martes, 4 de octubre de 2011

La Lectura en Refuerzo de Lengua


Este artículo lo escribí allá por el año 2006. Fue publicado en la Revista del CAP de San Martín de Valdeiglesias (no recuerdo ni el nombre de la misma). Fue una experiencia muy bonita en mi querido IES Cervantes de Madrid, y eso sí que lo recuerdo.

            Todo un reto se plantea al docente cuando tiene que asumir en su horario, después de la rueda, dos horas semanales de Refuerzo de Lengua (así se viene llamando esta clase de apoyo desde los dos últimos años) en 1º de la E.S.O. Sabes que te vas a encontrar un alumnado desfavorecido por razones culturales, étnicas y, sobre todo, idiomáticas, con una competencia lingüística menor a la del resto de sus compañeros.

            El profesor/educador acumula todos los años (si se renueva, ya es un éxito) nuevos materiales a priori que pueden resultar atractivos para sus pupilos: fichas por aquí que te deja un compañero nuevo y que le han funcionado años ha, ejercicios por acá sacados de un libro de ortografía que tenía fulanito en no sé qué desván… Salvo honrosas excepciones, mucho de este material o bien es archivado por el profesor de turno para otra ocasión más propicia, o bien, al cabo de unas horas, forma parte del mobiliario del aula después de haber sido lanzado, impunemente, en forma de avioncito.

            Yo, fiel al principio anterior, como cada año, recopilo material que, en todo caso, procuro leer y preparar antes de soltarlo a las futuras lanzaderas aéreas. Este material, por cierto, me tomaré la molestia de pedírselo periódicamente a mis cachorros antes de que el papel frecuente, antes de tiempo, la papelera del aula, como mal menor.

            Entre todo el material, el docente de Lengua se hace acompañar de una serie de libros de lectura o textos que han ido cayendo en sus manos a lo largo de los años y que, más o menos funcionan. He de decir que sin lecturas sería incapaz de enseñar o mostrar secretos de esta nuestra maravillosa lengua a esta nuestra comunidad de hispanohablantes como diría un vecino cualquiera.

            Se ha hablado y hablado de lo vital que es la lectura en todas las etapas educativas (añado también la educación permanente y la educación de adultos –siempre se es joven para aprender y para leer, por supuesto), pero esta verdad de pero grullo, tantas veces repetida, tan manida, puede resultar un argumento agotado y perder efectividad si no se lleva a la práctica con respeto y un mínimo de profesionalidad y amor a la letra impresa.

            Con todo, como tantas veces en mi vida, un libro obró un maravilloso milagro y me hizo recordar lo productivo que puede ser escudriñar una librería, buscar sin saber el qué y encontrar, finalmente una pequeña joya, un oasis en el desierto. Este maravilloso compendio de relatos se los debemos a Begoña Ibarrola, el libro se titula Cuentos para sentir (que yo sepa hay dos volúmenes) y está publicado en SM.

            Lo realmente original del libro no se da en la calidad de los textos (hay de todo) si no en que todos los textos, debidamente seleccionados por la autora, giran en torno a una serie de valores  universales que, desgraciadamente, se van perdiendo en todos los entramados sociales (el amor, la tristeza, el miedo, la ansiedad…). Cada relato se cierra con unas interesantísimas reflexiones, con el fin de afianzar en el alumno las ideas y matices relevantes del texto.

            Experimenté con este libro desde el día siguiente a tenerlo en mis manos; me dije: léeles uno de estos cuentos y a ver qué sucede. Mi propósito se alejó por completo de programas oficiales y no pretendí, en ningún caso, sacar en los chicos ninguna enseñanza próxima al estudio de la gramática, léxico u ortografía. Sólo quise ver lo dura que andaba la piel de los alumnos y si unas palabras traspasaba ésta y llegaban al corazón. Se hizo el silencio y, a un silencio, continuó otro en forma también de cuento.

Esta práctica no me ha abandonado debido, en gran parte, a la demanda de los chavales de “otro cuento más”. Al menos, sí puedo decir de ellos que son selectivos. Leyendo yo en voz alta, comprobaba que eran muchos los ojos que me observaban y apenas los que permanecían cerrados o húmedos de aburrimiento. La primera hora de la mañana de los miércoles más bien parecía una lectura colectiva para recién despertados, asociada a otra lectura, generalmente individual, que unos años antes les habían leído sus mamás o papás antes de irse a la cama. ¡Cuántos podríamos añorar lo mismo!

He de confesar que este grupo de Refuerzo no estaba especialmente dotado para la reflexión y el debate y nunca sabré hasta qué punto llegaron a entender lo que les leía en las clases, pero, finalmente, durante dos horas a la semana fui escuchado y los chicos recuperaron los cuentos de almohada.

Emilio Monte Hernanz

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