De niño dormía abrazado a una pelota, imaginándose como futbolista.
Una hepatitis le apartó del terreno de juego, pero supo transformar su pasión en palabras.
A Jorge Valdano, los sueños le señalan la meta.
Jorge Valdano nació en Las Parejas (Rosario, Argentina) en 1955. La historia le ha convertido en una figura del fútbol. En el Real Madrid se hizo del todo.
Lo ves llegar a una comida, a una radio, a un estadio; lo ves mirar alrededor, estrechar manos, lo ves sonreír con delicadeza y atención, y sabes enseguida que parece que tiene los sueños resueltos.
Es un hombre de 57 años que te mira como si le sorprendiera que le reconozcan en el teatro, en el cine o en las filas para entrar en los aviones. Esos que lo reconocen no saben que él se imagina aún como un chiquillo en Las Parejas (Rosario, Argentina), imaginándose con jugar a la pelota. La historia luego lo convirtió en una figura, pero hay algo en su sonrisa adulta que conserva, a sus años, la edad de la que sigue recibiendo imágenes como esa: él, en la cama, abrazado a la pelota, soñando.
La locura del fútbol, su insomnio de niño.
Lo suyo siempre fue un escenario verde, de césped humilde o de césped lujoso; allá abajo reinventó una frase (“el miedo escénico”), que él atribuye a García Márquez y que expresa como nada lo que se acostumbró a sentir desde que cumplió el primer deseo: jugar en un campo, haciéndose poco a poco el profesional que fue muy pronto. El miedo escénico. Pavor y entusiasmo. Abajo, ante el ojo movible de decenas de espectadores, lo que activa la ambición que un futbolista lleva dentro es el miedo escénico. Eso es lo que te hace correr. Y soñar. Lo que no te deja dormir.
Su ambición fue la de todos los chicos de Argentina: jugar en la Albiceleste algún día; por eso dormía abrazado a la pelota, para que no le robaran esa ansiedad. “Desde los cuatro años hasta los treinta soñé que metía un gol en la final de la Copa del Mundo”. Esperó veintisiete años. Ahora han pasado otros veintisiete desde que metió aquel gol, “y es mucho mejor soñarlo que recordarlo”.
“Mucho mejor”, repite. Porque lo suyo desde aquellos cuatro años fue creer que estaba a punto de meter ese gol glorioso. Es “un soñador de goles”, como dice su biógrafo Carmelo Rivero, autor, con su hermano Martín, del primer libro sobre Valdano, Sueños de fútbol, publicado en 1995, cuando Jorge ya había roto su fama de comunicador y despuntaba en el Tenerife. Fue el entrenador de moda.
Aquel chico de cuatro años imaginó el fútbol, literalmente, porque no lo vio sino en palabras. Las que le contó su padre entonces, mientras se recuperaba en una clínica de Rosario de una operación de amígdalas. El padre y el hermano se fueron “a ver a los dioses”, pues eso eran entonces los futbolistas del Newell’s y del Racing. Cuando volvieron, Jorge preguntó cómo había ido. El padre dijo: “Hubo una jugada imponente del portero, le tiraron un tiro por encima de la cabeza, se tiró para atrás y la sacó por encima del travesaño”.
Ah, eso era el fútbol, una hazaña contada. Tuvieron que pasar muchas cosas, su viaje a España, a jugar en el Alavés (era un tipo flaco, de canillitas insignificantes, “pero ya profesional, de 19 años”), su traspaso al Zaragoza, su ingreso en el Real Madrid, donde se hizo del todo, su gol triunfal junto a la selección de Maradona… tuvo que pasar todo eso y tuvo que producirse una hepatitis que lo mantuvo en cama, y leyendo, un año y pico, para que aquel muchacho que había vivido abrazado a la pelota recordara aquella proeza hablada. Ahora ya era él quien lo iba a contar. El fútbol hablado, esa ha sido su otra hazaña.
El fútbol era una aventura que resultaba aún mejor contada. Entonces, aquel muchacho que ya había conocido, en sus lesiones y en sus recaídas, el valor de la lectura tuvo claro que un día iba a ponerle palabras a su pasión. Escribió cuentos, artículos, habló por la radio, fue apoyo de retransmisiones deportivas en televisión. Era un autodidacto, hizo de la lectura el apoyo principal de sus aspiraciones cuando estos tenían ya que mirar desde fuera del tiempo. El miedo escénico tenía otro lugar, se producía en su interior, y tenía que ver con las palabras. Cómo hacer para que la metáfora se ajuste a lo que sucede sobre el césped.
¿Y qué pasó por su cabeza cuando la lesión ya no era de tobillo o de rótula o de menisco, sino que tenía la forma feroz, y lánguida, de una hepatitis? Lo cuenta.
“Fue mucho más grave tener que abandonar el fútbol que procesar que estaba enfermo. La enfermedad consistía en tener que dejar el fútbol, y esa era la verdadera enfermedad para mí. Entre otras cosas, porque no había pensado en el final y ya había firmado un contrato para irme a Francia por tres años”.
Y se quedó. “Creo”, dice ahora, “que también me habría resultado difícil dejar el fútbol voluntariamente, lo habría abandonado tarde y mal. De una manera casi casual me fui encontrando con otras actividades,publiqué en EL PAÍS, pude estar en la SER y en Canal +, y, además, el día en que me doy cuenta de que la hepatitis ya se había alargado mucho, que no tenía posibilidades de volver a jugar, y lo conté en una rueda de prensa, había tendido una cuerda con la otra vida. Había ramificado mi vida hacia otros lados, y haberlo hecho sin pensarlo me resolvió uno de los pasos que consideraba más difíciles. Me angustiaba muchísimo el final de mi carrera”.
La otra carrera lo tuvo amarrado a la pelota, pero haciendo lo que su padre cuando él era un niño: hablando de lo que alimenta su pasión más entrañable, el fútbol. Nadie lo puso a leer; él se hizo con los libros. Y leyendo se hizo la vida que vendría después. “Soy un autodidacto; si alguien quiere conocer a alguno, aquí estoy yo. Ni en mi casa ni en mi pueblo había biblioteca; la primera colección que me empezó a relacionar con la literatura fue una de Salvat”.
“Leer”, explica ahora Valdano, “me proporcionaba placer. Nunca leí por el interés de sentirme más sabio”. La primera lectura que recuerda es El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde. Es fácil llegar a la analogía: acaso está usted tan juvenil siempre porque aprendió del libro. Él ríe. “¡Un día clavarán un cuchillo sobre mi foto y me saldrán todas las canas y las arrugas!”.
Allá, en su país, sus amigos lo llaman gallego, porque creen que habla como los peninsulares españoles, y aquí piensan que solo habla con acento argentino. Algunos, además, se lo afearon tanto que él tuvo que salir, entre otros sudamericanos, a contrarrestar, en una campaña institucional, el daño que le hizo a los inmigrantes esa burla que tuvo como objetivo a “los sudacas”. Aunque tuviera sobresaltos de pequeño, aunque de adolescente rompiera con su pueblo, con su país y con su equipo; aunque más tarde soportara la presión, y la pesadilla, de ser parte de la selección que ganó el Mundial de fútbol con Diego Armando Maradona; aunque una enfermedad lo ahuyentara al silencio que se vive en las habitaciones donde se curan las hepatitis, por las imperceptibles arrugas de Valdano se distinguen algunas heridas del tiempo y de la gente. Pero es muy educado; es difícil escucharle en público (e incluso en privado) referencias peyorativas con respecto a los que le han producido desafección o dolor. Su marcha del Real Madrid, donde fue director deportivo en la época más reciente, bajo la presidencia de Florentino Pérez, conoció notorios enfrentamientos con el entrenador José Mourinho. Valdano se fue. Las especulaciones sobre la raíz de su marcha las zanjó sin melancolía, con una frase tan solo:“Florentino Pérez ha dejado claro el vencedor”. Volvió enseguida a los cuarteles de la palabra, como comentarista, como conferenciante, como escritor y como viajero que alguna vez (en México, adonde va mucho) le vio los dientes a la muerte a consecuencia de un grave accidente de helicóptero en la primavera de 2006.
Cuando le propusieron que fuera profesional, en España, recorrió un centenar de kilómetros para contárselo a su madre, Nélida, viuda desde que él tenía cuatro años; ella ahora tiene 86. “¿Lo has pensado bien?”. Lo había pensado bien. A partir de entonces, el muchacho Jorge se fue haciendo este Valdano que sigue soñando como la primera vez que su padre le contó esa hazaña. Es curioso, cuando empezó a cultivar la escritura publicó un cuento en este periódico que luego recogió en una antología de los mejores cuentos de fútbol que conoce. Escribió sobre las fantasías rotas de un portero. Muchos años después, ahora mismo, si te fijas en las manos, que abre y cierra para conjugar metáforas a las que cuida como si las estuviera lavando, Valdano tiene aspecto, aire y manos de portero. Como aquel que se estiró hacia atrás para resolver una situación complicada.
Una vez me dijo: “Cuando trabajas con la vanidad, te conviertes en peor persona”. Dice que a él lo salvaron de ese abismo del engreimiento, tan propio de la era del fútbol, las ambiciones de este deporte, los cuales mantiene para huir también de las pesadillas.
–Los sueños son un factor motivante extraordinario. Te fijan la meta.
Ahora mira al mundo; tiene muchas vidas: dejó la cancha y se hizo comentarista; dejó el micrófono y fue entrenador, y su equipo luego lo llamó dos veces para hacerlo directivo. “Tengo mucha capacidad para renovarme”. Ahora está en otro tiempo. Viaja por el mundo (América, Asia) como empresario y conferenciante, asesora a Gobiernos que quieren saber qué pasó en España para que el deporte fuera célebre, y por esos mundos traslada su experiencia. El fútbol fue una ambición, “pero los soñadores tenemos capacidad para pasar página”. Ahora, la energía está más ahí que en el fútbol, que es como aquella vez que se lo contó su padre: la oportunidad de compartir con otros una pasión, un objetivo, visto desde donde el espectador también cree que está en el campo. En cierto modo, pues, le digo, el suyo es un sueño cumplido. Sí. Se trataba de jugar y, luego, de verlo para contarlo.
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