misma. Tampoco es conductor pues actúa como músico fundamental de la orquesta. Y es, me parece, mucho más que sus toques y pases certeros y “Tócala otra vez, Sam”. Quizás Xavi es la suma de sus tantas metáforas. O quizás está por encima de todas. Porque así es su juego, y así jugó la final: sigiloso, preciso, concentrado, sistemático, pulcro, ingenioso, intuitivo, en silencio. Hay futbolistas felinos.
Andrés Iniesta, por Domingo Villar
Iniesta es un genio solidario. Da gusto ver jugar a este chaval de rostro pálido que parece inofensivo aunque domine la pelota como pocos. Es pequeño y humilde, esforzado y generoso, y rehúye casi siempre de los focos que le vienen a alumbrar. Hoy no pudo escaparse. No hay manera. Su segundo gol del campeonato vale una copa del mundo. Esa en la que tanto había destacado hasta entonces. Un control, una mirada al portero, un fogonazo. Goool, y el chico tímido echó a volar para abrazarse con su amigo Jarque en el cielo.
Xabi Alonso, por Domingo Villar
Xabi Alonso defiende o ataca, empuja al equipo si hace falta y si hay que poner pausa lo serena. Lo contrae apretando los dientes o lo extiende de un pase amplio sobre el césped. Entra al corte hecho un valiente o dispara desde lejos lleno de rabia y convicción. Ayer, en la final, un holandés trató de romperle el corazón de una patada, de rompérselo también así al equipo. Pero no pudo. Xabi es hijo de futbolista bravo y sólo se arrugó con la emoción de sentirse, de nuevo, un campeón.
Sergio Busquets, por Edmundo Paz Soldán
A la hora de elogiar el mediocampo español se suele comenzar por Xavi e Iniesta. Pero ellos no serían mucho sin Busquets cubriéndoles las espaldas. Pese a su altura, el pivote del Barcelona es el hombre invisible. Nadie lo ve, y sin embargo siempre está ahí, quitando, incomodando, pasando, ayudando. “Busi” destruye tan bien como construye: es el equilibrio necesario de un equipo desequilibrante. Juega con tanta madurez que todos se olvidan de que apenas tiene 21 años y que cuando España ganó la Eurocopa todavía no había debutado en primera. No tuvo tiempo para ser promesa: apareció convertido en realidad, para suerte de los nuevos campeones del mundo.
Cesc Fábregas, por Domingo Villar
Cesc Fábregas viajó al Mundial para ser importante. Y lo fue. Tal vez no como él habría querido. Seguro que ese joven emigrante, capitán del Arsenal por garra y juego, no disfrutó viendo algunos encuentros desde el banco. Pero en los cuartos de final, la barrera histórica española, saltó al campo y revolucionó el juego: Un penalti en contra, otro penalti a favor, y España se sacudió el yugo paraguayo y se llevó el partido. Ayer, en la final, cuando Holanda lanzaba sus ataques más agudos, Fábregas llegó con el encargo de no perder más el balón y ya no hubo otro miedo que llegar a los penaltis. Él solito se buscó una ocasión y luego, muriendo el partido, dio un pase rápido a Iniesta para que un coro inmenso cantase gol.
David Villa, por Domingo Villar
Ocho goles marcó España en el torneo y cinco llevan el matasellos de un guaje que, escorado a la izquierda, acribilló guardametas por los huecos que encontró. Nos recuperó del susto suizo con dos hermosos tantos a Honduras. Luego, frente a Chile, cuando más se sufría, golazo desde lejos sin pararse a pensar. Fusiló a Portugal con dos remates porque uno no bastaba, y al portero paraguayo lo esquivó de poste a poste para llevarnos a la semifinal. En los últimos partidos Villa hizo de Torres y, abriendo los resquicios para otros, apenas pudo disparar. No añadió nuevas muescas al revólver, pero dejó en la cuneta cinco muertos que allanaron el camino hacia el Mundial.
Fernando Llorente, por Manuel Jorge Marmelo
En un equipo de pequeñitos geniales, como hormigas muy creativas, Llorente era el más grande, con sus 194 centímetros. Era una especie de saltamontes y, a su modo, un cuerpo extraño. Y ni siquiera ha jugado mucho, solo los 32 minutos necesarios para haber sido considerado fundamental en la victoria ante Portugal. Después se extinguió hasta que hoy lo hemos visto besando la copa del mundo. Así se hace un equipo de campeones, también con los obreros casi anónimos que se pasan el tiempo fuera, mirando e entusiasmándose, listos para cuando los llamen. En eso Del Bosque fue también un genio: para cada partido, dependiendo de las dificultades específicas que se presentaban, siempre elegía el jugador más apropiado.
Pedro Rodríguez, por Oliverio Coelho
Pedro es una de esos delanteros que en la cancha uno no sabe si juegan como mediocampista o como un enganche lleno antojos y caprichos. Por su contextura, su habilidad y su carácter, sus pases certeros, funciona como una especie de doble agente: puede presionar en el medio y ayudar en la recuperación, comandar ataques fulminantes y agregarle a los toques de primera de esta España veloz y potente, una gambeta y un lujo técnico que lo emparientan con Iniesta y Fabregas. En todo caso, es uno de esos jugadores que pueden sorprender en cualquier momento, y que para cualquier técnico representan un as en la manga.
Fernando Torres, por Domingo Villar
El Niño que fue héroe de la Euro 2008 llegó a Sudáfrica después de una lesión, de pasar por un quirófano, de dos meses de rehabilitación. Pero, aunque algo mermado, siempre quiso estar con el equipo y en el campo peleó como un león, distrayendo al enemigo y aguantando la puerta del saloon para que Villa entrase disparando. Contra Holanda ingresó casi al final, y en una cabalgada se dejó el alma y el muslo, y no encontró como premio otro gol que aumentase su leyenda. Pero en este equipo solidario el nombre del que anota es lo de menos. Torres está feliz: es campeón.
Vicente del Bosque, por Domingo Villar
Yo sabía antes del Mundial que Del Bosque era un tipo honrado y tranquilo. Hoy sé que su careta de hombre amable escondía un sabio sobrado de mano izquierda, un estratega de primera que mueve las piezas sólo al dictado de su intuición y siempre acierta. Ha ascendido en el Mundial los Pirineos. Muchos recelábamos del barniz con que había maquillado una selección campeona y virtuosa. Pero él ha convertido a los escépticos a base de sonrisas y verdades. Y, sin rencor, nos acogió en su bicicleta y nos llevó cuesta abajo hasta la meta. Hoy estará con su hijo Álvaro recibiendo el aplauso agradecido de un pueblo necesitado de alegrías. La ovación más merecida es para usted, campeón en el fútbol y en la vida. Y disculpe si alguien ha dudado, pues fue sólo porque no le conocía.
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