El ambiente de libertad en el que
comenzó a desarrollarse la cultura española tras la muerte del general Franco
(20 de noviembre de 1975), permitió un mejor conocimiento de la literatura
española en Europa y de la literatura occidental en España. A ello contribuyó
significativamente la desaparición de la censura (lo que supuso la publicación
de novelas españolas prohibidas en nuestro país y editadas en el extranjero,
expurgadas o inéditas), la recuperación de la obra de los escritores exiliados
y un mayor conocimiento de la narrativa de otros países.
Hacia 1975 ha desaparecido la narrativa
social, y los autores están cansados de tanta experimentación formal, que no se
sabe muy bien a dónde conduce. Tampoco podemos vincular las nuevas historias a
los modelos inmediatos, ni siquiera hablar de un proyecto común, salvo ese
rechazo al experimentalismo agresivo que conduce a un callejón sin salida.
A finales de 1980, Rafael
Conte explicaba así la situación:
No hay novelas de transición,
ni la desaparición de Franco supuso la aparición irrefrenable de grandes obras
maestras que la censura o la estulticia cultural del régimen anterior hubieran
amordazado en el interior de sacrosantos cajones clandestinos. Hay que culminar
la reflexión: no había obras maestras. Tenemos lo que teníamos, aparte de una
mayor dosis de libertad.
Es difícil establecer objetivos o
propósitos comunes en los novelistas de las dos últimas décadas del siglo XX.
Entre otras razones, debido a la proliferación de obras, la convivencia de
diversas generaciones y tendencias y la falta de perspectiva histórica. De
manera muy general se puede observar un alejamiento del experimentalismo y una
vuelta al interés por la anécdota, la recreación de tipos y la reconstrucción
de ambientes; recuperación de la narratividad, encabezada por Eduardo Mendoza
en La verdad sobre el caso Savolta (1975). La
novela se desarrolla en la Barcelona de 1917-1918, en la cual Javier Miranda –
el protagonista – se ve envuelto en la muerte del industrial Savolta. Mendoza
utiliza tres puntos de vista diferentes: el del protagonista (1ª persona), el
narrador omnisciente, y los documentos del juicio.
Señalamos a continuación brevemente las principales líneas de la novela a partir de 1975 hasta nuestros días, así como algunos de los autores y títulos más significativos:
a) Metanovela. Simbiosis entre la narración de la historia (creación)
y el proceso seguido para la construcción de la misma (crítica). Esta
manifestación de la literatura dentro de la literatura define la mayoría de las
novelas de Juan Goytisolo (Juan sin
Tierra) y de su hermano Luis (La
cólera de Aquiles), de José María Merino (La orilla oscura), Juan José
Millás (El desorden de tu nombre) o
Carmen Martín Gaite (El cuarto de atrás),
entre otros.
b) Lirismo. La novela lírica o poemática centra su interés en un mundo más sugerente que concreto, con personaje-símbolo y una mayor tendencia al lenguaje poético. Es la modalidad preferida por Francisco Umbral (Mortal y rosa) y la característica esencial de la narrativa de Julio Llamazares (La lluvia amarilla). Dentro de ese mismo género podemos encontrar otros afines, como el relato de aprendizaje, el memorialismo y la autobiografía. Aspectos a los que responden muchas de las novelas de Javier Marías (Todas las almas, Corazón tan blanco).
c) La novela histórica. Novelas ambientadas en el pasado, desde el más lejano (El maestro de esgrima, de Pérez Reverte) al más próximo: la Guerra Civil (Octubre, octubre, de José Luis Sampedro), los años de la dictadura franquista (El río de la luna, de José Mª Guelbanzu) y, la transición política (Los dioses de sí mismos, de Juan José Armas Marcelo)
d) La novela de intriga. Mezcla esquemas policíacos con aspectos políticos e históricos. La serie de novelas sobre el detective Carvalho o Galíndez (1990) convierten a Manuel Vázquez Montalbán en el escritor más representativo; aunque no es el único, ya que de algunos elementos de este género también se han servido Eduardo Mendoza (La ciudad de los prodigios) y Antonio Muñoz Molina (El invierno en Lisboa y Beltenebros).
e) Enfoque realista. Tras el furor del experimentalismo, algunos autores han vuelto a recuperar para la novela el arte de narrar. Eso sí, desde una perspectiva mucho más amplia y abierta, que abarca también el mundo onírico, irracional o absurdo… En esta línea cabría mencionar a Luis Mateo Díez (La fuente de la edad) o a Luis Landero (Juegos de la edad tardía).
f) Novela culturalista. En los últimos años han aparecido una serie de autores jóvenes que hacen una novela que se ocupa de analizar y explicar diferentes aspectos de la cultura occidental desde unas posturas bastante eruditas. Eso es lo que hace Juan Manuel de Prada con Las máscaras del héroe o La tempestad.
g) Otra tendencia en la novela de los autores más jóvenes es la de hacer una novela que trata los problemas de la juventud urbana con una estética muy cercana a la contracultura (Historias del Kronen, de José Ángel Mañas, Ray Loriga con Héroes o Lucía Etxebarría en Sexo, prozac y dudas).
Debemos tener en cuenta que muchas de las novelas y novelistas citados participan, a la vez, de más de una de las características señaladas, por lo que se les podría incluir en más de una tendencia.
En suma, dos son los aspectos más significativos de la novela española en los últimos treinta años:
a) El carácter aglutinador. Acoge prácticamente todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales.
b) La individualidad. Cada novelista elegirá la orientación que le
resulte más adecuada para encontrar un estilo propio con el que expresar su
mundo personal y su particular visión de la realidad.
No debemos olvidar que la mujer adquiere cada vez más importancia en el terreno de la narrativa; aunque pertenecientes a distintas generaciones, podemos destacar nombres como Ana María Matute, Rosa Montero, Josefina Aldecoa, Almudena Grandes, Dulce Chacón, Maruja Torres, Soledad Puértolas, Alicia Giménez Barlett, etc.
Hay que tener en cuenta además la convivencia de varias generaciones: desde nuestro centenario -y recientemente fallecido Francisco Ayala- cuyas obras se han reeditado- , o Camilo J. Cela -último premio Nobel español-, Miguel Delibes, Sánchez Ferlosio, Juan Marsé, a escritores como Javier Marías, Juan José Millás, Luis Landero... hasta el más joven de los actuales “bloggers”.
El libro se convierte en objeto de consumo y las editoriales no sólo atienden a los lectores, sino que además deben crearlos; de ahí la abundancia de publicidad, la proliferación de premios literarios, las listas de libros más vendidos, los suplementos literarios de los periódicos, las ferias del libro, las firmas de libros en grandes almacenes y la incorporación al mundo de la narrativa de conocidos periodistas, políticos o presentadores de televisión.
También descubren las editoriales el mercado infantil y juvenil que se desarrollará extraordinariamente a partir de los años 80.
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