Las moscas, en manada, son horribles. Ellas, que viven un mes, se juntan con un regocijo estremecedor cuando el sol aprieta, y en comandita actúan como si fueran inmortales. Pero una a una son otra cosa; se las llega a estimar incluso por encima de sus merecimientos y se hacen acreedoras de atenciones que sólo se pueden explicar por el afecto. Ha habido moscas, una mosca, que ha sido merecedora de una biografía. Se llamaba Catalina y vivió, como casi todas, 32 días, bajo el escrutinio afectivo del hombre que más la cuidó, el escritor Juan José Millás.
A Millás, que ha hecho reportajes magistrales para EL PAÍS, reunidos ahora por Seix Barral en el volumen Vidas al límite, le fascinó la evolución de la mosca, de una mosca en concreto, aunque estuviera interesado en todas las moscas. Y se fue a ver a Ginés Morata, científico español muy premiado que se ha ocupado de esos insectos en los que él (y luego Millás) ven paradigmas muy precisos de la propia biología humana.
Morata fue premio Príncipe de Asturias en 2007 por esas investigaciones, entre otras, dirige el Centro de Biología Molecular y tiene una vida científica tan agitada como el vuelo de una mosca en tiempos de mucho calor. Así que le contó a Millás las generalidades fascinantes que el escritor incluyó en su reportaje, pero como tenía que irse de viaje dejó que para los detalles el escritor tuviera la asistencia, muy paciente, de Manolo Calleja, “un investigador muy bondadoso” del laboratorio de Morata.
Para hacer la historia (que es inolvidable y breve, como la vida de una mosca) corta, señalemos a los que aún no leyeron el reportaje (y deben leerlo ahora mismo) que Millás se llevó a su casa a la mosca Catalina, acompañada por su fiel amante Pruden, con la que copuló todo el tiempo pero siempre que quiso, pues ella llevaba en ese aspecto (y en todos, me parece) la iniciativa de la pareja. Con la paciencia que él tiene, por otra parte, para contar historias bellas o extrañas, reales o fantásticas, Millás siguió las evoluciones de la mosca y de su compañero, hasta que se fueron fraguando y agotando, con una extenuante rapidez, sus respectivos ciclos vitales.
El resultado de esa contemplación es uno de los más hermosos reportajes con los que Millás ha contribuido a la historia del mejor periodismo narrativo en lengua española. Como todos los que hemos podido leer firmados por él, en todos los que se recogen en este volumen el autor de Visión del ahogado está él presente, como parte integrante del paisaje narrativo, a veces como Alfred Hitchcock y a veces como Buster Beaton, que es la presencia cinematográfica que más distingue a la mirada física e intelectual de Millás.
Esa joya periodística no desmerece otras (es extraordinaria su visita a Pasqual Maragall, cuando el alzheimer del expresidentes catalán estaba asomando su implacable síntoma, y es inolvidable, como idea y como resultado, su episodio como ciego por un día), pero sí marca la manera de hacer de Millás como periodista y, en definitiva, también como narrador. Pues en su caso no se trata solo de escribir, aunque todos los reportajes son, en cierto modo, reflexiones sobre la propia escritura, sino de hacer partícipe al lector de la idea tal como va apareciendo hasta que llega a su ciclo final. Un poco como la propia historia de la mosca.
Esa interpretación cervantina de la escritura le ha dado a Millás una dimensión especial como narrador. Como si tuviera que referirse a un testigo para compartir la sorpresa, este escritor que ha hecho de la paradoja kafkiana un modo de ser se ha aproximado a sucesos grandes o pequeños, desde la memoria o el olvido hasta la vida de una mosca, para demostrar que todo lo que existe puede ser objeto de la literatura (y del periodismo) si andas, como él, una hora al día sin que te perturbe otro ruido que el del cerebro pensando.
El libro lleva un interesante prólogo del filósofo Ángel Gabilondo. Los prólogos suele ser circunstanciales. Este está muy trabajado. Dice Gabilondo: “Hay escritos que producen el efecto autor. Este libro produce el efecto Millás, gracias a que él se sitúa, como dice, ´en plan sombra`, ahora en tinta de escritura”. Tiene razón el exministro: en plan sombra, como Cervantes.
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