El músico y pintor compagina lanzamiento de disco, película de animación y libro ilustrado, todo en una gira en la que indaga en sus recuerdos de infancia
Hubo un tiempo pasado —pero no tanto— en que a Luis Eduardo Aute le freían a este tipo de preguntas: “¿Y qué se siente más, pintor o músico?”. Ahora ya sobra la disyuntiva. Desde hace un tiempo —tampoco mucho—, este artista combina canciones con cuadros, dibujos con libros ilustrados en los que se mezclan poemas y aforismos con imágenes que no son lo que parecen y sus conciertos, como ahora, con la proyección de sus películas tal y como ocurrirá hoy y mañana en el Teatro Español de Madrid en el inicio de su nueva gira. Asunto resuelto.
También hubo un tiempo —este un poco más lejano— en que un niño se sentó a mirar el mar atentamente en el malecón de Manila. Corría el año 1945 y los estadounidenses comandados por McArthur habían bombardeado la ciudad entonces ocupada por los japoneses en plena guerra del Pacífico. Aquel niño no recuerda hoy las imágenes. Aunque sí los olores. “Nos refugiamos en el hospital, creyendo que no lo bombardearían, pero lo hicieron, a su estilo”, comenta hoy Aute (Manila, 1943), que nació allí y nunca más volvió desde que regresó a España ya con nueve años. Donde sí ha regresado muchas veces Aute es a La Habana. Y allí, su hija Laura le tomó otra foto en el malecón. “Entre las dos imágenes, la que tomó mi hija en La Habana y la que me hizo mi padre en Manila, vi claramente que había una historia”. Parecía un círculo perfectamente trazado por la vida. Anduvo buscando las claves esquivas que aquello encerraba. Primero se le apareció con esbozos de dibujos llamados a convertirse en película —con ayuda de su hijo Miguel— y después con nuevas canciones. El disco se titula El niño que miraba al mar y la película El niño y el basilisco. Pero lo que le ha salido también es un cuento ilustrado que ha publicado Demipage y que tiene algo de El principito y de Alicia en el país de las maravillas.
El tema es sencillo. Para ser taurinos, como a él le gusta, lo dejaremos en esto: lidiar con el mal. “Mira que por más que me he empeñado en ser malo, no me sale, no hay manera”, asegura. Y es que el artista, como tal, tiene todo de Peter Pan: “No querer crecer, no someterse a lo que exige la realidad de la vida”.
En la lucha de ese niño con el basilisco, Aute cree que, al menos, ha logrado domesticarlo. “Me inquietan mucho los basiliscos, esos monstruos con cabeza de ave y cola de cocodrilo. Pero me gustaba la idea de establecer un pacto”. En cuanto a él, a este Aute ya maduro pero a su vez poco domesticado en lo que se refiere a seguir protestando, las dudas, las preguntas prevalecen entre él mismo y el niño que fue. Una estrofa de la canción El niño que miraba el mar lo resume: “Verse en el futuro desde todo su pasado”. Le gusta pensar que aquel chavalillo miraba al horizonte porque encontraría algo mejor a lo que dejaba atrás: “La foto la tomó mi padre uno de los primeros días que pudimos salir a la calle después del bombardeo. Imagino que el niño miraba al horizonte porque le gustaba más que la destrucción que quedaba en las ruinas de la ciudad. Nuestra casa quedó arrasada”.
De todas formas le gustaría hablar con él. “Comprobar si soy lo que a él le hubiese gustado o pensado que iba a ser”. Quizás lo haga obsesionado por esa búsqueda de la pureza a la que recurre una vez sí y otra también, lo mismo que les pasó a otros antes que a él: “Muchos poetas que admiro quisieron retornar en el último poema a ese estado: Machado, Pessoa, Whitman, Rilke...”. Eso es lo que ha tratado de indagar con este nuevo disco, con este libro, con estos dibujos y con esta película. Para que sobren las preguntas de antaño: esas que le atosigaban intentando imponerle prioridades cuando en realidad, más que canciones, dibujos, lo que le salen a Aute son historias que parecen cuentos. “No había caído…”.
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