Publicado 26/01/2012
Alicia Poza
www.laopiniondemurcia.es
Jueves, 26 de enero del 2012
«El castellano es así». En esta afirmación va implícita la creencia de que el lenguaje es como es por mandato divino, un orden natural de las cosas. Sin embargo, el lenguaje es una construcción social y, por tanto, una construcción arbitraria y artificial que cambia de unas sociedades a otras, y de unas épocas a otras. El lenguaje es algo dinámico que va modificándose a medida que la sociedad que lo utiliza se transforma, como ocurre con las leyes, por ejemplo. Negar esto es situarse fuera del análisis racional.
El lenguaje es tan rico como rico es el pensamiento de quien lo usa. En el castellano, los estudios realizados en el campo de la Filología y la Sociolingüística nos demuestran repetidamente que este idioma tiene recursos suficientes para un uso no sexista.
La mayoría de las instituciones públicas, numerosas empresas y prácticamente todas las organizaciones sociales, sindicales y políticas, tienen sus propios protocolos de lenguaje no sexista y son numerosos los estudios realizados en este campo. Como numerosas son las leyes europeas, estatales y de la Comunidad autónoma de Murcia, que no solo recomiendan, sino que exigen la erradicación del lenguaje sexista y la implantación de un uso igualitario del lenguaje.
Tan sólo requiere voluntad y una serie de normas básicas, como las que se presentan en la Guía de uso no sexista del lenguaje de la UMU. Esta guía, por cierto, lleva varios años de retraso pues las leyes que la obligan datan de 2007.
Si estudiamos el Barroco podemos ver las distintas reacciones a la evolución de la lengua por parte de los diferentes autores, algunos de los cuales se reían abiertamente, ridiculizando, no sólo a quienes introducían palabras procedentes de otros idiomas, sino incluso a quienes utilizaban neologismos o cultismos procedentes del latín. Si Góngora o Quevedo se hubiesen cerrado a la apertura del vocabulario a nuevas voces, si autores y autoras posteriores hubieran continuado en esa actitud de hermetismo, aferrándose a lo tradicional, continuaríamos utilizando el lenguaje propio del Siglo de Oro (a ver quién se imagina a Aute cantando «Al amanecer, al amanecer…» porque la palabra alba estuviera todavía sin inventar), y si todavía retrocediéramos unos pasos más y nos estabilizáramos en la Edad Media, pues continuaríamos todavía hablando de cosas fermosas, de fijosdalgos y tendríamos, en lugar de palidez, quebradita la color. Los clásicos de la literatura española, por cierto, también avalan en muchas ocasiones el uso de ciertos modismos que hoy se rechazan, como el nombrar los dos géneros; así en el Poema del Mío Cid, el juglar —o juglares—nombran a los burgueses e burguesas, moros e moras, por poner ejemplos. O el mismo Calderón de la Barca, en el entremés El pésame de la viuda, hace decir a un personaje: «Cuantos y cuantas quisieren hacer de un pésame una mojiganga», lo cual resulta aún más extraño, por tratarse de un simple adjetivo determinativo. No son, por supuesto, los únicos casos, pero valgan de ejemplos.
El idioma cambia, igual que sucede en cualquier otro terreno, a pesar de las rémoras, y así se continuará. Hemos tenido un claro ejemplo recientemente, en los cambios de normas introducidas en el español por la RAE, en el que se han introducido más de 12.000 modificaciones, 7.000 de las cuales obedecen a razones técnicas, en concreto al nuevo tratamiento dado a los sustantivos femeninos coincidentes con el femenino de adjetivos o sustantivos de dos terminaciones, que ahora aparecen en entrada independiente.
Las normas lingüísticas no son eternas. Algunas personas añoran tiempos mejores y prefieren seguir enseñando y educando, desde las más altas instituciones, en normas y tópicos del pasado. Pero lo que añoran no son las normas, sino los contenidos ideológicos implícitos en ellas.
Quizá el reto de quienes se dedican al estudio de la lengua sea su contribución, con críticas positivas y propuestas, a la evolución del lenguaje machista hacia el lenguaje igualitario. Así es como se avanza. Realizar esta tarea no tiene por qué llevar implícito la destrucción o deterioro de la armonía de la lengua española, sino que debe ser nuestra creatividad y respeto los que la preserve en todo su valor sin incurrir en veladuras de la mitad de los hablantes del español, o sea, las mujeres. Y la Universidad pública de Murcia debe ser un ejemplo de ello.
* Este artículo lo suscriben también Maite Lucerga, Pepa Martínez y Fuensanta Muñoz Clares.
Estoy de acuerdo con que el lenguaje, como construcción social, tiene que evolucionar como lo hace nuestra sociedad. La RAE ha propuesto cambios y no todos ellos acertados. Ciertas palabras, sobre todo adjetivos, ya han evolucionado del latín y sin pretender atentar contra el uso igualitario del lenguaje en cuestión de sexo, no atienden a una terminación propiamente femenina o masculina. Las reglas, las normas, tienen que seguir existiendo y ser respetadas para la buena conservación de nuestra Lengua, de nuestro idioma, pero éstas han de ser más flexibles y mas acordes con los tiempos.
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